Psicopatología del abuso sexual infantil. Stella Maris Gulian.

Tiempo de Lectura: 15 min.

(*) Ciclo Psicopatología del abuso sexual infantil, 16 e Mayo del 2009 Organizado por Stella Maris Gulian-Alberto Díaz y Macarena Cao Gene.

En las palabras de apertura les hablaba del “no poder alojar” y del “no poder perder” que eran los significantes que se repetían en las autoridades de la Universidad al momento de definir cómo alojar tanta demanda. “No poder alojar”, “no querer perder”son precisamente los significantes que se repiten en los casos de niños abusados, donde el adulto no puede alojar la denuncia y/o no quiere perder un lugar o una posición. Es así que el niño queda a merced de su propia angustia sin palabras para enunciar el horror que vive.


Precisemos términos. ¿A qué llamamos abuso sexual infantil? No es solo el acceso carnal sobre un niño, sino toda intromisión sexual del Otro sobre la persona del niño, violando su inocencia sin pudor y arrasándolo subjetivamente. Que un niño pequeño vea escenas de encuentro sexual en la tele o videos pornos o sea testigo del acto sexual entre adultos o sea él mismo tomado como objeto sexual, todo ello es abuso sexual infantil. Tendríamos que hablar en estos casos de “abusos invisibles” ya que son esos abusos que no dejan marcas, los que son difíciles de probar por la pericia médica y a veces también por la psicológica.


Pero también hay abuso o violencia cuando hay descuido del Otro frente al niño o imposibilidad o desinterés por escuchar sus necesidades. El abandono como el desamparo, son formas de violencia que posteriormente, si no media algún tipo de inscripción, seguramente el que las padeció hará en otros la misma acción, como modo legitimo de relacionarse con los demás.
Una niña de 4 años está jugando con su abuela a upa y su primito está atrás de la abuela colgado de su espada. De pronto la niña se levanta la remera y le pregunta a la abuela ¿te gustas mis tetitas? ¿queres tocarmelas? La abuela se horroriza y solo atina a preguntarle quién le pide esas cosas y escucha al mismo tiempo que su nieto le grita a la prima angustiado “¡decile quién es, decile!”.


La misma nena está con su madre y con su abuela en un negocio de venta de celulares. Salen a la calle a mostrarle al vendedor un celular de la vidriera. El vendedor se agacha para tomarlo, quedando su cola frente a la calle. La niña se acerca a ella y chupa el vidrio. Madre e hija quedan avergonzadas y la retan por lo que hace. Pero todo queda ahí. Pasarán largos meses hasta que hagan la consulta, que será por enuresis de la niña y no por abuso. Ellas no podían pensar que eso podía ocurrir, tal vez eran fantasías. Pero ¿es fantasía infantil que un niño chupe la cola de un adulto, que bese un pito o intente poner el suyo en la cola de un compañerito? ¿Son esas las fantasías infantiles? ¿De que modo puede un niño “saber” sobre el encuentro entre adultos si no fue a través de un adulto que lo instruyó? ¿Y porqué o para qué un adulto daría semejante información?


Me pregunto ¿por qué ahora escuchamos tantos casos de abuso y maltrato? ¿Será que hay más ahora que antes? Creo que no, que nuestra sociedad necesitó tiempo para poder elaborarlo, como tiempo necesitó esta abuela para procesarlo. Mientras vivimos bajo la Dictadura, no era posible pensar en denunciar un caso de abuso ¿quién iba a escucharlo? ¿a quien podía importarle? En todo caso eran cosas que pasaban en las villas por ser ignorantes o que les podía pasar a los comunistas. En el mundo católico eso no pasa. ¿¿¿No pasa?? En las “buenas” familias ¿tampoco pasa? ¿O será que en niveles socioeconómicos altos hay medios para poder pagar el silencio? Intereses de los adultos que cuidan “que de eso no se hable” matando la infancia sin pudor.
Los niños hablan pero no siempre con palabras. En los casos en que sufren abuso o maltrato (si es que podríamos diferenciarlos, ya que ambos son abusos y maltrato) hay un notable cambio de conducta: pasan a estar tristes, retraídos, extraños, a veces agresivos sin razón aparente; otros niños intentan hacerle a un compañero lo mismo que a ellos le hicieron, sus juegos son reiterativos o dejan de jugar, algunos se vuelven encopreticos o enuréticos. Pero todos -casi sin excepción- se vuelven incapaces de aprender... pero los chicos siempre dicen lo que les está sucediendo y lo hacen como pueden y frente a quien creen que puede escucharlos.
Papá, decile a mamá cómo es que me das besitos aquí abajo, le dice la nena de 4 años a la madre y sale corriendo a “seguir jugando”. La madre enmudece. Piensa que son fantasías de su hija. Tardará muchos meses en hacer la consulta. Mientras tanto la niña siguió visitando a su padre.

Por un momento vayamos a Hollywood. Hay una actriz llamada Teri Hatcher, protagonista de la serie norteamericana Amas de casa desesperadas. En los reportajes se refería a su infancia como tranquila junto a sus padres, donde nada hacía sospechar lo que ocurría. Un día ella lee en el diario que una joven de 14 años se suicidó luego de haber sido abusada sexualmente por un hombre de 61 años de quien el periódico da el nombre. Ese hombre era su tío, el mismo que había abusado de Teri en forma sistemática desde los 5 a los 8 años.

La actriz se presenta voluntariamente a los fiscales del caso y da su testimonio pidiendo se oculte públicamente su identidad. Su alegato sirvió para que el abusador fuese condenado a 14 años de cárcel. Pero unos años más tarde, durante una entrevista televisiva, rompe el silencio y hace pública su denuncia. Allí cuenta cómo ese tío se las ingeniaba para quedar a solas con ella en su auto y abusarla. ¿Qué la decidió a hablar? Dijo que era la culpa que sentía por el suicidio de la joven, que tal vez si ella hubiese hablado a tiempo, no habría sido abusada, además hoy ella tiene una hija con 8 años.


Teri como tantos otros, guardó silencio y nada dijo a sus padres siendo tan pequeña, ¿por qué? ¿porqué un niño puede preferir guardar silencio frente al abuso? Puede ser que el abusador lo amenace o le presente un panorama apocalíptico si habla, pero ¿es posible pensar que al niño “no se le escape nada”, que nada diga ni siquiera jugando solo o con otros, que nada en su conducta llame la atención?


¿Cuántas veces como analistas los escuchamos siendo adultos que nos cuentan que siempre guardaron silencio sobre eso sucedido? ¿Porqué? ¿Es posible? ¿Nunca dieron señales de lo que pasaba? ¿O algo los hacía suponer que no serían escuchados?

De Norteamérica a Bs.As. Esta vez en mi consultorio: una joven consulta por sus dificultades para avanzar en su carrera. Quiere estudiar y no puede. Nada le entra. Lee y no entiende. Se deprime con facilidad.


En la segunda entrevista me espetará que su hermano mayor abusaba de ella cuando era pequeña. Supone que ella tendría 6 u 8 años. ¿Qué pasó? Tampoco sabe. Solo el vago recuerdo, flash, imágenes borrosas. Nunca se lo contó a sus padres. Dice que su hermano la amenazaba con pegarle más si ella hablaba. Veinte años después sigue viviendo aterrada por él.


Pero se pone de novia, empiezan sus primeros encuentros sexuales y otra vez el hermano se presenta en la escena, pero esta vez a través de los recuerdos que le impiden una vida sexual plena. Ella no puede. Borracha se lo contara a su amiga y luego al novio... finalmente a mí.
A la siguiente sesión relata una fuerte discusión con su madre quien le grita que ella es igual a su hermano. La angustia la invade y el recuerdo de lo sucedido nubla su mente. Yo no soy igual que él!! –grita- El me tocaba y abusaba de mí!! ¿no sabías? Estalla el horror silenciado. La madre se desespera preguntándose cómo no se dio cuenta, mientras su marido reniega una y otra vez. Para él serán meros juegos infantiles sin importancia.


Me pregunto ¿qué la llevó a develar su secreto si ya antes había estado con psicólogas o analistas desde aquellos años de su niñez? Dirá que algo en mi mirada le permitió hablar. Una mirada se recorta como diferente al resto de los profesionales psi. Era el tiempo de develar lo que pasó y poder procesarlo. No era aún el tiempo de poder abrir preguntas, ni de deglosar que tras la demanda manifiesta de ser reconocida como objeto de maltrato, había un enigma a descifrar: ¿por qué su empecinado silencio? Será entonces cuando aparecerá sin velo la renegación del padre en múltiples escenas familiares. Orfandad de padre, exceso de peso que su cuerpo portaba dolorosamente (1).


El análisis le permitirá ir lentamente, respetando sus tiempos, “sacarse el peso”, descubrir lo doloroso que su silencio encubría, para luego llegar al tiempo de poder preguntarse qué quiere y puede hacer con todo eso hoy.

Freud en el Proyecto habla del carácter necesario de la descarga de tensión en el sistema, que se manifiesta principalmente por el grito: “El organismo humano en estos estadios precoces, es incapaz de provocar una acción específica que solo puede ser realizada con ayuda exterior”.
Hay una necesidad que motiva el grito y ese grito llama a una respuesta del Otro nutricio. Es esperable que ese grito se transforme en significante de la demanda para el Otro, ya que la mayor necesidad de un niño es encontrarse con “un deseo no anónimo” un deseo que lo aloje como uno que cuenta para el Otro, solo así el grito tendrá inscripción y representación psíquica.


Puesta en acción de un deseo no anónimo, que en el estado de hospitalismo el circuito queda reducido a necesidad-demanda en el anonimato.

“... desde el origen, el grito está hecho para que se tome nota, incluso para que haya que rendir cuentas a Otro más allá. No hay más que ver allí el interés que toma el niño y su necesidad esencial de que se reciban sus gritos modulados que se llaman lenguaje, sus gritos articulados que se llaman palabras y el interés que presta a este sistema por sí mismo (...) Desde el origen, el niño se nutre de palabra tanto como de pan” (2).


Estamos hablando de lo que Freud llama la Hilflösigkeit, el desamparo originario con que todos nacemos, donde el deseo materno acude en su ayuda. Allí el niño participa ¿con qué si aún no tiene con qué? Pues “con su piel”, nos dice Lacan.


El desamparo originario ubica al niño en situación de total dependencia frente a sus padres: dependencia biológica producto de su propia prematuración y sobre todo dependencia afectiva. Dependencia que hace que la simple satisfacción de la necesidad pase a ser un don de amor o de desamor: se come por amor, se aprende por amor, se crece por amor o gracias al amor... se pega, se castiga, se maltrata ¿en nombre del amor?


Esa dependencia deja al niño en situación de total sometimiento: sometimiento necesario, instituyente, constitutivo. Pero este mismo sometimiento deja abierta la posibilidad de una arbitrariedad, de un abuso de la omnipotencia de aquellos que debieran ayudarlo, dando así espacio a un inquietante exceso.


Entonces ¿qué ocurre cuando ese desamparo lejos de ser aquello vivido y necesario en los primeros momentos de la vida, pasa a ser un infierno del que no se puede salir? ¿Qué si aquel del que el niño depende, en nombre del amor lo ultraja o lo viola? ¿Qué si le niega el alimento o se lo abandona a su suerte dejando así a esos niños o adolescentes en un mudo padecimiento y en situación de total inermidad?


Si el desamparo es la primer morada, será función del Otro “hacer lugar” y sostener esa inermidad, ese primer desvalimiento. La clínica nos muestra que muchas veces el exceso de esta función hace operar una nueva forma de desamparo, si ese Otro en lugar de sostener, amparar, toma al niño como objeto a ser gozado. Me refiero al desamparo como carencia de asistencia o como objeto de goce para un adulto. El Síndrome de Münchausen es una de estas formas de abuso, donde el adulto, en este caso la madre, enferma a su hijo físicamente inyectándole drogas o dándole medicamentos contraindicados o exceso de sal por ejemplo, para sostener que su hijo está enfermo y así llevarlo por uno y otro de los hospitales en un intento de que los médicos “descubran” la rara enfermedad que éste padece.


El desamparo es también una cara de la violencia o abuso. Me refiero a los niños abandonados, los niños de la calle, a la infancia que mendiga para aportar comida o vino al hogar, a los chicos victima de la prostitución, a las madres niñas, a los bebes abandonados, a los niños tirados en tachos de basura, a los niños muertos, asesinados, arrojados como desecho. Mil caras tiene el maltrato y cada una de ellas merecería una reflexión.


Tenemos así niños caídos de la escena de la infancia, perdidos en su condición de niños, expuestos al desamparo y a un goce que paraliza sus juegos. Niños que pierden su mundo y sus juegos.


Todo abuso para un niño es incestuoso en tanto para el niño cualquier adulto representa una figura parental. El abusador cosifica a su victima. No es para él un semejante, sino un simple objeto de satisfacción.


Cuando el abuso es a edad muy temprana no hay aparato psíquico capaz de poder simbolizarlo. El juego queda detenido y la palabra enmudecida por el arrasamiento subjetivo que el acto violento ejerció sobre ellos. Donde la simbolización falla para dar lugar a la irrupción del horror de la existencia, el sujeto queda bajo los efectos de un destierro subjetivo.


Jugando el niño elabora lo traumático, pero ¿si es del horror lo vivido es posible jugarlo? No es posible, en estos casos el juego se detiene. Entonces toda posibilidad de tratamiento va a ser posible en tanto el analista pueda ofrecer un espacio de confianza, porque el niño siempre denuncia el abuso, aunque no necesariamente con palabras. Lo dice en sus padeceres, en sus mostraciones. Es responsabilidad del adulto poder leer allí.


Se tratará entonces de “abrir el juego y al juego” ya que es el juego con sus personajes los que darán las pantallas para decir lo indecible. El juego ofrece el velo que el horror mostraba. Recuperando el juego, los niños recuperan su mundo. El juego puede contener el terror o la furia, pero lo contiene dentro de un marco de ficción, de una convención significante en que lo real queda horadado por lo simbólico.


Que en el juego pueda re escribir la escena, que algo se re escriba, que cese de no escribirse. Que pase de lo acontecido, a un relato lúdico. Pero ese relato lúdico debiera ser velado, velar lo real, poner velo a las formas descarnadas y obscenas de goce.


Si bien “lo importante no es lo que se hace de nosotros, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que han hecho de nosotros” –al decir de Sartre, esto vale para el adulto y tal vez para el adolescente, ¿pero para los niños? ¿Es el tiempo para implicarlos en su goce o primero debiera haber algún enlace entre goce, deseo y amor, alguna escritura para que luego, en una segunda vuelta, llegue el tiempo de la implicación?


Y aún antes de ello ¿no es necesario algún “influjo analítico” sobre la persona de los padres y si esto no es posible, una apelación a alguna otra instancia que desde lo social diga que eso que sucedió no debió haber sucedido y obre en consecuencia?


Se trata entonces de poder encontrar una manera de lograr que el recurso a la ley y a las instancias jurídicas que la encarnan, garanticen estrictamente que no todo goce está permitido.

En el año 1982 una noticia conmueve a los porteños: los hermanos Schoklender son acusados de haber matado a sus padres y por tanto enjuiciados. Desde la cárcel Pablo –el menor de los hermanos- escribe sus “memorias”(3). Allí testimonia del horror por ellos vivido y del intento de seducción de su madre, que es lo que al parecer motivó el acuerdo entre los hermanos para cometer el asesinato.


Sergio –el hermano mayor- parece haber sido el mentor del crimen cuyo objetivo era “salvar” a su hermano menor del incesto con su madre. ¿Pero que los llevó a estos adolescentes a tomar en sus manos la ley? ¿De “salvar” a quién se trata? ¿A un hermano? ¿O acaso fue un intento fallido de demandar un corte a cualquier precio?


Los humanos nos diferenciamos del animal porque entre nosotros rige la prohibición del incesto. No hay ningún grupo humano ni ahora ni hace 2.500 años en que el acceso carnal a la madre no les sea prohibido. Puede en algunas culturas aceptarse relaciones entre hermanos (como era entre los egipcios por ej.) o que el futuro suegro deba tener la primera relación con la nuera para determinar si es o no virgen. Pero en todas las culturas la madre está prohibida.


¿Qué significa esto? Que en el instante en que el médico obstetra corta el cordón que separa al niño de la madre, a partir de ese momento es como si le dijera: “ya no más podrás reincorporar tu producto a tu vientre a riesgo de matar a tu hijo. Tu hijo ahora es hijo de la vida y no tuyo”.
Instantes después la placenta es expulsada. Como si la misma madre respondiera: “si, acepto esto y por ello expulso de mi cuerpo el hábitat en que tenía a mi hijo y lo alimentaba”. A partir de ese momento puede ser por el pecho o por una mamadera que lo alimente, ya no es preciso engullirlo.


Pero si la madre engulle al hijo, las consecuencias de la no aceptación de esta prohibición serán nefastas. Será desde lo Real de donde advenga la castración cuando no es inscripta desde lo Simbólico.


Ya Sófocles en el siglo V antes de Cristo escribió la tragedia de Medea quien mata a sus hijos cuando se entera que su esposo se casará con la hija del Rey. Ellos –dice Medea- son carne de mi carne, o sea que jamás fueron dados al mundo, ellos son su producto, productos de ese pacto matrimonial: ella con sus dotes de bruja lo ayudaría a conseguir el Vellocinio de oro y así acceder al trono y al poder, a cambio de lo cual él se casa con ella y le da hijos. Pero roto el pacto, los niños también debían morir.

Sabemos que el Nombre del Padre es el soporte del funcionamiento de la estructura del sujeto, el cual está presente en principio en el Otro primordial. Por ser el padre una barrera al goce, con su acto pone freno a la ley del capricho del Otro. ¿Pero qué sucede en estos casos con estos padres? ¿Qué es un padre y qué se espera de él ubicado en su función?
Padre es un sujeto que ejerce el oficio de padre, aquel que transmite mediante su palabra ex officio su función (4) Por eso se entra en la paternidad mediante la renuncia a sostener su propia pregunta de hijo frente a su hijo.


¿Qué le demanda un hijo al padre? Aquello que el padre está en posición legal de dar: el límite o mejor dicho el corte con el Otro primordial.

“Un padre no tiene derecho al respeto sino al amor, más que si el dicho amor está pere-versement orientado, es decir, si hace de una mujer objeto a que causa su deseo... La pere versión es la única garantía de su función de padre (pere) “ (5)

Podríamos preguntarnos ¿qué tipo de justicia intenta restaurar el parricida con su acción? Al callejón sin salida del padre, responde el callejón sin salida del hijo. Cuando un padre no oficia de tal frente a su hijo, cuando se invierte la función, es imposible ser hijo, ya que el hijo tomará en sus manos la ley que se espera cumpla el padre, el corte que se espera que él haga.


En los Schoklender tenemos la sensación al leer sus “memorias” que el padre parece no saber bien cómo arreglárselas con el goce de su mujer, goce que para sus hijos se presenta como exuberante justamente por no tener quien le ponga un límite, quedando éstos a merced de su capricho. Estos padres no tienen valor falóforo para ellas. Portan los “pecados del padre” del que Lacan nos habla en Hamlet. Padres que lejos de hacerse cargo de la privación del goce de la madre, se transforman en su cómplice. Pero si bien son padres impotentes, inoperantes, bien podría la ley a través de sus representantes cumplir esta función.


Si la verdadera castración es la del Otro materno, cuando ésta no acepta ningún límite, transmite en sus hijos el infierno de vivir. Su palabra es omnipresente, sin resquebrajamiento, una roca frente a la que se estrellan sus hijos.

“Me sacudió la sensación de encontrarme con una serpiente –nos cuenta Pablo en el límite de la desesperación- Extendió un brazo tapándome la boca con la mano. Con el otro se aferró a mi hombro. Y súbitamente comenzó a frotarse contra mi cuerpo, gimiendo. Me veía asomado a esa garganta insondable, veía con espanto la negrura que se abría a mis pies, siniestra, pero provocativa a la vez... La figura que se inclinaba sobre mí (¿un vampiro?) hincaba sus garras en mi pecho, pero una mano suave, entre la holgura del pijama, maniobraba entre mis piernas... Dijo que los hijos pertenecen a la hembra que los pare. “Sí, soy un monstruo y puedo arrastrarte donde quiera, porque sos mío. Yo te di la vida. También puedo darte la muerte. El viaje al infierno puede resultar muy divertido conmigo, Pablo.”


(...) Unos días después tuve el último y más perverso ataque. Ella me había dicho que almorzásemos juntos en el comedor, pero al llegar noté que las empleadas no estaban y tampoco mis hermanos. Las cortinas estaban corridas y había un muy fuerte olor a perfume.
Mamá salió del baño canturreando y yo no le presté atención ocupado como estaba mirando la televisión.


De pronto dijo: Hola chico, ¿qué tal me ves? Estaba envuelta en una toalla azul y contorneándose se la quitó repentinamente quedando totalmente desnuda como el remate de una escena de strip tease.
No soporté más y de un empujón salí corriendo a la calle, vagando sin sentido. Del fondo de la garganta me brotaba un alarido incontenible. Dicen que en mi desesperación gritaba “mamá”. Todos creyeron que estaría loco o poseso. Algunos pensaron en llamar a una ambulancia.


Al volver a casa ellos estaban discutiendo una vez más.


-Todo es por tu culpa, maldito!!- gritó ella al verme.
Supe que Sergio había hablado con papá de lo sucedido, pero que él no solo le enrostró eso, sino que aprovechó para recordarle la larga serie de sus amantes con los que lo engañaba. Una vez más la actitud de mi padre me desconcertaba. Había incluido el tema en otro argumento para enrostrarle la consabida y larga serie de infidelidades. Pero yo no era D. ni el borrachín marinero de La Floresta, ni un “empresario amigo”. ¡¡Yo era su hijo!! ¡¡Era preciso reaccionar con hechos fuertes frente a la monstruosidad!!

El libro termina con estas palabras: Nuestro mundo no fue un invento de los jóvenes, sino que lo heredamos. Somos el resultado de un sistema que programaron los mayores. Es fácil que un indignado padre abofetee a su hija y la llame pervertida, pero parece complicado que ese mismo padre se pregunte ¿qué hice yo para impedir esa situación?


Los mayores fabrican las armas y después se quejan si los jóvenes las usan ¿se entiende?

Tomo sus palabras: Es fácil que un indignado padre abofetee a su hija y la llame pervertida, pero parece complicado que ese mismo padre se pregunte ¿qué hice yo para impedir esa situación?
Que nuestra abstinencia no se confunda con inacción. ¿Por qué desestimar rápidamente la veracidad de ciertas denuncias de abuso o maltrato en aras de considerarlas producto de fantasías? Cuando el Otro no convalida lo que el niño padeció, el niño deja de tener confianza en sus propias percepciones. Descreerle al niño, es sumar más violencia al abuso sufrido. ¿Y qué si es un profesional el que escucha, asumiendo una actitud renegatoria, evaluando estos decires como fantasías edípicas?


¿Qué puede llevar al profesional a esa desmentida? Tal vez el horror a inmiscuirse en lo que hasta el momento de hacerse público quedaba reservado a la esfera privada. Tal vez el temor consecuente por quedar involucrado en una denuncia que incrimine a alguno de los padres, con las consecuencias jurídicas y personales que de ello se deriva.
Pero ¿realmente son tan pocas las víctimas de maltratos y abusos sexuales que pasan por nuestra consulta?


Además, cuando el Otro no convalida lo que el niño padeció, no presta aparato psíquico para elaborar lo sucedido dejando el niño de tener confianza en sus propias percepciones. El reclamo del niño al Otro queda así varado en el estadio de grito imposible de pasar al estatuto de la voz. Un grito en el desierto.


Es cierto que también hay casos de niños abusados “dialécticamente” por sus madres quienes se presentaban ante el profesional para denunciar el supuesto abuso del padre sobre el hijo y que avanzado el caso, no existe tal abuso sino un intento perverso del lado materno por tomar al niño como rehén o como propiedad. Si bien la gravedad no es la misma, no por eso deberíamos desestimarlo rápidamente, porque no es sin consecuencias dichas actitudes y alguna intervención de nuestra parte es esperable en el caso por caso.


El enlace entre goce, amor y deseo no va de suyo. A veces nos toca a nosotros trabajar para poner en marcha dicho enlace ya que en estos casos el amor en tiempos de la infancia no intervino para enlazar lo pulsional, dejando a lo que lo pulsional huérfano de amor. Escritura que en una segunda vuelta permitirá acceder al tiempo de la implicación.

Ich glaube nicht significa “yo no lo creo” es lo que algunos de los sobrevivientes de los campos de concentración se decían estando allí. ¿No era acaso éste un modo de sobrevivir al horror? Cuando lo real aparece sin velo, el sujeto responde con la desmentida. Pero ¿qué si el que así responde es la persona del analista? Un analista es llamado a ocupar un lugar y no a intervenir desde su subjetividad.


Así me pregunto si la situación de estos niños caídos prematuramente del campo del Otro en el punto del abandono, no podrían ser leídas como Hilfsbedürftigkeit que dice del deseo imperioso de recibir ayuda.


¿Entonces es de la Hilflösigkeit de lo que se trata en los abusos o maltratos en los niños o lo escuchamos como Hilfsbedürftigkeit que dice del deseo y de la necesidad de recibir ayuda? Como profesionales ¿sumamos desmentida y reiteramos el glaube nicht o escuchamos?
Si la Hilflösigkeit no es escuchada, el niño muere, entra en el autismo o en la psicosis. ¿Y si se tratara de la Hilfsbedürftigkeit, de un grito de ayuda imperioso?


Si en el instante en que el niño nace no hay Otro que lo sostenga, el niño cae. Si cae, ya no grita sino que se ahoga. ¿Y si el grito fuese Hilfsbedürftigkeit y hacemos oídos sordos cuáles serian las consecuencias?


Entonces como analistas ¿sumamos desmentida y reiteramos el glaube nicht o escuchamos? Pensemos que para estos niños la única oportunidad de amar y crear se va a jugar en el espacio transferencial del análisis. Del analista se espera que no repita la misma respuesta de desmentida que llevaría a atribuir estos hechos sucedidos en lo real a construcciones fantasmáticas del niño, repitiendo lo que le llega desde su Otro primordial. Si así lo hiciese el analista estaría faltando a la regla de abstinencia dado que pondría en juego lo que debiera dejar de lado: su propia subjetividad. Son sus intereses lo que es puesto sobre el tapete al convencerse que solo son fantasías. Reproduce así en transferencia la falta de confianza en el testimonio de sus propios sentidos, como sucedió con el niño que fue obligado a la respuesta de increencia por su Otro primordial.


Entonces recibiremos a ese niño 30 años después quien luego de un tiempo de tratamiento nos contará con dolor, con vergüenza y llorando lo que aquel o aquellos días sucedió. En ese instante la edad se borrará y estamos frente a un niño quien sólo sumó años, pero nada pudo elaborar “aún”.

Stella Maris Gulian

NOTAS:
(1) Los padres me piden una entrevista, mi paciente me pide que los reciba. Acepto. La madre estaba desencajada de dolor. Se debatía entre expulsar a su hijo del hogar o separarse del marido con el cual discutía sobre el extraño actuar de su hijo desde que éste tenía 4 años. Él desmerecía todo lo que ella decía, pero parece que ella “no estaba loca”, algo pasaba.
El marido, en cambio, está más que tranquilo. Insiste una y otra vez que son juegos infantiles sin importancia, que eso fue hace mucho tiempo y que ya pasó. Si algo le preocupó alguna vez de su hijo fue ese “amaneramiento” que tenía de chico. El lo quería “macho”. Que aquellos juegos entre hermanos se hicieran en la cama matrimonial, que hoy su hijo utilice la misma cama para estar con su novia y olvidar allí sus preservativos, nada le dicen a él más que confirmarle que tiene un hijo macho. Que su hijo termine detenido por golpear a otro casi hasta matarlo, tampoco lo interroga.
(2) Lacan, Jacques: Las relaciones de objeto, clase del 27 de febrero de 1957, Editorial Paidós, Bs. As
(3) Yo, Pablo Schoklender. Escrito desde la cárcel de Villa devoto. Antonio Tersol, editor, 1983.
(4) Legendre, Pierre: Lecciones VIII. El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre. Siglo XXI editores.
(5) Lacan, Jacques, RSI Seminario 22