De juegos y juguetes en el psicoanálisis de un niño. Stella Maris Gulian.

Tiempo de Lectura: 14 min.

(*) Actividad marcada en Convergencia. Espacio de los niños. EFBA 24 de abril del 2010. Presentadores: Silvia Capdepon (Mayeútica) Julio Fernández (Letra) Stella Maris Gulian (EFBA)

Los analistas que trabajamos con niños solemos ser consultados por aquello que se les presenta a los padres como sintomático. Son esos los casos en que en el trabajo con el niño la escena analítica se puebla de chiches que hablan, ríen, se enojan y dicen de su padecer.


Pero a veces los padres llegan porque un tercero –la escuela o el pediatra- insiste en que hagan la consulta, pero a ellos nada de lo que le ocurre al hijo los interroga. Suelen ser estos los casos más graves. A veces en estos niños el juego no está detenido sino a la espera de lograrse alguna inscripción que lo posibilite, ya que son niños que no juegan aún. Este es el caso del niño que quiero presentarles.

B tiene 2 años y 8 meses. Me dicen sus padres que el niño se aísla, no fija la mirada, emite grititos, chillidos o sonidos extraños. En el jardín se queda en un rincón de la salita apretando su vaquita de peluche y pegado a la pared, como si precisara tocarla, sentirla. Si intentan integrarlo, chilla. No se conecta con ningún chico ni con ninguna actividad. En esos días empezó a aletear con sus manitas en el patio de la escuela.


Los padres me cuentan que esa vaquita fue el regalo de la abuela paterna, de la que no se puede desprender. El “no se puede desprender” dice en el equívoco una verdad, ya que esta abuela era la única verdaderamente preocupada por B. quien le sugería a su hijo que lo lleve a un tratamiento, que por ser chiquito pronto podría mejorar.


Para el padre no hay nada de qué preocuparse. En su país los niños hablan tarde, solo hay que esperar. La madre en cambio parece muy molesta por los gritos y chillidos de su hijo, que no la interrogan sino que le causan mucho displacer. Insiste que el niño no duerme o se despierta muchas veces por las noches, que es muy difícil sacarle la ropa ya que chilla terriblemente, como si le arrancaran la piel.


Dicen que B. ha vivido escenas de mucha violencia entre ellos desde los 6 meses: voladura de platos, rotura de objetos, empujones, moretones, cachetadas. Ellos peleaban y B emitía agudos chillidos. Al momento de la consulta hacia una semana que se habían separado. Parecía que el vacío que la separación causó entre ambos dio el espacio para poder realizar la consulta demorada.


Conozco a B. Es un niño muy menudo, pequeñito, que viene apretando contra su pecho su vaquita de peluche, la que no abandonará hasta avanzado el tratamiento. Dicha vaquita tenía el aspecto de un objeto transicional, ya que estaba toda sucia por lo que supongo era su babeo hacia ella.


Entra al consultorio con su mamá emitiendo unos sonidos que no entiendo. Miro a su madre quien se pone muy nerviosa y me dice "no le entiendo, no se que dice". Tapa el silencio con palabras hablándome de lo poco que el niño durmió la noche anterior y del homeópata al que lo llevó.


Mientras la escucho miro al niño que está sentado en una sillita. No me mira, parece ausente. De pronto noto que su mirada roza apenas los chiches desparramados, aunque no parece detenerse en ninguno. Es como un vuelo de pájaro. Sigo su mirada errática con atención intentando poder pesquisar el instante en que la posa en algún juguete y me encuentro diciéndole ¿eso? ¿ese chiche queres? Siendo yo la que va en búsqueda del objeto para acercárselo. El niño mira el chiche que le acerco un segundo y ya la mirada vuelve a errar hasta volver a posarse en otro y la escena recomienza: ¿eso? ¿ese chiche? Y yo yendo a acercárselo. Hasta que en un momento escucho que clarito dice “eo”. El niño había emitido una palabra que leí como "eso" en esta fuerte apuesta que hacía al sujeto allí presente. Miro a su madre esperando de ella un asentimiento, pero no parecía haber escuchado nada porque nerviosa me dice que no lo entiende, que su hijo no duerme bien, que ella está muy cansada...


Me pregunté si esa era realmente su primer palabra o si ya las emitía pero no eran sancionadas por el Otro como tales; pero en el jardín también decían que el niño no hablaba, que solo emitía grititos o chillidos. ¿Cómo pensarlo entonces?


La condición previa para la adquisición de la palabra son los laleos que el niño emite y que le causan tanto placer. Una actividad productora de un goce sonoro antes que el sentido desempeñe un papel en él.
El mundo de palabras es un mundo de sonidos que comportan una melodía y que implica la dimensión del significante, la dimensión de un querer decir y no de algo dicho, del mal entendido. En tanto hablamos, perdimos la voz animal, los chillidos, el aullar.


Ser llamado por la mirada, ser buscado por la voz, mirada que demanda “mira”, voz que busca la mirada. Intrincación pulsional que permite que una demanda sea articulable, cuando un Otro en su función apela al sujeto allí presente.


También recuerdo que en esos primeros encuentros, el niño posó su mirada en un avión y dijo “ito”. Ellos vivían muy cerca de aeroparque y el avión era algo absolutamente cotidiano. Además el padre viajaba constantemente por razones laborales y frecuentemente el niño iba con su madre a despedirlo. Por eso yo creí entender que con el “ito” nombraba a “papito” que el día anterior había viajado. ¿Podía ser que este niño me estuviese diciendo que su padre estaba en un avión? ¿Era eso posible?


Me parece entender que el niño al emitir esos dos fonemas sancionados por el Otro, nos dice que efectivizó en transferencia un recorte de lo real, que lo real puede nominarse. Parecía que mi mirada intentando atrapar su mirada hubiese producido el efecto de un corte marcando su detenimiento al posarse en un objeto. Yo deseaba que el niño pudiese demandarme, yo deseaba que desease. ¿Entonces el niño emitía estos fonemas por efecto de la transferencia allí jugada?

Hay que dar toda su importancia a ese gesto de la cabeza del niño quien -nos dice Lacan- incluso después de haber sido cautivado por los primeros esbozos de juego que hace frente a su propia imagen, se vuelve hacia el adulto que lo sostiene, sin que se pueda decir sin dudas si lo que espera es del orden del acuerdo o de un testimonio, pero la referencia al Otro juega allí una función esencial.


El niño habiendo visto la imagen en el espejo gira la mirada hacia el Otro que lo sostiene en búsqueda del asentimiento, lo cual produce el efecto de un acontecimiento, de un episodio constitutivo que constituye la imagen y el moi al mismo tiempo.


Trayecto de miradas esencial para permitir la emergencia de la imagen especular, que permite al niño en el mismo acto constituirse y reconocerse.

Si B. emitió laleos o fonemas, no lo sabremos, porque del Otro volvía siempre la sanción de chillidos y grititos inentendibles. Como si la inclinación del espejo plano ofrecido dificultase el acceso a la imagen.
De la inclinación del espejo-nos dice Lacan- depende pues que veamos más o menos perfectamente la imagen. (...) Basta que el espejo plano este inclinado de cierto modo, para que esté en el campo desde donde se ve muy mal (...) Esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el hombre (1) .
Valor metafórico del Otro en el espejo plano del que le vuelve esa imagen especular en el mejor de los casos. Que se de o no se de dicho asentimiento, tendrá consecuencias clínicas.

La madre de B. padecía fuertes depresiones por las que solía quedarse encerrada en su cuarto días enteros, quedando el niño al cuidado de la empleada. En sucesivas entrevistas me hablará del horror y desesperación que la acompañaron en su infancia, de la gravísima dificultad de convivencia con su violenta y desapegada madre, situación que parece haber cesado cuando ella conoce al que fuera su marido. Casándose con él pudo salir de ese país legalmente escapando de la miseria, aunque no de su madre.


Un día llega con anteojos que dejaban ver un terrible moretón en su ojo: había tenido con su esposo una de las tantas discusiones que terminó con una trompada. Su mirada era fría, volviéndose de pronto ausente, mirando la nada.


Ella se queda recostada en el diván mientras yo atiendo al niño en el otro consultorio. Cuando su hijo va a buscarla, ella lo mira sin ver. La misma mirada ausente que B. tenía en los primeros encuentros. ¿La mirada vacía de B. era la mirada vacía de la madre? ¿Queda él “colgado” de ella y a la espera? Pero también es cierto que en aquel primer encuentro con el niño, yo misma estaba "colgada" de su mirada atenta a ver en donde posaba su errancia. Juego de miradas que posibilitó la emergencia subjetiva y el acceso a la palabra.

Pero también podía ser que esa palabra “eo” lo nombrase a él, que yo misma sin saberlo / sabiéndolo haya hecho uso de dicha palabra que lo representaba: Cuando nació, yo esperaba una hembrita, pero nació varón. ¿qué hago con eso?¿Cómo se limpia eso? -decía la madre despectivamente una y otra vez- Nadie podía explicármelo, nadie sabía qué se hace con eso.

Con el suceder de los encuentros su mirada se comienza a animar: mira mucho a su alrededor, pero desde su silla y ahora señalando con su dedo “eeeooo”. Al señalar el niño nos decía que estaba efectuando un corte, recortando un objeto que ahora demandaba, porque él ya se sustraía como objeto del Otro. Ya no era yo quien buscaba dónde posaba la errancia de su mirada, sino él que activamente me señalaba eso que quería y lo acompañaba con “eo”, fonema articulado.


Comienza a desplazarse por el consultorio, abriendo y cerrando puertas. Me pide que prenda y luego apague la luz mientras cierra y abre los ojos. La misma secuencia me pedirá con las cortinas, acompañando el movimiento con un abrir y cerrar de ojos. Abrir y cerrar de los ojos, prender y apagar la luz en lo que parecía ser un juego del fort-da, que irá luego a acompañarlo con fonemas: "aaa" -como una exalación de aire de la laringe- cuando prendo o corro cortinas y un "yyy" cuando apago o cierro.
Para que haya juego de presencia-ausencia el intervalo tiene que estar funcionando. Sin intervalo no hay respuesta subjetiva. Y ese intervalo es donado por el Otro; pero si es donado, eso implica que podría no donarlo.


Ese juego de presencia- ausencia lo jugará frente al Otro: en su casa abriendo y cerrando puertas, mostrándose inquieto e intentando ir "a los lugares prohibidos de la casa" para ver qué hay dentro, como la puerta del horno. La madre se quejará de su desobediencia y lo que leerá como "caprichos" del niño. Pero la repetición subraya la perdida acontecida.


El padre me cuenta la escena en el ascensor del consultorio: señalando la luz le dice al padre "iiiii" y su papá le corrige "luz". El niño repite "iii" y el padre responde "luzz", gritando cada vez más uno y otro, terminando en un alarido del padre quien le indica que "se dice luz" y el niño desafiante le grita "iiiiiii". Letra que también decía de su nombre, ya que era la única vocal de su diminutivo.


Luego vendrán los juegos en el baño. Largas sesiones llenando el lavabo de agua, abriendo y cerrando canillas, chapoteando, llenando cacerolitas y vaciando. Aún recuerdo el placer que le daba el ver correr el agua por sus dedos y el inmenso placer del chapoteo de sus manos sobre el agua o al vaciar la cacerolita. Yo acompaño sus movimientos con palabras. Me empieza a nombrar Eta (Stella)
Me escucho escribiendo “me empieza a nombrar Eta” ¿quién dijo que “eta” es Stella cuando más se parece a un “ésta” que a un Stella. Pero yo deseaba que me nombrase, porque recuerdo haberle dicho “dijiste mi nombre” “me llamaste Stella” feliz de escucharlo.

Juegos de presencia y ausencia, de llenados y vaciados, van enmarcando las sesiones cada vez más acompañadas de nuevos fonemas, media lengua que intento descifrar. Aparición de lo binario, punta a partir de la cual se podrá constituir la división subjetiva.

Un día me pedirá que lo alce para sentarse vestido en el inodoro. Allí jugaremos a que hacemos fuerza y hacemos caca riendo. Luego me pedirá que lo baje y apretamos el botón con alegría despidiendo la caca que se va y marcando que nosotros nos quedamos.


B. nos muestra que había accedido a lo simbólico, ya que podía jugar al "como si hacemos caca" viendo sin ver las heces que se van y despidiéndolas alegremente. Al jugar el niño enmarca simbólicamente lo real y lo recubre con imágenes. RSI que se va trenzando en transferencia en el análisis a través del juego.
El control de esfínteres no se hizo esperar: la madre me contará que se arranca los pañales para poder solito hacer caca, que ella lo deja solo en el baño y le cierra la puerta "para que haga solo y tranquilo". Está preocupada porque el otro día le acercó la pelela con unas gotitas y se la puso en la cama ¿era pis o era agua? ¿que tenía yo que hacer con” eso”? No podía esta mamá aceptar la ofrenda que su hijo le ofrecía.


La vaquita de peluche ya no lo traía, en su lugar traía autitos para jugar, que le pedía a su madre le compre. Si el objeto transicional que le es ofrecido por el Otro, el niño se lo apropia, es un objeto que el niño resta, quita del campo del Otro. Los objetos que luego vienen a reemplazarlo ya son sustitutos de aquel -y por cierto, sustitutos metonímicos del objeto que falta- y entran en serie, pasando a ser objetos que dan cuenta del anudamiento simbólico-imaginario realizado, lo que implica una operación de corte con el goce mortífero.


Con los autitos jugábamos a que mi auto perseguía al suyo o a su personita, mientras él reía feliz cuando finalmente lograba alcanzarlo. B corría alegre por el consultorio, la risa llenaba ahora el vacío del silencio o la molestia de los chillidos.

El tratamiento de B se interrumpió abruptamente cuando el niño comenzó a hacer lazo más allá de su madre, no pudiendo ella tolerarlo. Supe que el niño volvió a aferrarse a su vaquita y que pocos meses después se fueron del país siguiendo el nuevo destino de su padre.

Stella Maris Gulian

NOTAS:
(1) Lacan, Escritos técnicos, Paidós pág. 214