Acerca De Lo Minimo Exigible: Una Lectura De La Violencia Como Pasaje Al Acto. Santiago Deus.

Tiempo de Lectura: 12 min

La violencia en nuestra clínica se nos presenta a diario: la violencia de algunas anoréxicas que sacrifican su cuerpo hasta el límite mismo de la muerte, sustrayendo, desapareciendo el cuerpo propio como última prueba, último testimonio en lo real de su cuerpo de la falta, de la castración: en el Otro y en el sujeto. La violencia también de algunos adictos que se consumen hasta no poder más, de sus amigos consumidos, buscando alguna anestesia del goce del Otro que arremete en toda su perversidad. La violencia de algunos adolescentes que rompen su propia escena: repetir, hacerse expulsar, agredir su cuerpo, como última expresión, como último intento de fuga del corralón en que se transforma el deseo del Otro. En fin, la violencia de las psicosis, la de las psicosomáticas y la de las neurosis. Pero también la violencia en eso que podemos designar como la soberbia, la de esos pacientes que, muchas veces, despiertan la nuestra, nuestra propia soberbia y entonces el análisis se transforma en un diálogo de sordos.

1-De la inequidad como morada y el sujeto borrado:

Nacemos en desvalimiento (la hilflosigkeit Freudiana), es un real de entrada, venimos más sujetados que sujetos, sujetos al arbitrio del Otro. Qué sucede, entonces cuando este Otro del que nos habla el analizante, no muestra su falta?, qué pasa cuando se impone el goce y no el deseo del Otro como lugar para el sujeto?

Si por algún artificio, este Otro gozador borra su falta, entonces nos encontramos con la inequidad perversa. Es cierto que la castración es un real del Otro y del sujeto, pero no menos cierto es que la clínica se define en cómo esto se articula en el caso por caso, o sea como se subjetiviza la estructura. También debemos precisar que no se trata solamente de los artificios del Otro, está el sujeto y como responde allí, si es que tiene con que responder.

Si falta la falta, el sujeto se eclipsa, se borra, emerge pues la violencia y no la angustia ya que no estamos frente a la sensación del deseo del Otro (como dice Lacan en el seminario 10), sino ante el goce del mismo. Lo que angustia es ese saber lo que se es en el deseo del Otro, pero en el goce no solo no hay sujeto sino que se está allí hundido. En la fórmula del fantasma (lo que permite leer el deseo)el sujeto deviene objeto a, pero en esta lógica de la violencia, el sujeto queda borrado frente al goce del Otro.

En el nudo borromeo, Lacan sitúa en la intersección de lo imaginario y lo real al goce del Otro (JA). Pues bien es en esa geografía donde situamos la inequidad como morada, es estar expuesto a este goce del Otro. Si lo simbólico de la escena se pierde, el sujeto queda a merced de lo real, zona interdicta, quedando a la intemperie de ese Otro gozador. Consecuentemente la emergencia de la violencia es en lo real, como irrupción; retorno-ruptura en un real compacto, ruinoso.

A la estructura del sujeto borrado le corresponde una lógica del hubo algún lugar que se cerró. Podemos hablar entonces del sujeto-borrado, según la expresión de Lacan en el pasaje al acto. Lo situamos en el mundo-ruina y decimos (con Freud y Lacan) que el pasaje al acto es una caída de la escena al mundo-ruina. Pues bien, quizás el psicótico habite el mundo tanto como el pasaje al acto de un neurótico es testimonio de la escena que hubo pero que se perdió, se cerró el marco, el escenario, el telón.

Al acto violento según este enfoque particular (no generalizable a otras formas de violencias fundamentalmente sádicas o perversas) lo podemos leer como ejercido en el cuerpo propio: algunas anorexias feroces, el suicidio, la psicosomática. Estas pensadas como pasajes al acto son transferencias sin Otro, Lacan lo refiere del acting-out, aunque parece homologable; el revés del psicoanálisis salvaje donde hay analista sin paciente, el revés es la transferencia salvaje, paciente sin analista. Es decir que, estas violencias se encuentran por fuera del circuito o formaciones del inconsciente, no convocan al Otro como en el acting, por el contrario como caídos de la escena, la rompen, estallan la misma. La transferencia salvaje como testimonio de que se acabó el tiempo, que ya no se espera. A diferencia del acting donde todavía se espera, se muestra, se demanda, en el acto violento de estas enfermedades no hay espera, no se detienen. Rompen el cuerpo o la ventana, da igual, están en la certeza: no queda otra.

En Freud y Lacan este pasaje al acto es interpretado como actos del par manía-melancolía. Es decir allí donde no hay duelo por el Otro, no hay Otro perdido, el objeto sigue demasiado presente y falla el trabajo de separación. Falta la falta, no hay objeto perdido entonces el sujeto se eclipsa, se borra y queda en tensión-violenta: presto a alguna ruptura de la escena: la escena del mundo, del Otro ó del cuerpo propio.

Si lo imaginario se desdibuja queda un real a la vista, Si el goce del Otro se impone, la inequidad se transforma en morada. De este modo las coordenadas se ajustan y la violencia empuja.

2-El empuje a la violencia:

La violencia es una respuesta a la inequidad del Otro que habita al analizante, a su goce desmedido, es el último intento de romper esa situación compacta donde el sujeto se eclipsa, no al modo de su división sino al modo del borramiento.

La violencia auto o heteroagresiva como intento de hacer algún lugar, respuesta violenta que intenta orificiar, descongelar. Como un último intento de producir las condiciones para el advenimiento del sujeto. Podremos decir entonces, que el pasaje al acto de la violencia o las psicosomáticas son un intento fallado de fundación pero en otro registro, a la intemperie, desabonado, por afuera de la escena, del inconsciente?.Es por esto que se insiste en el costado afirmativo del pasaje al acto como un intento (fallado) de salir del masoquismo en que se encontraba. Cuando decimos afirmativo nos referimos a un intento productivo, así como el delirio posee su cara positiva, restitutiva, reconstructiva y cuando nos referimos al masoquismo, hablamos del masoquismo secundario, lo hacemos al modo de lo que Freud plantea en el problema económico del masoquismo, allí ubica que este masoquismo secundario es un retorno contra la propia persona, un fracaso del sadismo, vale decir un fracaso de la pulsión en poder dirigirse al Otro .

Decíamos antes de la tensión violenta previa al pasaje al acto. La abstinencia del analista señala el vacío que es preciso donar en nuestra practica. Vacío de los apetitos como dicen los místicos. Significará no obturar allí, en el análisis, una escena que puede estar por demás obturada . No arrojar, proyectar o interferir nuestros propios fantasmas, eso es la violencia del analista desde la cual a veces se termina imponiendo una moral siempre demasiado imaginaria. Si es que tenemos alguna chance de operar en la tensión-violenta previa al pasaje al acto es operando con nuestra falta, propiciando un advenimiento, la llegada del sujeto del inconsciente.

3-La violencia del analista

Al fin de cuentas, que es la violencia del analista?, elegí tomarla por la vía de lo que Lacan llamó la resistencia. Para Lacan la resistencia no es otra que la del analista: qué es la resistencia del analista?, resistencia, palabra demasiado primerfreudiana si se me permite el abuso, ligada al concepto de aparato psíquico como juego de fuerzas ( de la física de la época de Freud) y ligada al lenguaje estratégico. Como llamar a eso hoy?, quizás así, violencia del analista. Es cuando un analista deja de escuchar, es cuando está pensando demasiado en el dinero y también cuando piensa demasiado poco en ello. Violencia es pretender llevar al paciente hacia alguna normalidad o madurez siempre moral; pero violencia es a su vez, haber tenido un mal día y echarle la culpa al paciente, aquello del aquí, ahora y conmigo que todavía se escucha en buenos aires. Resistencia es creer que hay otro bueno y que tenemos que reforzarlo, o al revés es malo y hay que espantarlo, es creernos tan pero tan importantes que le vamos a quitar al paciente sus supuestas partes locas para apuntalar las que nosotros consideramos como sanas. Es estereotipar tanto la práctica que al final le damos más importancia al color del tapizado que al que habla; pero también es desestereotipar la práctica de tal modo que el analizante solo sale confundido de allí, sesiones de 5 minutos o el silencio-mutismo de algunos lacanianos (o sea nuestra parroquia) por el que pagamos las consecuencias. O también violencia es creer tanto en la responsabilidad del sujeto que al final las intervenciones son más culpabilizantes que otra cosa. Vale decir que se puede ser tan rígido en el encuadre como en el no encuadre, con lo cual el exceso y el defecto quedan del lado de la rigidez del analista más allá de la línea teórica desde donde nos situemos. Es en vez de escuchar, querer imponer ideales, normalidades, teorías y otras yerbas. Finalmente es cerrar la escucha, obturarla, no prestar más oídos allí, quizás porque resulta inaudible, horroroso o excitante, pero cada vez que eso ocurre la persiana del análisis se baja.

4- El acto analítico

Respecto de la violencia en algunas presentaciones clínicas, se tratará de volver a alojarla en la estructura, en el inconsciente, es decir: cifrarla y anudarla. Para, luego, en un tiempo lógico posterior descifrarla. Habría un tiempo primero que sería del reconocimiento de la inequidad, sin el cual el sujeto se cae, se vuelve a caer: de la escena, del análisis. Tiempo de cifrar esa violencia, las causas de la misma, intentar alguna escritura para propiciar la apertura del inconsciente, quizás el analista tenga que aportar alguna letra allí. Reconocer y alojar para luego poder operar con ello en la cadena de su historia significante. Interpretarlo de entrada caería en saco roto, además de ser inoperante como afirma Lacan. Reconocerlo en acto implica leer allí su costado afirmativo.

B_ La clínica

Enrique es un pibe de 15 años que tuve la posibilidad de atender un año y medio. La madre había muerto tiempo atrás y el padre se presentaba consultando por su hijo, luego de varios intentos -según él- fallidos. Se presentó como un personaje omnipresente a pesar de sus ausencias periódicas por viajes de negocios. Sus casi dos metros de altura y gruesa contextura física reforzaban su semblante terrible. Demandaba del tratamiento que su hijo haga lo único exigible, según él, que estudie. No era tanto una demanda como una exigencia, era lo único que pedía y esperaba de su hijo; en estos términos no había ninguna grieta: serás lo que debas ser o no serás nada. De los otros tratamientos refirió:”me robaron la plata, nunca estudió”. Durante el primer tramo del análisis, Enrique era una especie de robot: contestaba lo que se le preguntaba, ningún atisbo subjetivo-deseante. Dormía, estudiaba y fallaba: repite de año. Me situé más allá de la demanda paterna para intentar ubicar alguna rendija deseante que posibilitara encontrar a Enrique. Muy de a poco fue apareciendo algún atisbo, pequeños trazos: algo de fútbol y música en su discurso. Intenté propiciar alguna emergencia en un pibe aplastado. El padre me recordó al padre Kattadreufe, un tipo que descargaba su ira en sus hijos, descargaba su ira en lugar de la angustia, se enfurecía para no angustiarse y así pagaba otro por sus penas.

Enrique comienza a despertar: amigos nuevos, chicas, alcohol; claro eso no estaba en los planes del padre. Se enfurece y lo aplasta: no más dinero, no más salidas. Intenté, en vano, un espacio de entrevistas con él para situar algo de las necesidades de Enrique, necesidad de despegar, de progresar tanto en el colegio como en su vida. Fue en esos tiempos del análisis que recibo el llamado furioso del padre: el hijo le estaba sacando plata, le estaba robando, profecía auto y heterocumplida, el análisis tenía sus días contados. Al cabo de un mes tengo una entrevista vincular: cité a padre e hijo, la cosa estaba en un punto límite, Kattadreufe quería internar a su hijo, me opuse terminantemente y le indiqué que era él quien además del tratamiento de su hijo, debía tener su espacio para poder leer mejor los síntomas de su hijo y ayudar a modificarlos. Esa fue una de las experiencias más violentas de mi clínica: el padre gritaba enardecido insultando a su hijo que, a su lado, no paraba de llorar. No sabía que hacer, mis intervenciones se veían tapadas por sus gritos, entonces me puse a gritar más fuerte que él, diciéndole que sus gritos eran expresión tanto de su impotencia como de su angustia y que, además eso le impedía ver el sufrimiento de su hijo. La entrevista terminó y el padre sacó a Enrique de su análisis, pedí tener una sesión de cierre que finalmente no pagó.

Me quedé muy conmovido por ese año y medio de tratamiento y la suerte que le depararía a Enrique, hasta que las vueltas de la vida me trajeron noticias de él. Una amiga y colega de una institución me comentó que Enrique estaba en tratamiento con ella en esa institución, que el padre llegó pidiendo orientación para él y que su hijo haga lo mínimo exigible: estudiar. De Enrique en ese año en que duró su tratamiento, me comentó entre otras cosas, que recordaba su anterior espacio: allí había podido decir por primera vez algunas cosas.

Santiago Deus

BIBLIOGRAFÍA:

Freud, Sigmund: El problema económico del masoquismo, 1924,López Ballesteros, editorial biblioteca nueva, Madrid, 1948

Lacan Jacques: seminario10, “La Angustia” (inédito)