Niños en Análisis. Noemí Lapacó.

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Voy a referirme a las peculiaridades del trabajo posible para un analista cuando es consultado por un niño.


Queda sugerida entonces una primera tesis: que no todo es allí posible, si contamos como todo, lo que consideramos trabajo analítico en las neurosis de transferencia.


Recuerdo haber escuchado a la Dra. Dolto, durante una visita que hizo a Buenos Aires expresar su sorpresa por que, en nuestra ciudad parecía habitual que los analistas más jóvenes, comenzaran su práctica clínica trabajando con niños. Nos decía que quienes trabajaran con niños debían ser analistas experimentados en el manejo de la transferencia con los adultos, ya que necesariamente iban a tener que maniobrar clínicamente con los padres.


Siguiendo a Dolto, decimos que no es sin los padres que un niño se analiza.


La presencia de los padres no es sólo el obstáculo al análisis de un niño sino, que a la vez que su límite constituye su condición de posibilidad.


Es sobre esta primera particularidad que vamos a extendernos.
Más allá de lo obviamente observable acerca de la inmadurez de un niño para resolver cuestiones prácticas como viajar o pagar su análisis, voy a tratar de situar hoy, en parte algunas particularidades de esta clínica.


Que el cuerpo del bebé haya sido superficie de inscripción gozosa de la subjetividad de su madre, y destino de sus particulares modos de primitiva erotización, lo provee de las marcas primeras de aquello que es para el Otro según su muy posterior representación e interpretación, es decir su fantasmática..


Esta invasión del Otro en el cuerpo del viviente, trauma iniciático de ingreso al clan humano, cava el surco Real y echa la simiente Simbólica para que con su pasar y pasar, tome cuerpo un nuevo y particular individuo de la especie.


No es sólo por la vía de lo Simbólico que este proceso transcurre, no sólo por la vía del deseo deslizándose entre los significantes.


Digo, que la cuerda de lo Real cumple también una función constituyente del erotismo y la subjetividad, y es precisamente allí donde su particularidad toma cuerpo atravesado por el lenguaje.


Este proceso, que nombramos teóricamente como el trauma pulsional y que en un adulto neurótico está re-presentado fantasmáticamente, en los niños está presente en su relación al otro primordial, al JA como cuerda Real de la estructura por venir.
Hay un momento, un tiempo, en la estructuración de la subjetividad humana, en que el Goce del Otro no está aún en la cuenta de aquel a quien nombraremos anticipadamente Sujeto.
Aunque ese goce primordial haya sido expulsado por efecto del lenguaje, aunque el niño hable, su marca literal, litoral de lo que el niño sabe de eso, no ha sido leída aún.
El niño pequeño no ha simbolizado aún cuál es su lugar en relación al goce materno, ni dispone de una representación autónoma de ese lugar.


Inadvertido de ello, no ha sustraído su propio goce a la Demanda del Otro, no ha generado allí una pregunta, una falta, no ha incorporado esa marca como propia y por lo tanto no dispone de ella como rasgo, unario, orientador del propio goce fálico, que está entonces, a la deriva.
Estos puntos pulsionales del Otro primordial, son padecidos por el niño pasivamente.
La alternancia fantasmática S<>a, que le permite elaborar esa posición, la realiza autónomamente en sus juegos y fantasías, sin que constituyan aún una identificación estabilizada.


El niño, nos decía Freud, es por estructura un perverso polimorfo, esto significa, entre otras cosas, que no hay aún en la infancia, un objeto pulsional único, comandando su deseo.
Sólo después del segundo despertar sexual, su propio Gf estará localizado y disponible en el cuerpo, para el sujeto.


La Metáfora Paterna será entonces resignificada, y recién por efecto de esta resignificación, él mismo en tanto objeto perdido para el Otro podrá instalarse como el trenzado de los tres registros, goce, prohibición y cuerpo, y organizar libidinalmente la estructura subjetiva alrededor de él como causa, estabilizando un fantasma en particular.
En la infancia, la posición del Sujeto al Otro, lo que llamamos novela neurótica, no tiene aún estatuto estable, a cuenta del niño.


En tanto traumática está en trabajo de elaboración y es ese necesario trabajo psíquico, el de elaborar el trauma de la humanización del erotismo, el que se imaginariza y simboliza en las fantasías y el juego de un niño, en sus dibujos, y en sus palabras no sin realizarse también en la gramática de su relación cotidiana al semejante, y aquí digo a los padres.
Esa relación, realización cotidiana del trauma infantil, es la que llega a la consulta, cuando haciendo límite a lo simbólico de la función parental, al deseo de los padres en tanto tales, produce angustia........en ellos.


Destacaría dos modalidades que por insistencia se recortan en los así llamados “motivos de consulta”:

1) los puntos de quiebre entre lo esperado y lo logrado del deseo de los padres en el dominio yoico del niño, es decir todos aquellos trastornos que hacen tambalear el Ideal: dificultades escolares, miedos sintomáticos, enuresis, etc. que producen por vía de lo Real y no de lo Simbólico, una falta en la imagen del niño y de los padres en tanto lo consideren como propio, y que nos advierten de un importante grado fijeza de esa imagen ideal, de un orden Imaginario sin agujero para articular las diferencias, las originalidades que ese niño propone.

2) los intentos de corte que, en el campo pulsional, introducen los actos anticipatorios de la apropiación de la marca del Goce supuesto al Otro por el niño, vía incorporación identificatoria de un rasgo.


No son otra cosa los que se llaman habitualmente trastornos de conducta, que cuando se agravan, suelen presentarse como afecciones orgánicas recurrentes, incrementados y no casualmente a medida que se acerca la pubertad.


Un adulto neurótico, cualquiera de nosostros, dispone de una imagen yoica , de un cuerpo particularmente sexuado y de los significantes que lo representan para otros a partir de sus marcas de origen, circulando en su propio campo de goce pulsional.
Ha subjetivado, de algún modo el trauma inicial de su advenimiento al mundo parlante. Éste ha quedado re-presentado fantasmáticamente y articulado en la cadena significante, constituyendo, en el mejor de los casos, las cuerdas simbólica e imaginaria de una estructura elásticamente anudada.


Durante la infancia, el trauma no cesa de escribirse, está presente en su relación necesaria a los padres que encarnan al Otro primordial, al JA como cuerda Real de la estructura por venir.
Los efectos de esa “cuerda Real de la estructura por venir”, como les propongo nombrar a la eficacia del erotismo parcial de los padres sobre el niño en la infancia, nos llegan a través de diferentes modos de expresión en el trabajo directo con el niño.


Él lo despliega a través de juegos, frases, escenas en que el analista es incluído como partenaire, narraciones imaginarias, dibujos, textos de los padres dichos por el niño, en suma, formaciones y pre - formaciones como las nombra Elsa Coriat, para un Icc. aún en tiempo de estructuración, de represión.


Se ofrece también a nuestra lectura en el discurso de los padres, según su resolución edípica y su historización lo determinen.


El propio borde pulsional de cada uno de ellos, presentará en la escena del análisis de su hijo, el límite a la función simbólica parental, de sostén o de corte, según el caso.
Es con este Real presente que aguarda por su escritura con lo que tiene que vérselas el analista de niños.


Es desde allí que intentará relanzar la función detenida, enredada en la propia historia infantil de los padres, poniéndole palabras, leyendo y re-escribiendo lo que en cada caso hubiera quedado sin acotamiento simbólico, a la vez que propiciando los intentos de separación subjetiva del niño, su interrogación por el deseo del Otro, y la inscripción de sus propias marcas.
El análisis de un niño no es sin abordar en presencia, el Real que le enrieda los pies desde la subjetividad Otra que lo constituye sexuado.


Eso no se deja operar sólo desde el niño, ya que como decíamos al inicio, no está aún a su cuenta, él no se ha restado de allí aún, no ha simbolizado esa marca para operar con ella desde su falta.


Es entonces del orden de lo necesario calcular y abordar el punto de límite subjetivo de los padres en relación a su función, al que un niño responde positivamente cuando hace “síntoma”.
Este punto de límite se presentará en la escena de la transferencia, en relación al analista de su hijo gestando confusiones de horario, dificultades de honorarios, suspensión de sesiones, interrupciones y demandas. ¡Bienvenido a la escena, en tanto que es por esa vía que podrá ser interrogado!


Claro que allí se pone a prueba también el límite del analista, en cuanto a su “savoir faire” para poner a jugar en la escena de la transferencia con los padres, aquello que se presenta, mudo y ruidoso, y para pasar de la pura escena a la escritura, o la lectura, según el caso los significantes que la representarán.


Los padres de Juan, que tenía importantes dificultades para leer o escribir, estaban separados en términos sumamente crueles. No podían dejar de acusarse y pelear, ni tomar acuerdos, siquiera muy mínimos.


Tanto que no habían podido llevar a su hijo a ninguno de los profesionales a los que los habían derivado, no podían acordar el pago o los horarios convenientes, ni quien lo llevaría cada vez sin destrozarse en el intento: insultos variados, venganzas posteriores, lágrimas y acusaciones recíprocas eran el resultado.


Todas las cortas intervenciones intentadas antes habían apuntado a subrayar el conflicto: ”el problema son Uds.: mientras Uds. dejen de pelearse para ayudarlo, él no va a estar mejor.”
Este dicho de los profesionales a los que acudieron, no obstante representar una verdad, no tenía ninguna eficacia para restar al niño de la escena de la pelea de los padres. Más bien al contrario, lo sostenía juntándolos en relación a el, “hasta que ellos pudieran...”


¿Y el tiempo del niño?...¿ y el segundo año de escolaridad que ya transcurría sin alfabetizarse?...¿y sus caídas, fracturas, enfermedades a repetición, su im-postura de niño bobo, las lastimaduras en lo real de su cuerpo, mientras tanto?....¿qué?


Una intervención eficaz resultó ser, el excluir la escena de la pelea del consultorio y acordar pactos personales en entrevistas individuales con cada uno de ellos, casi como si no se conocieran, y exclusivamente para con las situaciones que incluían a Juan: uno lo traería los lunes y se haría cargo del pago de esas sesiones, el otro los miércoles con igual compromiso. Uno lo ayudaría con las matemáticas, el otro lo llevaría a natación, uno se haría cargo del dentista, otro de las citas de la directora del colegio.


Allí la intervención del analista opera en lo Real de la transferencia, separa, acota el goce en acto excluyendo al niño de la escena de los padres, cuidando de darle a esta operación el necesario alojamiento imaginario para no resultar expulsado de la escena. .


En otra escena que la de la contemplación pasiva del goce ajeno, pura escena primaria, un niño jugará su juego: el de sustraerse algunas veces de allí, el de ampliar y ordenar el territorio del propio erotismo e integrarlo en una imagen sexuada de su cuerpo.


Circulará en un mundo significante, cuestionando y descubriendo sus posibilidades de intercambio para así establecer una novela, que le permitirá restarse de donde no sabía que estaba, para saber y sobre todo para poder olvidar qué objeto hubo sido para el Otro, en su prehistoria.

Noemí Lapacó.