UNA BARRA DE HIELO. Liliana Cohen

Tiempo de Lectura: 17 min.

No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto... Jorge Luis Borges

Quisiera plantear algunos ejes de una cura que giró en torno a la anorexia y la bulimia. Voy a llamar Danaides a la analizante.

En la primera entrevista Danaides dice que quiere separarse de su marido que es impotente: “y con eso, no puedo”. Dice que ella depende de él, que busca esa separación, pero al mismo tiempo, le resulta Imposible producirla.

Ella, cuando conoce a este hombre, piensa que como es chiquito y feo, ella no tendría competencia: otras mujeres no lo desearían. Al comienzo del matrimonio tenían relaciones sexuales, pero él comienza luego con episodios cada vez más frecuentes de Impotencia, y prefiere masturbarse. Se pregunta porqué ella no puede tener una relación de pareja que la haga feliz, que ella tiene derecho a ello.

En la segunda entrevista dice que le cuesta hablar que lo que tiene que contar es muy horrible, le da vergüenza. Con mucha dificultad dice que está metida en un círculo del que no puede salir, cae en pozos depresivos muy hondos, y lo que hace entonces, es comerse todo. No puede parar de comer, luego se pone los dedos en la garganta y vomita. Antes eso la satisfacía, pero hace un tiempo se enteró por la televisión que esto era una enfermedad y se puede tratar. Hace más o menos 10 años, una médica, con la que hacía una terapia, le indicó que si comía de más no se preocupara, que introdujera sus dedos, en su garganta. y vomitara. Danaides quedó atrapada, hipnotizada por estas palabras y desde aquel momento está incluida en este circuito del cual no sabe cómo partir.

Dice que su sensación de desesperación aumentó en el momento en que su hermano mayor se fue a vivir al exterior. En el momento de la consulta, hacía más o menos 3 ó 4 meses que su hermano había viajado al lugar de origen de su padre.

“En el momento en que el avión despegaba”, dice, “sentía que me quedaba sin un brazo, sin una parte de mi cuerpo, me vine en picada, fue así que decidí comenzar un análisis.”

Este hermano es el más querido por la madre. Había decidido partir, viajar porque, según decía, por ella, por la madre, no podía mover ni un pie, tenía el miembro inmovilizado, paralizado. El no podía apropiarse de su cuerpo, por ella. El hermano menor era homosexual. Esta cuestión del miembro inmovilizado, paralizado, impotente, es un significante que va a insistir a lo largo de este análisis.

Ella decía que su brazo estaba paralizado, y entonces no le servía para salir del pozo en el que se encontraba. Se encontraba abajo, en lo hondo e la depresión y necesitaba una soga-brazo que le permitiera salir de ese lugar. Este es uno de los significantes de la transferencia. Ella decía que su análisis era su soga para salir de la depresión, y muchas veces, cuando caía en pozos depresivos llamaba antes de su sesión, casi con un hilo de voz, y decía que sólo quería escuchar la voz del contestador para que esa soga la auxiliara en esta operación de salida del pozo.

Dirá que esta depresión era cada vez mayor, que se parecía a una bola de nieve que la arrastraba a ese pozo hondo, negro. sin luz, oscuro. Subrayo estos significantes: hondo, negro, sin luz, oscuro. No podía salir, porque su brazo no le servía, estaba paralizado y soldado, era un brazo soldado, ¿soldado a quién? ¿soldado de quién? y por soldado, entonces, no se movía. De esta forma, con estas palabras y estas imágenes, decía su padecimiento, aquello que la tenía esclava en un pequeño circuito que la dejaba fuera de la vida.

¿Qué separación venía a buscar al análisis? ¿Porqué la separación que habría que producir era para ella imposible? En el contexto de esta separación con la que siente que no puede, ¿qué lugar ocupará la depresión. el comerse todo, el vomitar? La partida del hermano, ¿qué nexos en su realidad fantasmática habrá conmovido, en el punto en que se produce una vacilación, un quiebre, que la lleva a demandar un análisis? Dejo planteadas estas preguntas.

En el curso de las entrevistas preliminares, dice que necesita que venga su marido también, a hablar allí junto con ella que hasta ese momento él no se había dado cuenta que las cosas andaban mal entre ellos, pero que ahora lo había registrado. Que ellos eran como dos rengos que se sostenían mutuamente, que se necesitaban y que no podían estar el uno sin el otro, eran socios. Nuevamente la inmovilización que la habita, y este pegarse al cuerpo del Otro, jugado en lo real de la transferencia; ella necesitaba que estén ahí los dos. Entonces si eran como dos rengos que se sostenían mutuamente, que se necesitaban, que no podían estar el uno sin el otro ¿cómo entonces podía haber un corte? Era la primera pregunta del sujeto. Vienen durante un tiempo ambos a las entrevistas, se trataba de hacer lugar a la palabra singular de cada uno. Después de un tiempo él demanda un análisis. Y ella decide comenzar su análisis allí.

Así como su hermano, el marido era su socio de sufrir. Cuando eran chicos, entre los padres había escenas de violencia que a ella la angustiaban mucho, ella se apoyaba en su hermano. Decía que por este hermano ella recibía al mundo externo.

La partida del hermano, pérdida en lo real, ponía en escena un trabajo de duelo a ser llevado a cabo, una pérdida a escribir, a simbolizar. Este hermano no era cualquier objeto para la paciente, era el depositario de un ideal, el más querido por la madre, soporte de un lugar, de un punto de perspectiva desde donde ella buscaba ser vista en tanto amable, es decir desde donde el yo se pretende yo ideal para el Otro.

En los tiempos instituyentes del sujeto, la constitución del cuerpo-Yo, como objeto de la libido, es decir narcisizado, supone que desde la mirada del Otro algo sea reconocido allí como amable. Apoyándose en él (en el hermano) buscaba esa imagen, para el Otro, para la madre.

Ella odiaba a su padre, porque su madre “era tan sacrificada”, y él la trataba mal: pero a los 18 años comprendió al padre. Él le dijo que su madre “era una barra de hielo”, que había tenido hijos por mandato religioso. La madre le decía a ella que “una mujer que se acuesta con un hombre, se rebaja”.

A ella, a Danaides, a sus 12 años, empezaron a gustarle los muchachos, y ahí, dice “empezaron mis noches interminables”. ¿Porqué noches interminables? En principio, algo del orden de lo que no cesa de no inscribirse, de lo que no tiene fin, no tiene caída; un tiempo congelado, sin cortes, sin diferencias, sin pasado, presente, futuro, por lo tanto sin proyecto, sin trayecto.

Subrayo esta cuestión del tiempo porque me parece que alrededor de la depresión, por ejemplo, hay cuestiones que conciernen a la dimensión del tiempo que son interesantes para pensar. Ella estaba detenida en un tiempo que no transcurría, no había diferencias, no había trayecto posible. Algo tendría que pasar para que en ese tiempo congelado. que era igual a la inmortalidad, algo pudiera producirse del orden de la diferencia.

Dice que en sus noches interminables, se sentía gorda, fea, un bicho, una cucaracha, y entonces se escondió. Cuando su deseo de mujer comienza a despuntar y a poder ponerse en su juego, aparece esta imagen en la que se esconde. Se queda en su casa, no sale, y empieza a comer compulsivamente. Es tomada por crisis de violencia, es internada, donde dice sentirse mejor lejos de su familia. Cuando sale de esta internación rebaja 30 kilos, no come. Se sentía eufórica porque había vencido al monstruo, pero esto la deja tan debilitada que tiene que dejar de ir al colegio, pierde sus estudios, no puede pensar, se cae, literalmente.

Danaides, ya en los tiempos del análisis, decía que la madre había escrito una biblia en su cabeza: eran palabras sagradas, decía, en las que había creído con fe ciega y había obedecido como ella creía que tenía que hacer una buena hija.

El discurso del Otro primordial, tesoro de los significantes, había impreso las marcas de un “sexo asqueroso”. “Acostarse con los hombres es rebajarse”, “los hombres usan a las mujeres”. Entonces por no rebajarse ella aumenta, come compulsivamente, deja afuera el deseo sexuado de mujer.

La madre se proponía completa, toda, no tocada por la castración y el deseo. La imagen paralizante de la medusa con sus múltiples hijos tentáculos.

Dice “nosotros éramos su escudo, su espada”. Ellos, los hijos, eran sus soldados, “el sargento y la tropa’, soldados a su cuerpo, sin poder poner en su cuenta el goce del propio cuerpo. Por eso, ella vivía agarrándose al cuerpo del Otro, en el lugar de parte del cuerpo del Otro.

Por el trabajo de análisis fue recortando su brazo paralizado, en tanto soldado. Era paralizado por soldado: se dió cuenta que lo podía mover, que le podía servir a ella, y empezó a escribir. En su adolescencia había escrito poesías, ahora se daba cuenta de que una cosa era apoyarse en el cuerpo del Otro, como si fuera el propio, dos rengos que se sostienen, y otra cosa muy distinta era apoyarse en su mano para escribir su cuerpo con sus propias marcas.

Se abrió para ella otro espacio, iba a los bares, miraba por la ventana y escribía. Había construido un espacio de goce más allá de la madre, empezaba a escribir una separación. Su mirada podía pasearse en un espacio y un tiempo que le pertenecían. Ese tiempo helado, el de la depresión, del vacío de la vida, de la ausencia de deseo empezaba a disolverse. Mucho tiempo después, en esta dimensión del espacio-trayecto fuera de la madre, ella había podido encontrarse: descubrió que le gustaba caminar. Salía mucho tiempo antes de su casa y hacía los trayectos caminando: esto fue realmente muy impactante para ella, descubrirse disponiendo de su cuerpo, encontrando ahí un gusto. Dirá en relación a estos trayectos que podía desplegar: “ahora tengo un volante para poder conducirme, conducir mi vida a donde yo quiera ir”.

El análisis de Danaides transcurrió fundamentalmente alrededor de dos ejes: su depresión y sus preguntas por la mujer. El trabajo giró en torno a esto. Cuando ella tocaba estos puntos, asociaba. Distinto a cuando aparecía la temática de la compulsión a comer: en esos momentos ella era tomada por la angustia, su discurso cambiaba, empezaba a preguntarse:

¡¿Pero porqué, porqué..?!. Su discurso transcurría en el vacío, metonímicamente, de una pregunta a otra, este círculo cerrado. Donde nada se interrumpía, nada caía, donde ninguna significación nueva se producía. Al mismo tiempo, en esos momentos donde ella intentaba situar algo, algún significante en ese real que la tomaba, se tragaba las intervenciones, se tragaba literalmente esas palabras, se las comía en bloque y las repetía.

Interrumpe el análisis después de dos años y medio: el hermano menor decide irse, también él hacia el padre, hacia Europa y ella vuelve a caer. Coincide con el tiempo de las vacaciones y entra nuevamente en la compulsión de comer. Me dice en marzo que no va a seguir que le habían hablado de unas clínicas que hay, donde se trata solamente la anorexia y la bulimia, y que ella iba a intentar por ahí. Le digo que como ella dijo, tiene el volante para conducir su vida, para donde quiera, como mejor le parezca.

Algunas cuestiones alrededor de la anorexia: pasaba por momentos donde comía nada, adelgazaba al límite, poniendo en peligro su vida.

Hago un breve rodeo. En los tiempos constituyentes, la necesidad se articula en la demanda, lo que es del registro de lo biológico, el hambre -por ejemplo- se liga al registro del significante. Desde los significantes del Otro lo inespecífico del grito, de la urgencias de la necesidad, se codifica en el lugar del Otro y se transforma en llamado. La madre pone palabras allí, a esta acción inespecífica del grito desde su propia historia, es decir, acude a satisfacer la necesidad, aporta el objeto específico que cancela la tensión, desde su deseo y su goce. Al registro de lo biológico, de lo anatómico, vendrá a imprimirse entonces una geografía imaginario-simbólica desde los significantes del Otro. Se instala una doble demanda, demanda del sujeto al Otro, y demanda del Otro al sujeto.

En cuanto al objeto oral, por ejemplo la madre demandará que ese pecho que ella ofrece, sea comido, que “me coma, déjate aumentar”. Pero más allá de las demandas del Otro, el chico se pregunta: me pide esto, lo otro, pero ¿qué quiere? Apunta entonces, a un más allá de la demanda, es la pregunta por el deseo del Otro, que es la pregunta por lo que al Otro le hace falta. Es necesario que el deseo se reconozca, se encuentre en el Otro, deseo es deseo del Otro. La anorexia, entonces en este contexto, es una demanda de reconocimiento de un deseo.

Reitero: anorexia en tanto demanda de reconocimiento de un deseo, reconocimiento de un hambre de otra cosa. La anoréxica demanda que un deseo sea reconocido, ese hambre de otra cosa, allí donde una madre confunde el registro de la necesidad con el registro del deseo, y confunde también necesidad con amor.

La demanda, en última instancia es demanda de reconocimiento, de presencia, de amor, esa nada que se da. Madres que se proponen en un lugar omnipotente de poder darlo y satisfacerlo todo, fundamentalmente objetos de la necesidad. A ellas nada les falta, y por lo tanto, todo pueden darlo y, al mismo tiempo, todo lo piden del hijo. Frente a esta demanda materna voraz, sin límite, la anorexia surge como un intento de jugar con un rechazo, como si fuera un deseo: rechazo de la demanda materna como si se tratara de un deseo, todavía no es deseo, pero es la vía que encuentra para situar un más allá de la demanda materna. Intento fallido entonces, de recortarse, de encontrar los límites del Otro y en el Otro.

En “La dirección de la cura”, Lacan dice: “A fin de cuentas el niño al negarse a satisfacer la demanda de la madre, ¿no exige, acaso, que la madre tenga un deseo fuera de él, porque éste es el camino que le ha falta hacia el deseo?”. La anoréxica dice no, para que una nada se recorte del Otro, una falta en el Otro, que haga lugar al deseo.

Como dicen Ginette Raimbault y C. Eliacheff, la anoréxica sólo percibe de los suyos la ausencia de compromiso con un mundo vivo: el Otro, en tanto batería de los Significantes, está constituido por preocupaciones, trabajo, hechos sin palabras verdaderas, sin placer, sin deseo. La anoréxica experimenta un vacío constante por la ausencia de deseo; rechazando el alimento, entonces, exige una prueba de un deseo en la madre; al desafiar las leyes de la biología, dice que no comer no es una destrucción, sino es la única manera que ella encontró de vivir, pero para no vivir de cualquier manera. Para ello, llega hasta sacrificar su cuerpo de necesidad, su cuerpo biológico. Pone en escena su propia desaparición, su propia muerte, como objeto del deseo del Otro.

Entonces Danaides intentaba a cualquier precio, incluso el de su vida, recortar en la madre a la mujer, camino necesario para situarse ella en la dialéctica deseante. El padre la había dejado arrojada a la madre. Recuerda una escena infantil de violencia entre los padres: durante una cena el padre arroja la comida a la cara de la madre. Dice: “Yo me vi en esa cara”, ella, la barata, en esa cara.

La identificación al objeto del deseo y del goce del padre se producía por la vía de la comida: para él, lo más importante era la comida, había pasado hambre en la guerra. Demostraba amor con la comida, no con las palabras; entonces, intentaba restituir al padre en el punto de falla de la función, allí donde la deja arrojada a la madre, sometida a su goce. Queda aprisionada bajo un goce mortífero imposible de acotar.

El corte que debía operarse excluyendo goce incestuoso del cuerpo, se había producido muy deficitariamente, quedó entonces en un circuito auto erótico, se come todo, este SE que evoca esta imagen de los “Tres Ensayos”, los labios que se besan a sí mismos. Nada se pierde, nada queda afuera, excluido, en tanto imposible.

Vomitar aparece como un intento fallido de inscribir la pérdida de goce, pero vomitar no es perder el objeto, vomitar es un círculo que no produce transformación simbólica, no opera cambios subjetivos.

Las Danaides son personajes de la mitología. Hijas de Danao, que la noche de sus bodas, por orden de su padre, mataron a sus esposos y fueron condenadas por Júpiter a llenar de agua un tonel sin fondo. Por eso yo la llamaba Danaides, por esta no inscripción, esto que no cesa de no inscribirse, esta pérdida, este duelo que no se produce, como un tonel al que se lo llena por un lado, y se vacía por otro.

Liliana Cohen. Texto presentado en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis, Montevideo, 1991 y publicado en «Borde[R]s de la neurosis» de Haydée Heinrich. (Homo Sapiens Ediciones: Rosario, 1993).

NOTA: Este es un recorte del material clínico sobre el que se basó el trabajo “Un Amor Monstruoso”, presentado por Liliana Cohen en la Reunión Lacanoamerícana de Montevideo (Nov. 1991). Fue para mí muy valioso el Intercambio con Liliana en ésta y en tantas otras oportunidades. Haydée Heinrich.