Melancolías. Haydée Heinrich. Clase 2.

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Ante todo les quería comentar que hay un sitio en Internet que se llama “www.herreros.com.ar” exclusivamente dedicado a la melancolía, donde aparecen desde artículos interesantísimos, de psicoanálisis, literatura, historia, - hasta un chat de gente que habla de sus ídolos suicidas y mandan poesías.... 

 Bueno, muchas de las referencias de las que me voy a servir hoy fueron extraídas de ahí, otras del libro de Klibansky, Panofsky y Saxl, “Saturno y la Melancolía”, otras de “La Historia de la Locura en la época clásica”, de Foucault. También pueden consultar “Estancias” de Agamben. Lo otro que les quería decir y me olvidé la última vez, es que relean Duelo y Melancolía porque vamos a ir y venir continuamente sobre ese texto.

Hoy vamos a empezar con un breve recorrido por la historia de la melancolía, como para ver de dónde arranca Freud. Vamos a ver que en las distintas épocas se ha privilegiado alguno de los aspectos de la melancolía.

La vez pasada decíamos que en Freud se podían encontrar diversas melancolías, al menos la psicógena, debida a una pérdida – la endógena o espontánea, sin causa aparente y la somática. Vamos a ver que a lo largo de la historia también ha habido diversas versiones de la melancolía, o diversas lecturas, o diversas melancolías, según el caso. Pero la principal disyuntiva pasó siempre por decidir si se trataba de una enfermedad o bien – por decirlo de alguna manera – de una virtud, es decir de una cualidad, de un estilo, de una fuente de inspiración, de una particularidad que permitiría a algunos hombres sobresalir, destacarse entre los demás mortales.

Lo que es notorio es que la melancolía ha preocupado en todas las épocas, porque, como ustedes saben, tiene algo de inquietante. Por lo pronto, recuerdan que Freud en Duelo y Melancolía dice que la posibilidad del suicidio “es lo que hace a la melancolía tan interesante y peligrosa”. Ese es uno de sus aspectos inquietantes, pero hay otro que se enlaza a éste y tiene que ver con la pregunta por el sentido de la vida. La pregunta por el sentido de la vida es como mirarse en el espejo. Uno puede mirarse para verse las arrugas, o el maquillaje o si tendría que ir a la peluquería. Pero cuando uno se mira un poco más, tanto como para que el espejo termine mirándolo a uno, ahí la cosa se complica, empieza la falta de reconocimiento y la despersonalización.

Con el “sentido de la vida” es parecido, uno puede encontrar sentido en venir hoy acá, en ser analista, en ir al cine, o puede no encontrárselo y entonces decidir hacer otra cosa y listo. Pero el sentido verdadero ¿cuál es el sentido verdadero de la vida? Esa pregunta a lo largo de la historia de la humanidad se ha visto en general ahorrada, resuelta, gracias a Dios, gracias a Dios… a la religión. Y gracias a que uno no anda todo el día haciéndose esa pregunta es que puede levantarse todas las mañanas a hacer cosas. 

El melancólico es ese ser excepcional que ve el sinsentido de esas cosas cotidianas, que no se engaña, que no se deja engañar, y muchas veces esta capacidad de ver la cruda realidad tal cual es, es elevada a la categoría de ideal. La cruda realidad es lo real de la carne, como si invitáramos a alguien a comer un asado y nos dijera que vamos a comer cadáveres.

Bueno, entonces, creo que se puede decir que ése es el lugar que se arroga muchas veces el melancólico. Al menos en alguna de sus presentaciones el melancólico nos interroga en nuestra cotidianeidad, y hay una tendencia a hacerlo callar, hay que medicarlo, hay que curarlo, para que vuelva a hacer él también las cosas que hacemos todos - todos los días. Esto se intenta hoy en día con los antidepresivos. De todas maneras, cuando nada es suficientemente interesante, valioso, placentero, agalmático como para levantarse de la cama, podemos suponer que hay una profunda perturbación del deseo, que es lo que vamos a tratar de ir viendo a lo largo del seminario.

Entonces, para empezar digamos que ya aparecen menciones a la melancolía en el Antiguo Testamento. El Rey Saúl, p.ej., fue curado de su melancolía por la cítara de David. La Biblia dice: "El Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo." (1º de Samuel 16:14) por haber desobedecido a Dios, quien le había ordenado matar a todo un pueblo después de una batalla. Aquí ya registramos el carácter ambiguo de la melancolía, por un lado es un castigo divino y por el otro es una enfermedad a ser curada (en este caso, mediante musicoterapia).

Hay otra pregunta que se abre aquí: vamos a ver que muchas veces no queda claro si se trata de un castigo divino, o sea de una maldición de Dios, o si más bien la mal-dición, el mal-decir está del lado del sujeto, como contrario al bien-decir, en el sentido de la pérdida de la fe, si es entonces el sujeto el que maldice a Dios. Vamos a ver que esto adquiere mucha importancia en la Edad Media en términos de pecado.

En la Ilíada encontramos el suicidio de Ajax y la melancolía de Belerofonte; que es castigado por los Dioses por su insolencia. Nuevamente volvemos a encontrar el tema del castigo divino, pero dejemos también apuntado este carácter de la insolencia. Belerofonte cumple con una cantidad de pruebas muy difíciles que le fueron encomendadas y como recompensa le dejan usar el caballo alado Pegaso y parece que “vuela demasiado alto”, por decirlo de alguna manera, y los dioses se enojan (recuerdan que los dioses son envidiosos y no soportan que los humanos quieran parecérseles- esa es la insolencia de Belerofonte) y lo condenan a errar solo por el mundo. 

En realidad Ayax y Belerofonte adquieren trascendencia como melancólicos porque son citados por Aristóteles en el famoso Problema XXX – 1 dedicado a la melancolía (los filósofos discuten si fue realmente escrito por Aristóteles). Aquí arranca esta versión sublime de la melancolía, que va a perdurar hasta nuestros días. Fíjense cómo dice:

“¿Por qué todos los que han sobresalido en la filosofía, la política, la poesía o las artes eran manifiestamente melancólicos, y algunos hasta el punto de padecer ataques causados por la bilis negra (...)? (…) También tenemos las historias de Ayax y Belerofonte: el uno perdió totalmente el juicio, mientras que el otro buscaba por morada los lugares desiertos (…) “Entre los héroes es evidente que muchos otros sufrieron de la misma manera, y entre los hombres de tiempos recientes Empédocles, Platón y Sócrates y muchos otros hombres famosos, así como la mayoría de los poetas.”
Entonces, todos los que han sobresalido en la filosofía, la política, la poesía o las artes… Esta es la marca que va a dejar Aristóteles en relación a la melancolía, como fuente de inspiración necesaria para los creadores y pensadores. Gracias a la melancolía se tendría entonces una mejor relación con la verdad, con la creación artística, con la palabra, con la capacidad de observación.

A esto me refería antes: hay algo heroico, excepcional, en el hecho de animarse a plantear algunas preguntas, como las que se hacen Sócrates o Platón. Hay verdades con las que se pueden enfrentar algunas personas, mientras otras sólo viven en el mundo de los bienes, del aquí y ahora, del shopping. Obviamente el hombre de genio no va a poder estar tan livianamente alegre, porque se confronta con preguntas que hacen a la existencia misma y que no tienen respuesta.

Si nos detenemos todavía un poco con los antiguos griegos, también vemos aparecer ya ahí la melancolía como enfermedad. Hipócrates (460-377 a.C.) fue quien utilizó, por primera vez, el término melancolía, que significa “bilis negra”: “La pena y el temor, dice, cuando son persistentes, provocan la melancolía”. Hipócrates creía que la melancolía era causada por un desajuste en el predominio de uno de los cuatro humores, la bilis negra; los otros son la bilis amarilla, la sangre y la flema, y tiene haber un equilibrio entre ellos. Si no lo hay, se producen las diversas enfermedades y temperamentos.

Bueno, como decía, el exceso de bilis negra produce melan-colía y el tratamiento básico consistía en las purgas y los sangrados. La bilis negra es un líquido viscoso, amargo y nauseabundo excretado por el hígado y acumulado en la vesícula biliar y cumple una función en la digestión. Es un humor negro, frío y seco y supuestamente, sus emanaciones impregnan el cerebro y provocan tristeza, desgano, miedo, ganas de estar solo, inmovilidad. Además se la describe como una locura mórbida a la que repugna la existencia y que calumnia a la vida. El melancólico es amargo, avaro y dañino (Michel Tournier).

Galeno (s.II d.C), agrega que los melancólicos creen que la vida es mala, y odian a los demás, aunque no todos quieren morirse. Algunos temen la muerte a la vez que la desean. (…) Es como consecuencia de la tristeza que los melancólicos odian todo lo que ven y parecen continuamente apenados y llenos de miedo”. (Hugo Marietán)

Ya lo tenemos entonces al melancólico amargo, avaro, dañino, envidioso, triste, miedoso y odioso. Está bueno ir encontrando esto, porque muchas veces los pacientes melancólicos nos resultan difíciles de atender por su letanía, pero también por estas otras características, que seguramente van a impregnar la transferencia (de bilis negra).

Lo otro que encontramos ya en la antigüedad es la estrecha relación entre la melancolía y Saturno, que era el verdadero culpable del carácter y destino desdichados del melancólico. Al igual que el melancólico, la naturaleza de Saturno es fría, seca, amarga, negra, oscura, violenta, áspera y principalmente contradictoria. (ver Klibansky, Panofsky, Saxl)

Entonces, en la antigüedad, la melancolía es una alteración humoral que incide en las funciones cerebrales, es una maldición que emana del planeta Saturno, pero como vimos, también es la característica de todos los grandes hombres que se han destacado en la filosofía, la política, la poesía y las artes.

Durante la Edad Media, desaparece la concepción del melancólico como especialmente dotado espiritual e intelectualmente, y en esa época de oscurantismo, los valores espirituales, como sabemos, van a pasar exclusivamente por los deberes ante Dios. La melancolía entonces no va a ser una ventaja intelectual ni tampoco una enfermedad, sino lisa y llanamente un pecado y va a recibir el nombre de acedia. Nos vamos a detener un poco en esta cuestión. Como para que se vayan interesando en el tema de la acedia, de la tristeza, de la pereza en tanto pecados, les voy a leer un párrafo de Televisión (1973). 

Ahí Lacan dice:

"Se califica por ejemplo a la tristeza de depresión, cuando se le da al alma por soporte, o la tensión psicológica del filósofo Pierre Janet." "Pero no es un estado del alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante incluso Spinoza: Un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento o sea del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura."

Es raro escuchar a Lacan hablar en términos de pecado, así que vamos a ver un poco de qué se tratan estos pecados que son la acedia, la tristeza, la pereza, como para ir acercándonos a estos párrafos tan enigmáticos. Si quieren pueden ir buscando estos temas en Estancias de Agamben (ya lo recorrimos en otras ocasiones), en La divina comedia y en la Ética de Spinoza.

En la Edad Media, entonces, la melancolía adquiere el nombre particular de “acedia” y sus víctimas serán los monjes de los monasterios. El demonio meridiano acecha a los monjes al mediodía, bajo el sol ardiente, y penetra en sus corazones. La vida se les hace desoladoramente vacía, y el día interminablemente largo y aburrido. Y los monjes comienzan a preguntarse algo que obviamente no deberían preguntarse: si la vida tiene algún sentido.

“Cuando lee, el acidioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y quitando la mirada del libro, la fija en la pared y vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, (…) y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo (…). El monje acidioso es flojo para la oración (…) no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios” (Evagrio Póntico citado por Miguel Ángel Fuentes). O sea que a estos monjes no les importa nada de Dios...

(Borges: He cometido el peor de los pecados: no fui feliz)

Veamos el tema del pecado. Ustedes saben que los 7 pecados capitales eran inicialmente ocho: Soberbia – avaricia – lujuria –ira –gula –envidia – tristitia – acedia. Estos dos, la tristeza y la acedia, se van a convertir luego en lo que se conoce actualmente como pereza, aunque no es exactamente lo mismo: es el desgano por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales. La virtud que contrarresta la pereza es la diligencia: prontitud de ánimo para obrar el bien.

La acedia tiene un peso negativo y peligroso a nivel de la moral cristiana: imagínense un monje que no tiene ganas de rezar, ni de leer la Biblia, ni de confesarse, imagínense un monje que no esté contento y feliz, eso significa que no se regocija en Dios, y eso, obviamente es un problema serio para la iglesia. 

Por eso Santo Tomás, p.ej. y muchos otros se preocuparon por la acidia. Se había difundido tanto que se temía que fuera una epidemia. Entonces, más que un problema, esto que les pasa a los monjes se considera un pecado, un pecado capital, el peor de los pecados, porque de algún modo cuestiona la capacidad de Dios de regocijar y de dar sentido a la vida. Y a su vez genera una serie de pecados menores, como la ociosidad, la morosidad, la frialdad, la falta de devoción.

Son graves pecados contra Dios, tan graves que los pecados de la acedia encuentran su lugar en el quinto círculo del Infierno. “Allí se les sumerge en la misma ciénaga negra con los coléricos y sus lamentos y voces burbujean en la superficie”. Sus gorjeos son incomprensibles, no se distingue las palabras que dicen. Para Dante son muertos vivientes que nunca vivieron de verdad. “No tienen esperanza de morir y su ciega vida es tan baja que envidian toda otra suerte”. (Dante – citado por Miguel Ángel Fuentes)

Y como ustedes saben, la pereza es la madre de todos los vicios. El Catecismo la define así: "La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino" (CIC 2094). "El espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mateo 26,41). En el rechazo del gozo divino, es el sujeto el que rechaza a Dios, lo cual le da su carácter de pecado. “El perezoso hunde la mano en el plato, pero le fatiga llevarla a la boca.” (citado por Miguel Ángel Fuentes).

Veamos un poco la etimología de la palabra acedia. Viene del latín, las palabras latinas acer, acris, acre, portan los sentidos de tristeza, amargura, acidez y otras sensaciones opuestas a la dulzura. Sin embargo, y esto es lo más interesante, hay una raíz griega, de donde derivan estos términos latinos, y es
kedeia: y su negación: A-kedeia (que es de donde proviene acedia) que significa falta de cuidado, negligencia, indiferencia, y tristeza, pesar. Pero se refiere de modo particular - en los griegos - al descuido de los muertos, que quedan insepultos, por lo cual no tenían descanso. Pensemos en la tragedia de Antígona, que era todo menos acidiosa!


Akedeia es entonces una negación de la kedeia, de la alianza, del parentesco; del funeral y de las honras fúnebres. Kedeia son los cuidados que brotan de la alianza, del parentesco. Curiosamente tenemos acá, por la vía de la etimología, un inesperado encuentro con el tema del duelo, de los funerales, de las ceremonias fúnebres. Es decir que en esta versión de la melancolía que es la acedia, es contraria al duelo, a las honras fúnebres, a los compromisos que surgen de la alianza y del parentesco. Se juntan aquí la acedia y la negligencia.

Decíamos que la virtud contraria a la acedia es la diligentia (“prontitud de ánimo para obrar el bien”); el desgano del acidioso, en cambio, hace que se desentienda para obrar el bien, de modo que su gravedad radica en que por pereza puede omitir o ser negligente incluso en el cumplimiento de obligaciones ineludibles, como ésta, p.ej. de las honras fúnebres. Por eso además de ser un pecado, también se lo puede pensar como una falla moral, que es lo que retoma Lacan, les vuelvo a leer el párrafo:

"(la tristeza) ... no es un estado del alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante incluso Spinoza: Un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento o sea del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura."

Algo también había insinuado en relación a mal-decir a Dios, como contrario al deber del bien-decir. Pero, bueno, este párrafo y los siguientes, en los que habla de la manía como pecado mortal y psicosis, son muy enigmáticos, pero de a poco vamos a ir buscando algunas pistas para ver si podemos entender al menos algo. Por hoy estamos tratando de situar un poco el tema del pecado.

Bueno, salimos entonces de la Edad Media. En el Renacimiento, el problema XXX-1 de Aristóteles es retomado con mucho entusiasmo por los neo-platónicos. El más entusiasta es Marsilio Ficino, que estaba muy preocupado porque sabía que él mismo era un melancólico nacido bajo el signo de Saturno, y estaba desesperado por compensar ese destino, por encontrarle una cura, o al menos su lado positivo. 

De ahí que se hiciera un gran defensor del problema XXX como modo de fundamentar que la melancolía corresponde a los grandes genios, a los poetas y a los artistas en general (Klibansky, Panofsky, Saxl). Con los neoplatónicos vuelve entonces a tener vigencia – casi 2000 años después de Aristóteles- el argumento de que la melancolía sería propia del hombre de genio.

También Alberto Durero es reconocido como un gran melancólico, el año pasado vimos su grabado Melancolía 1, donde se puede apreciar el ángel sentado, con la barbilla apoyada sobre el puño izquierdo, en ese estado de contemplación y pesadumbre típico de la melancolía.

Ustedes saben que durante el Renacimiento, junto con las artes, también resurgen las ciencias médicas. A partir del s. XVII, Thomas Willis (1621-1675 citado por Hugo Marietán) desdeña la teoría de los humores como etiología de la melancolía y la atribuye a alteraciones químicas producidas en el cerebro y en el corazón. Foucault también cita a Willis que dice que la melancolía “es una locura sin fiebre ni furor, acompañada de miedo y de tristeza”, mientras que “en la manía se observa audacia y furor”, “furor sin fiebre”. Comienza entonces a relacionarse la melancolía con la manía.

Mientras que “el mundo de la melancolía era húmedo, pesado y frío, el de la manía es seco y ardiente”. Por eso los maníacos pueden andar desnudos y no enfriarse, y se los curaba mediante el frío, p.ej. tirándolos al agua helada. Cuentan de uno p.ej. que caminó no se cuántos km descalzo por la nieve y se curó de la manía (lo que no mata fortifica!).

Dice Foucault que es Willis el que descubrirá el ciclo maníaco-depresivo y la profunda afinidad que hay entre ambas, y que a partir del s. XVII ya ningún médico dudará de la proximidad que hay entre la melancolía y la manía; pero se tardará aún en reconocerlas como dos expresiones de la misma enfermedad. De allí surgirán las concepciones de la escuela francesa y alemana, Krapelin y su locura circular.

Pero la versión aristotélica de la melancolía vuelve a aparecer con el romanticismo. Hay un artículo muy lindo de Aldous Huxley que se llama “La acedia”, donde dice que “la acedia no desapareció con los monasterios y la Edad Media, sino que también el Renacimiento hubo de sometérsele. La acedia era por entonces, si no un pecado, por lo menos una enfermedad. Pero el cambio estaba ya a la puerta, aquel pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia, se volvió una virtud literaria, una moda espiritual. Vino entonces el siglo XIX y el romanticismo y con ellos el triunfo del demonio del mediodía. La acedia en su forma más complicada y mortífera – una mezcla de hastío, tristeza y desesperación - era ahora motivo de inspiración de los mayores poetas y novelistas. Los románticos denominaron este horrible fenómeno como mal du siècle. Curioso fenómeno éste, el progreso de la acedia, que de ser un pecado mortal sujeto a condena eterna pasa a ser primero una enfermedad y luego una emoción esencialmente lírica”.

Creo que es Víctor Hugo el que dice que la melancolía es la felicidad de estar triste. El romanticismo hace un culto de la tristeza, de la nostalgia, de la pena amorosa. El sol negro de Gérard de Nerval, el Werther de Goethe, Proust, Baudelaire, en fin...

Entonces, si Aldous Huxley dice que en el s. XX con todos los cambios y cosas terribles que han pasado, tenemos derecho a nuestra acedia, y hay una vuelta más a fines del s. XX, donde aparece nuevamente con todo su peso de enfermedad, esta vez nombrada como depresión, especialmente a partir de la industria de los antidepresivos.

Acá también me parece que se puede decir que es un pecado salirse del sistema de producción y consumo de bienes, y que hay una urgencia por hacer que la cosa vuelva a marchar. Que por otro lado ésa es la definición del discurso del Amo: hacer que la cosa marche; nada de culto a la tristeza.

Pero bueno, volvamos a fines del s. XIX y principios del siglo XX, que es la época de Freud. Ustedes vieron que en todo el recorrido que hicimos, desde la Biblia, desde Aristóteles, hay poco respecto a la pérdida del objeto. Claramente lo hay en la nostalgia y el mal de amor del romanticismo. Algo también se ve en los que pierden la protección de Dios o de los Dioses. Pero en la acedia como pecado más bien es el sujeto el que le da la espalda a Dios, no es que Dios lo haya castigado, más bien se preocupa poco por lo que opine Dios.

Sin embargo, Freud no duda en relacionar la melancolía con una pérdida, y en consecuencia con el duelo. Les propongo que para la próxima relean Duelo y Melancolía y que se concentren en el tema del duelo, (siempre solemos recortar la melancolía o la manía), y que hagamos una lista de lo que Freud dice que es el duelo.

Si pensamos en un texto que es escrito poco después pero publicado antes que Duelo y Melancolía, que es Lo perecedero, vemos cierto optimismo de Freud en la manera de resolver el duelo. Se acuerdan que él conversa con un poeta al que califica de pesimista… podríamos decir que Freud tiene una expectativa un poco optimista respecto de la sustitución del objeto perdido en el duelo.

Hay una idea que se repite y que vamos a encontrar varias veces en Duelo y Melancolía, que es el de los “objetos sustitutos” o “nuevos sucedáneos”. Van a ver que Freud no deja de sorprenderse de que el sujeto o el Yo no acepten los sustitutos, aún cuando ya están ahí ofreciéndoseles.

Es cierto que se trata de renunciar a lo que se ha perdido, de lo contrario hay que renunciar a la vida. Pero también es cierto que después de haber leído lo que plantea Allouch, uno coincide en que Freud resuelve el tema demasiado livianamente. 

Y no es consecuente con su propia formulación del objeto en tanto perdido. Allouch –en la Erótica del Duelo en el Tiempo de la Muerte Seca- lo que plantea es que la teoría de Freud sobre el duelo no está a la altura de la teoría de Freud sobre el objeto perdido, no está a la altura de Freud.

Vamos a seguir con esto la próxima.

Haydée Heinrich