El objeto a: Punto de torsión entre el inconsciente freudiano y el lacaniano. Eva Lerner.

Tiempo de Lectura: 20 min.

(*) Texto publicado en el Cuadernos Sigmund Freud Nro 26 (Otoño 2009)

I. Introducción.

Los psicoanalistas hemos dedicado muchos años a conceptualizar las articulaciones entre Freud y Lacan, a recordarlas, a debatirlas, a confrontarnos con ellas, a declararlas imprescindibles o bien a prescindir de las mismas. ¿Qué suerte de continuidad teórica inevitable, de apoyatura lógica y de imposibilidad de exclusión práctica encontramos en Lacan que no es sin Freud?

¿Cómo decir apropiadamente –y con palabras que no estén gastadas ni con citas usadas convenientemente– que no podemos olvidar la esencia misma del psicoanálisis inventado por Freud y su finalidad? ¿Qué clase de desafío nos propone aceptar la convocatoria de Lacan cuando dice: “Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano”(1)? Si quieren y pueden, agregaría.

¿Se podría leer en esta invitación una exclusión? Si elijen “ser” lacanianos, ¿no “serán” más freudianos?, ¿podemos “ser” sólo lacanianos? ¿Y si, despojándonos de la convocatoria a “ser”, se tratara de una lógica inclusiva?

Freudianos y lacanianos. O mejor aún, si lacanianos, entonces freudianos.

Podría dedicarme a fundamentar esta dificultad con algunas perspicacias topológicas a las que solemos apelar y la banda de Möebius u otras vendrían en mi ayuda. Forzar las teorías entre sí y, todavía más, hacer encajar teoría y clínica sin resto, partiendo del supuesto de relación entre ambas, me apartaría de la tensión que propongo otorgarle al tema, además de repetir el error en el que, a mi entender, caemos hace años. Elegiré por ello un camino sin ninguna pretensión de cientificidad como aval de mi propuesta ya que tal pretensión, en psicoanálisis, no dejaría de ser un fantasma más.

Muchas son las cuestiones en las que podríamos detenernos respecto de la reformulación lacaniana de la obra freudiana y, por ende, de la clínica que de ese retorno se desprende. La teoría freudiana ha quedado dada vuelta como un guante, en un sentido estructural, al ser reformulada por Lacan. Pero esto no quiere decir dejar de lado la actividad propia del psicoanalista en la tarea de analizar llamándola freudiana ni que, por verificar las dificultades con el goce, se podría suponer tan ligeramente que éste se puede reeducar o interrumpir con el corte y que eso querría decir “ser un buen lacaniano”.

¿Cómo se gasta el goce? ¿Cómo se transmuta? Ése es a mi entender el tiempo de nuestra dificultad, bastante soslayada en los debates –y no podría ser de otro modo en tanto es propio de lo neuróticos que somos, como si cada uno, en el mejor de los casos, supusiera que el otro sabe hacer con eso y uno mismo aún no. Y en el peor de los casos, más lamentable aún, que uno sabe y los demás no. Tomémoslo con humor, sin evitar las preguntas al pretender responderlas en forma rápida con citas. Habitualmente proponíamos no pasar de una “teoría” a “la otra” sin pagar el peaje correspondiente, ¿fueron vanos esos intentos?

Lacan hace una interpretación de Freud y cada uno de nosotros hace lo propio con el texto de Freud y con el de Lacan también. Son sólo los restos de nuestro espíritu científico los que nos hacen pretender ser taxativos y entrar en disyunciones exclusivas al estilo de “o Freud o Lacan”. No hay teoría psicoanalítica ni freudiana ni lacaniana porque cada concepto hay que leerlo según el contexto en el que aparece. No hay, insisto, una teoría freudiana y una teoría lacaniana compactas y consistentes sino que cada concepto en Lacan y en Freud cuenta de otro modo en tanto se hace oír en el análisis.

Leemos durante muchos años pero nos constituimos en lectores sólo cuando nuestro fantasma no está en juego para moralizar lo que leemos. Constituimos así a un autor cuando nuestra lectura hace bailar a los conceptos dormidos una danza que los despierta, pero la música es del lector, correlativa a su verdad. Así como sucede con las palabras en un análisis, que son significantes y se leerán con lo poético de la creación del analista en la lectura, del mismo modo se efectúa el trabajo de hacer entrar lo resistente al discurso, también con su límite real.

Lo que antecede podría referirse a la lectura de los textos y a la lectura de los dichos de un análisis. Pero, aunque debiera ser así, no es lo que a veces ocurre. Muchos no analizan del mismo modo que teorizan (y de ellos se dice que no teorizan bien). Y muchos analizan del mismo modo que teorizan (y de ellos se dice(n) que no analizan bien). Más allá del sorprendente narcisismo de los psicoanalistas, cuando nos pavoneamos engreídos como cualquier otro hablante, la pregunta que se puede formular es la siguiente: ¿cuál es el grano de verdad de lo que en otros tiempos nos distribuyó en clínicos por un lado y teóricos por el otro?

Lacan llamaba “analista de hoy” a los “analistas del yo”, sin embargo hay analistas lacanianos que actualmente podrían estar bajo ese apelativo y ser responsables –hoy, como aquellos analistas de entonces– de que se pierda el discurso analítico por justificarse en la subjetividad de la época. Sin desatender las dificultades con que en la actualidad se presenta una demanda por la poca apuesta a la palabra de los tiempos que corren se escucha, sin embargo, de muchos analistas, no saber aún convertir una consulta en demanda de análisis y hacer por ello teorías de “inanalizabilidad”. Más aún, la semilla de este desvío pareciera estar fundamentada en esperar todo del retorno de lo reprimido que se lee en el decir. Lo que no se dice es marca, dato a leer. Es por ello que hacer hablar permite que se instale la suposición de saber, esto no será sin el saber hacer del analista “en los tiempos que corren”.

El requerimiento del lazo social del hablante, agrupado en instituciones, y la hospitalidad necesaria para que se pueda hablar ha hecho que nos garanticemos no engullirnos como el más sabroso menú y eso está bien, mientras no acordemos demasiado (sólo por amor), ni discrepemos demasiado (sólo por odio). Sostener la tensión que le es necesaria al psicoanálisis implica renunciar también a un ideal de debate del que se extraigan prolijas conclusiones. El psicoanálisis, insistimos, no va con la ciencia. Acordar con el mismo concepto de letra, con el modo de pensar la transferencia, con la supuesta inanalizabilidad de algunos pacientes y con la idea del fin del análisis para definir estos conceptos “de una vez por todas” sería la muerte definitiva del psicoanálisis. La interrogación permanente es uno de los modos de sostener la hiancia abierta. No por ello, quiero subrayarlo, “todo vale”.

II. De la reformulación de Lacan y su retorno a Freud

Los puntos cruciales de la reformulación que Lacan hace de la obra de Freud nos permiten encontrarnos con el límite freudiano, pero con la simpatía suficiente para reformularlos reconociendo que no todos caen. Los llamamos de otro modo porque la coherencia teórica nos lo impone. Podemos encontrar, si queremos, otras fundamentaciones o bien podemos, si queremos, negar las evidencias, pero algo hemos abrevado en los análisis que, por no poder concluir, nos llevaron a interrogar algunos ladrillos del edificio conceptual que estábamos sosteniendo. Y debimos retornar en algunos puntos, de algunos análisis, a ciertas recomendaciones freudianas, corroborando “los buenos resultados”, y si no lo reconociéramos por el riesgo de parecer eclécticos seríamos cínicos.

Para Lacan, el inconsciente como discurso del Otro tiene al analista como su destinatario. Esto difiere del inconsciente freudiano, abordado mediante el retorno de lo reprimido, en el que está acumulado lo reprimido secundario organizado en ramilletes, concéntricamente más alejados o más cercanos al núcleo patógeno.

Inconsciente, para Lacan, en un sentido estricto es lo que se produce en la sesión analítica en el decir del analizante que se dirige al analista. Incluye, por lo tanto, al analista y al analizante (2). (¿Deberemos aún definir qué es “decir”?)

En un sentido amplio diferenciamos inconsciente tanto de memoria como de lo que no es conciente, en lo cuál incluyo al fantasma.

Dado que no se trata en este caso de demostrar que las preguntas fundamentales de Freud (¿qué quiere una mujer?, ¿qué es un padre?) tienen con Lacan otra respuesta, no me dedicaré a hacer esas diferencias. Se trata de operatorias. Pero no dejan de ser preguntas centrales.

Lacan nos da los instrumentos para encontrar en Freud algunas respuestas, haciendo vivir su letra, y eso no es literal sino su creación. Freud encontró para la transmisión modos y mitos, tantos como Lacan los suyos. Separemos la paja del trigo.

La transferencia en Lacan no es sólo repetición y mucho menos sugestión o rememoración ¿Pero, podríamos afirmar tan livianamente que nunca de la repetición se construye un recuerdo y que eso no implique alguna elaboración? Uno rememora porque se cura y no se cura porque rememora. Pero rememorar luego, ¿qué valor tiene en un análisis?

Y si la repetición continúa y una construcción del analista permite un sentido, una ficción agujereable que se instala en toda su eficacia RSI el analista debe admitir que sólo puede abordar así los restos de acumulación que perturban la causa deseante.

El objeto a es el punto estructural que sostiene la reformulación, Lacan lo nombra su único invento. Puesto que la división del sujeto tiene como correlato el objeto a, sin el objeto a y es muy importante que acordemos en el destino del objeto a en la cura la clínica lacaniana no tendría razón de existir.

Pero descartar la reunión pulsional ideal, la reunión pulsional a los fines de la sexualidad genital total , la gezameltesexualtriebe, no es negociar con la prevalencia del fantasma al final del análisis. Ya sabemos que lo que fue el fantasma puede volver a ser la única respuesta posible en casos extremos de la vida, pero el análisis debe dejar alguna marca de advertencia si no la operatoria analítica, y con ella el único invento lacaniano, a mi entender, habrán fracasado.

III. De nuestro retorno a Freud

¿Se tratará solamente de volver a las indicaciones de Lacan sobre cómo reformular a Freud? Y si la clínica nos invitara a agregar algunas más debidamente fundamentadas ya que el edificio conceptual no debería estar cerrado?

1. Desde que nombramos une bevue ¿ya no deberíamos llamar “formaciones” al síntoma, al sueño, al lapsus y al chiste? ¿Son equivocaciones, una por una? Chiste, lapsus, olvido, los medios de figurabilidad y la relaciones lógicas del sueño; el valor tanto homofónico como metafórico de estas equivocaciones, una por una, tanto en sus dimensiones de equivocidad como de efecto de verdad, no parecen modificarse en la clínica con la definición de inconsciente que da Lacan.

2. Las “construcciones” como ficciones verosímiles necesarias de llevar a cabo para trabajar sobre un sentido que luego debe caer o agujerearse (uno de los trabajos a realizar cuando el análisis se enclava en los vericuetos del goce sin poder transmutarlo), ¿están perimidas?

3. La genealogía y la filiación, como la instancia de las leyes que fundan la alianza del intercambio y el parentesco, práctica freudiana olvidada en los análisis lacanianos ¿por qué no es tenida en cuenta cuando en el análisis se pierde la tensión necesaria entre historia y repetición.

4. La memoria de lo acontecido y olvidado (visto y oído y no relatado, que quedó retenido) a veces se descifra del síntoma, pero a veces lo que no se sabe que se sabe y aparece como signo de una verdad que debe ser dicha. En esos casos, es un trabajo del análisis sintomatizar el signo, es decir, hacerlo hablar.

5. La pesadilla infantil y su incidencia en la genealogía de la neurosis, sobre todo cuando se trata de la construcción de la neurosis infantil.

Bordear aquello que del trauma seguramente nunca podrá decirse es elaborativo, pero para eso a veces hay que dejar hablar y no sólo cortar la sesión.

Subrayaré, además, otros puntos no menos cruciales que, aun en su diferencia, permiten sostener que la causa es freudiana. En La cosa freudiana entre otros lugares de sus Escritos o de sus seminarios, Lacan explica que: “El sentido de un retorno a Freud es un retorno al sentido de Freud. Y el sentido de lo que dijo Freud puede comunicarse a cualquiera porque, incluso dirigido a todos, cada uno se interesará en él: bastará una palabra para hacerlo sentir, el descubrimiento de Freud pone en tela de juicio la verdad, y no hay nadie a quien la verdad no le incumba personalmente”. (3).

Sugiere así un proceso de revisión de la causalidad en tanto propone a la verdad como causa. Es por eso que a veces decimos que la causa es freudiana y el inconsciente es lacaniano, aunque “lo real” de la hiancia se atribuya el galardón lacaniano de apropiarse de la causa freudiana.

Ahora bien, si sostenemos que no hay más causa que de lo que cojea, de lo que tropieza, ¿qué encuentra Freud en la hiancia? Sin lugar a dudas podemos decir que Freud encuentra algo del orden de lo no realizado.

Lacan nos ha aportado las herramientas para entender que eso quedó retenido en el lazo con el Otro o no pudo cobrar un sentido en un relato que luego pueda ser agujereado por la castración al anudarse. Por eso, aunque la causa para Lacan es la hiancia, no dudamos en llamar freudiano al psicoanálisis. No hay Lacan sin Freud, en tanto Lacan es fundado en su retorno.

La hiancia puede ser llenada con saber o estar cubierta por lo que del objeto en lo imaginario en ella se acumula , pero se tratará de sostenerla abierta. Así, el requerimiento de “construir” una ficción verosímil en los análisis –requerimiento por el que apelamos a la operatoria de la construcción freudiana a partir de lo que del objeto sigue insistiendo y no termina de caer o permutarse – toma de Freud la operatoria y no el contenido de la construcción ya que al no disponer del concepto de objeto a Freud bordeó esta cuestión con la propuesta de recosntruir lo más posible todos los fragmentos del trauma. Para nosotros se trata de darle otro curso a lo que del residuo hace padecer.

Entiendo que si el avance lacaniano no logra resolver lo que se propone, es decir, la permutación del plus de gozar para transitar, a veces, ese des-ser que Lacan transmitió desde su íntima y verdadera relación con los místicos, no cumple el objetivo que pregonamos.

“El a sustituye el hiato que se designa en el atolladero de la relación sexual y redobla la división del sujeto dándole su causa, que hasta allí no era asible de ninguna manera, porque lo propio de la castración es que nada pueda, hablando con propiedad, enunciarla, ya que su causa está ausente. En su lugar, aparece el objeto a como causa que sustituye lo que es allí radicalmente la falla del sujeto”. (4)

La verdad está oculta pero no sus consecuencias. Y si no hay un encuentro con la verdad, no-toda obviamente, no despuntan claramente los fragmentos de lo real del objeto. El camino del análisis puede hacerse infinito no sólo por ese motivo sino porque somos los analistas los encargados, cada vez que somos situados, de darle forma de ficción verosímil a esas puntas de objeto sin representación discursiva, resistentes a entrar en el discurso. Somos los analistas quienes debemos darles en nuestro semblante, forma al objeto para capturarlo, para apresarlo por retazos y conseguir así la dialéctica necesaria para que eso cese al entrar en diálogo. Esa es, precisamente, toda la dificultad del análisis.

Michel de Certeau, quien ha trabajado admirablemente desde una perspectiva historiográfica las relaciones entre la historia y el psicoanálisis y la función de la primera en el segundo propone que “[…] a pesar de lo equívoco de sus estatutos sucesivos o simultáneos, la ficción, bajo sus modalidades míticas, literarias, científicas o metafóricas, es un discurso que «informa» lo real, pero no pretende representarlo ni acreditarse en él. Por eso, ella se opone fundamentalmente a una historiografía que se funda siempre en la ambición de decir lo real –y por lo tanto en la imposibilidad de hacer su duelo de lo real”. (5)

¿Qué cae de Freud definitivamente?

Freud se equivoca en pedir gratitud, su debate con Ferenczi es testimonio del lugar en el que se extravía. Nuestra apuesta es al des-ser, así entiendo el lugar del analista ofreciéndose como esa nada que permite la cirugía del objeto, analista vaciado de yo como efecto del imaginario agujereado.

Es por esta apuesta a un fin de análisis que el psicoanálisis se puede sostener sin liquidar idealmente ningún límite de lo real sino todo lo contrario ya que el psicoanálisis prepara para la muerte, vivir mejor es un valor agregado que se obtiene.

IV. Del objeto a en la transferencia

Hay quienes puedan preciarse de sostener hace años una clínica lacaniana y haber avanzado más allá de Lacan. Una curiosidad, si eso fuera así, ¿por qué no se escuchan más finales de análisis en los discursos? ¿Y si fueran teorizaciones acerca de buenas intenciones pero finalmente meras teorizaciones?

Propongo –a riesgo de repetir la soberbia, pero lo hago comandada por la clínica– volver a Freud cuando algún signo del objeto nos indica que el goce se mantiene y revisar qué se nos perdió por el camino. Si no somos necios, no podemos seguir argumentando que el análisis lacaniano no pretende un standard de salud como la IPA. No es justo que un analizante invierta años en un análisis para darse cuenta que compró otro fantasma, ajeno a él, el de su analista, respecto de la teoría psicoanalítica como teoría sexual o como fantasma. Y no me estoy refiriendo sólo a lo grosero de la comprensión sino también a la ejecución religiosa de la teoría psicoanalítica en tanto sabemos que no hay relación sexual entre clínica y teoría.

Renunciar a analizar y sustituir la interpretación por el corte, por la simple razón que los excesos de lo simbólico impiden el fin del análisis, desvirtúa la finalidad del psicoanálisis y su esencia. Interpretar no conmueve sólo lo simbólico, también conmueve lo imaginario y lo real. Por lo demás, no es la única tarea de un analista. La cura no la dirige el inconsciente. Pero si todo resulta interpretable, así sea en los comienzos de la cura, se va inscribiendo una promesa, un ideal de todo-sentido a todo y todo-saber de la causa que es mentiroso. Se propone la expectativa que de lo no sabido advendrá finalmente El saber.

Construir es incluso hacer una conjetura, darle forma al objeto haciéndolo entrar en el discurso con algún borde simbólico, porque el goce repite y repite incansablemente y no se termina de gastar si no fue enlazado. Entiendo así la cuestión del semblante, no es un cálculo.

Para un analista,dejarse tomar por el discurso activamente- y moldear el lugar que le aguarda - no va de suyo que suceda. El análisis propicia así un acto que será también del sujeto –no digo del yo–, es el acto rectificador del “efecto sujeto” que había sido retenido en favor del objeto a.

Ahora bien, si es el objeto a el que está en juego, ¿dónde está localizado? o bien, ¿dónde y cómo abordarlo? Lacan permite malentender en francés jeu en je –en juego y en el yo.

Lo que más nos interesa del saber es lo que éste produce, es decir, el objeto a en tanto es la causa del deseo, la causa de su división. Por lo que decimos que el ser que cree ser es, desde el origen, falta. Tal es la paradoja del acto analítico que se presenta como incitación al saber para desenmascarar luego que la verdad del sujeto está del lado de su división y lo que el saber produce es el objeto a.

Luego de instalada la suposición de saber que el significante de cada transferencia nos confiere, y si estamos medianamente advertidos desde el comienzo del lugar que nos aguarda en cada transferencia, cuando analizamos no sabemos a priori si nuestra intervención tendrá carácter de interpretación, intervención, corte, construcción de una ficción verosímil o simplemente un tiempo que parezca un diálogo, mucho menos si algo de lo que digamos o hagamos tendrá valor de acto. Es una apuesta al deseo que se inicia sin saber si se logrará, pero el analista no está eximido, como habitualmente parece, de los destinos de la cura y de su conducción.

NOTAS:

(1) Jacques Lacan, El Seminario, Libro XXVII: Disolución, clase del 12 de julio de 1980, inédito.

(2) Lacan, Jacques “Posición del Inconsciente” Escritos

(3) Jacques Lacan: “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 2005, pág. 388.

(4) Jacques Lacan: El Seminario, Libro XVI: De Otro al otro, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 315.

(5) Michel De Certeau: Historia y psicoanálisis, Edición en español La Galera, 1995.Universidad Iberoamericana, México, pág77 a 95