LA DEPRESIÓN. Víctor Iunger.

Tiempo de Lectura: 16 min.

(*)Desgrabación del Trabajo presentado en las Jornadas de la E.F.B.A. "La Etica y el Acto analítico hoy".1996

"...el gris atardecer la miraba desde la ventana, ligeramente teñido por las manchas de esas hojas secas que el plátano abandonaba lentamente a su suerte. Emilce, suspendida de un vacío infinito, permanecía ajena meciéndose dolorosamente en su inmóvil tristeza. Sabía que el sentido resplandecía en algún lugar lejano al que no le era posible llegar. Solo alcanzaba su esfuerzo, para sentir que todo había cambiado irremediablemente desde entonces. Instante del comienzo de un exilio sin retorno..." "Emilce" Siglo 20 Autor Anónimo

Quizás sorprenda encontrarse con este título, La depresión, en una Jornada sobre la ética y el acto analítico.

Digámoslo de entrada. La dimensión étiica es pertinente al psicoanálisis, más aún le es inherente ya que el psicoanálisis no solo apunta a la verdad del sujeto que el descubrimiento freudiano del inconsciente implica, sino "que el psicoanálisis procede por un retorno a la acción". La dimensión del acto le es esencial.

Aclaremos que entendemos por ética a la reflexión que se ocupa de los fundamentos morales de la acción, o lo que es lo mismo a la puesta en juego de un juicio de valor explícito o implícito acerca del acto en tanto apunta a algo relativo a la dimensión de algún bien.

Trátese de teoría o de clínica cuestiones tales como la verdad, el deseo, la responsabilidad, nos hacen presente permanentemente esta dimensión ética. Sin embargo la depresión constituye una instancia de la clínica donde esta cuestión ética se pone de relieve en segundo grado, duplicadamente.

Si definimos a la patología o a la psicopatología desde el costado del padecimiento psíquico de alguien, teniendo en cuenta que el pathos apunta precisamente a nombrar a esta dimensión de padecimiento, la depresión es todo lo contrario al pathos.

Es decir, que aunque se trata de algo que el sujeto vive como padeciéndolo, por eso la depresión queda encuadrada en la psicopatología, lo que radicalmente desconoce el sujeto es que tal pasividad es el resultado de una renuncia activa a la acción, al acto.

De otra manera si el núcleo de nuestro ser, kern unseres wiesen es el deseo inconsciente y el acto implica su puesta en juego en tanto el psicoanálisis apunta a él, la dimensión ética le es inmanente.

Dicho todo esto hagamos una breve disgresión terminológica a título de inventario.

No puede hablarse de depresión sin preguntarse por su relación a la cuestión de la melancolía. De hecho es frecuente el uso de ambos términos como equivalentes.

La psiquiatría alemana usa preferentemente el concepto de melancolía como término más abarcativo.

Por el contrario, Henry Ey, el DSM 3 y la psiquiatría americana usan como término más general el de depresión.

También es muy frecuente el uso del término melancolía como sinónimo de un trastorno psicótico y el de depresión se reserva para la neurosis.

También es frecuente hablar de melancolía endógena, depresión mayor o depresión psicótica o endógena y por el lado de las neurosis se habla de depresión neurótica y/o depresión reactiva.

En cuanto a la sintomatología tanto en la neurosis como en la psicosis nos encontramos con un cuadro que H. Ey describe en estos términos:

Como síntoma elemental o primario habla de un descenso del humor que termina siendo triste.

La tristeza sería entonces, el síntoma fundamental y habría dos grandes grupos de síntomas secundarios. El primero estaría definido por la inhibición y el segundo por el dolor moral.

La inhibición implica una especie de freno o enlentecimiento del pensamiento, una reducción del campo de la consciencia y de los intereses del sujeto. Un repliegue sobre sí mismo que lo lleva a rehuir el contacto social y genéricamente la relación con los otros.

Al mismo tiempo, subjetivamente, siente en grado variable, lasitud moral, dificultad para pensar, trastornos de la memoria, especialmente evocativa, fatiga física y psíquica y enlentecimiento de la actividad motríz. Malestares somáticos variados suelen acompañar estas perturbaciones que tienen una entidad neurovegetativa situable.

El paciente tiene una consciencia dolorosa y muy penosa de esta inhibición.

El otro grupo de síntomas que ubicamos bajo el rubro dolor moral abarca el descenso general de la autoestima, autoreproches, sentimiento de culpabilidad, descalificación de sí mismo, pérdida del sentido de las cosas y de la vida.

Cabe aclarar que también hay autores que ubican como síntoma primario al dolor moral y ubican la tristeza del costado de los síntomas secundarios.

Hasta aquí la descripción general que hace H. Ey.

Agreguemos que en la neurosis encontramos la posibilidad del establecimiento de lazos transferenciales con el Otro, una dialéctica mayor de los síntomas, una general ubicación de los mismos en un contexto razonado y comprensible, una conservación en términos generales de la función simbólica y una reversibilidad bastante frecuente de la mayoría de los síntomas descriptos. Se muestran manejables por la palabra, es decir por el análisis y por la transferencia en grados variables y son menos manejables con la medicación.

Por el contrario en la psicosis nos encontramos con una ausencia de la función simbólica, los síntomas ceden dificultosamente y son difícilmente manejables por la palabra y la transferencia. Son más manejables por la medicación y a pesar de tener una apariencia de comprensibilidad se demuestra con el tiempo que ésta es solo aparente y hay una forclusión del Nombre del Padre operante que no permite el acceso interpretativo.

Es importante señalar que la depresión o melancolía así descriptas salvo en el caso de la depresión mayor o melancolía endógena que constituye según parece una entidad clínica definida y particular, constituyen un cuadro que puede aparecer en cualquiera de las estructuras clínicas y con un grado de duración y permanencia que va desde un momento puntual hasta grandes períodos de la vida de un sujeto.

Estas consideraciones terminológicas y sintomatológicas más cercanos a la psiquiatría que al psicoanálisis son usados frecuentemente por los psicoanalistas, con una aceptación no siempre explícita y con las diferencias del caso.

En nuestro abordaje de la cuestión debemos citar y agradecer la contribución de Norberto Ferreyra.

A nuestro juicio es necesario y conveniente distinguir la depresión y la melancolía como dos instancias radicalmente diferentes.

En este planteo seguimos, en buena medida, las propuestas realizadas por N. Ferreyra en una exposición sobre este tema.

La depresión no es un síntoma sino una lógica. Ferreyra habla de una lógica de la depresión. La depresión se define esencialmente en relación a una decisión, decisión que el sujeto no puede tomar, a diferencia de la melancolía que se define esencialmente en relación a una pérdida que no se acepta.

Podríamos decir que la depresión es a la decisión lo que la melancolía es a la pérdida de un objeto amado.

Es así que podemos definir dos ejes, en el eje de la decisión hay un acto que se realiza o no, cuando no se realiza sobreviene la depresión.

En el eje de la pérdida hay un duelo que se cumple o no y cuando este fracasa se produce la melancolía.

Consideramos que ambos ejes son aplicables a las grandes estructuras definidas clásicamente por la represión, forclusión y relegación, es decir la neurosis, la psicosis y la perversión.

Así podemos encontrar la depresión en cualquiera de las neurosis o de las estructuras psicótico, lo mismo ocurre con la melancolía. Salvo el caso de la melancolía endógena y la melancolía involutiva que parecen definirse como entidades propiamente dichas y merecen otras consideraciones.

La depresión puede constituir un momento puntual o abarcar un período prolongado en mayor o menor medida en la vida de una persona.

Lo mismo pueda quizás decirse de la melancolía. Por otro lado, como es evidente y suele ocurrir muy frecuentemente que la melancolía y la depresión se hallen profundamente entrelazadas.

La logica de la depresión implica dos tiempos en su estructuración. El primer tiempo, tiempo del trauma original, el sujeto sufre una situación violenta causada por un agente exterior a él.

Este agente exterior puede estar situado en relación al lenguaje como una invasión traumática en el plano del lenguaje, del goce del Otro primordial.

La otra fuente de esta violencia exterior está vinculada a la seducción paterna y queda situado como un fantasma de seducción paterna.

Frente a esta irrupción traumática hay dos respuestas posibles que no dependen del sujeto.

La respuesta activa, donde el sujeto responde en acto o en palabra al trauma. En caso de no ocurrir, es decir, en caso de darse la respuesta pasiva, el sujeto queda atrapado en una posición de goce. El superyó ordena la pasividad tanto como orden y como mandato aliado al narcisismo y al goce del sujeto.

Esta posición pasiva queda como recuerdo que no se desgasta, que no es perecedero, que no cae.

Hay una negación del efecto doloroso de este primer trauma.

Hay un segundo tiempo también traumático que puede producirse en una o en varias instancias, donde una violencia recae sobre el sujeto y no necesariamente contra el y el sujeto -que ha quedado marcado por la reacción pasiva en el trauma original nuevamente reacciona pasivamente, no puede producir su acto, sin saber porqué no lo produce.

El sujeto no responde retenido por su goce donde el superyó y la père-version actúan. Esta pasividad en tanto se repite deviene depresión. Ya no hace falta un factor externo para que ella se produzca. Básicamente la depresión va a consistir en el hecho de que frente a una decisión el sujeto no va a producir su acto.

Esta posición pasiva remite a una de las caras del fantasma y se articula con el deseo. El sujeto dimite en relación al acto que implicaría la puesta en juego de su deseo.

A la inversa, es la dimensión del deseo misma la que queda en suspenso como consecuencia de esta no decisión, de este acto que no se ejecuta. Es decir que no solo que el acto no vehiculiza al deseo sino que el deseo mismo parece eclipsarse -recordemos que en tanto indestructible no desaprece solo se encuentra en suspenso-

Sabemos que esta especie de afánisis del deseo es característica de la depresión.

El autoreproche es por algo que el sujeto no hizo. La culpa fundamental es por haber cedido en su deseo. Se hallan referidos a una decisión no realizada.

En la melancolía, en cambio, no se trata de una cuestión de decisión. Puede haber autorproches pero ellos son reproches al objeto cuya pérdida no se acepta y cuya sombra cae sobre el yo. Los reproches son reproches contra el objeto. Es decir lo que predomina es la cuestión de la pérdida del objeto.

Aquí la cuestión es la clásicamente planteada por Freud.

El duelo implica la aceptación de la pérdida- El sujeto puede localizar la pérdida, mientras que en la melancolía el sujeto sabe que perdió el objeto pero no sabe que es lo que perdió en él. No puede localizar la pérdida y finalmente no acepta la pérdida misma. La niega.

En la depresión hay un estado de negatividad del sujeto. El sujeto piensa esto no me tendría que haber pasado, debiera haber hecho tal cosa y no la he realizado. Lo que el sujeto no advierte es el goce que retiene su acto y que determina su pasividad. Hay una defensa a través de esta pasividad contra el deseo en acto.

Consideramos que no solo se trata de una lógica de la depresión sino que hay una cuestión ética en juego. La depresión implica una claudicación ética. Hay un acto que no se realiza y a pesar que el sujeto se siente en su impotencia no responsable de ello, hay una responsabilidad en juego.

En la depresión el sujeto se siente víctima de una injuria, se siente ofendido, enfermado.

La intervención clínica fundamental en relación a la depresión es la que apunta a la negación que el sujeto hace del dolor del trauma fundamental y de su compromiso narcisista y de goce con la pasividad inicial.

¿Qué es eso que no quiere saber cuando no toma esa decisión?

En la melancolía, como hemos señalado, la cuestión de la pérdida del objeto amado es central. En verdad se trata de un duelo constitutivo por un goce que no existe y que nunca existió.

Se trata de un déficit en relación a la pérdida estructural en relación con La Cosa, con das Ding. Esta pérdida podrá estar reprimida, renegada o forcluída, según se trate de la neurosis, la perversión o la psicosis.

No se produce el corte entre el sujeto y el objeto perdido. Hay una hiancia entre un goce perdido y el lenguaje.

Volviendo a la depresión subrayamos la cuestión ética en juego, en tanto la ética implica esta dimensión del acto en juego en el no ceder en el deseo. El sujeto pasivizado frente a su decisión cede en su deseo y no realiza su ética.

Lacan describe a la depresión en relación a esta cuestión ética llamándola cobardía moral.

Dice en Televisión (pag.107 vers.cast) "...se califica por ejemplo a la tristeza de depresión, cuando se le da el alma por soporte...Pero no es un estado de alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconciente, en la estructura.

Y lo que resulta por poco que esta cobardía, de ser desecho del inconciente vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado del lenguaje;..."

Vemos entonces, puesto de relieve a través del calificativo de cobardía moral la dimensión de responsabilidad del sujeto por su acto y por su decisión.

A pesar de que justamente por la estructura misma de esta cobardía el sujeto se la plantea fundamentalmente como padecida. Paradojalmente al mismo tiempo que se autoreprocha por su dimisión se siente profundamente no responsable de la misma. Irresponsabilidad correlativa de un saber que rechaza. Saber acerca del goce que lo retiene y de los pactos con el Otro primordial y/o con la seducción del padre implícitos en la pasividad con la que se sitúa en su fantasma.

Para concluir dos viñetas clínicas que subrayan algunas de las cuestiones que hemos señalado.

Una analizante de diagnóstico dudoso que nos consulta hace ya muchos años en medio de un cuadro en el que podemos situar esta instancia de la depresión y que sin embargo elude su responsabilidad moral por el acto que no produce su compromiso profundo con el goce que lo retiene y el pacto que en el juega tanto con la seducción del padre como con el superyó materno, transformando el reproche a sí misma por el acto no realizado en un reproche querellante dirigido a las personas que la rodean aptas para encarnar estas instancias del superyó materno y seducción paterna.

Observaciones clínicas: Algunos síntomas de particular interés en la clínica de la depresión y de la melancolía.

Muchas veces el autoreproche por el acto no realizado puede ser dirigido al Otro eliminándose la responsabilidad del sujeto en la decisión en cuestión y reforzándose la negación del saber sobre el goce y los pactos narcisistas en juego.

El sujeto ya no solo que no quiere saber nada de eso sino que parece saber que el mal que lo aqueja se debe a una injuria del Otro, a un acto injurioso del Otro y no al acto no realizado de él.

En algunos casos es particularmente llamativo las ideas de catástrofe incoercibles que ocurrieran de un modo más o menos inminente y frente a las cuales el sujeto se siente en la máxima indefensión sin posibilidad de apelar a ninguna instancia del Otro de lo proteja. Esto se reduce como consecuencia de que el sujeto opera una negación que podría ser tributaria de la forclusión, renegación o represión de la negación estructural que el sujeto realiza para poder vivir de la falta de garantía del Otro y de la precariedad, de la protección que ese Otro le brinda contra la indefensión primordial.

En tercer lugar la cuestión de la deuda.

Víctor Iunger