Inhibición, Síntoma y Angustia, revisitados. Daniel Zimmerman.

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(*) Intervención en el Panel "¿De las estructuras clínicas al nudo borromeo?". Jornadas Aniversario "30 años de Escuela (1974-2004)". Escuela Freudiana de Buenos Aires. 1, 2, 3 y 4 de Julio de 2004.

En relación al título del Panel, voy a ensayar un contrapunto entre el Seminario sobre "La angustia" y el Seminario "R.S.I." a propósito de la tríada Inhibición, Síntoma y Angustia. Esta articulación nos permitirá revisar un breve recorte clínico que Freud comenta a su amigo Fliess en su intercambio epistolar.

En el seminario sobre la angustia, Lacan ubica los términos de Inhibición Síntoma y Angustia en tres planos desfasados para destacar su heterogeneidad; son tan heterogéneos entre sí - reafirma Lacan en R.S.I. - como los términos de Real, de Simbólico y de Imaginario.

La inhibición es siempre asunto de cuerpo, o sea de función. En el seminario 10, Lacan enfatiza su relación con la detención del movimiento. A nivel del síntoma queda situada como impedimento; estar impedido implica haber quedado entrampado, y la trampa no es otra que la captura narcisística. El impedimento resulta de haberse dejado tomar por la propia imagen, por la imagen especular.

A partir de su localización en el nudo borromeo, en la inhibición algo se detiene por inmiscuirse en el campo de lo Simbólico. La inhibición consiste en el efecto de detención que resulta de esa intrusión.

En el Síntoma, identificamos lo que se produce en el campo de lo Real; es la manifestación de lo que no anda en lo Real. El síntoma es la inmixión de lo simbólico en lo Real.

La Angustia, a su vez, toma su punto de partida de lo Real. La angustia – tal como lo desarrollaremos a continuación - es lo que del interior del cuerpo existe cuando surge algo que lo atormenta, algo que lo despierta.

De una carta de Freud a Fliess de fines de diciembre de 1897 extraemos el siguiente fragmento clínico:

...Días atrás, di con una pequeña interpretación. El señor E tuvo a la edad de diez años un ataque de angustia mientras trataba infructuosamente de atrapar un escarabajo (Käfer) negro. Hasta ahora, la interpretación de aquel acceso había resultado enigmática.

Mientras se encontraba ocupado con el tema de la "indecisión", repitió una conversación que había escuchado entre su abuela y su tía, acerca del casamiento de su madre, muerta por ese entonces, de la que se desprendía que durante un buen tiempo había vacilado en comprometerse. De pronto recuerda el escarabajo negro, que no había mencionado durante meses, y de éste pasa al Marienkäfer (bicho de María = vaquita de san Antonio); María era el nombre de su madre.

Entonces se echa a reír; intenta justificar esa risa comentando que, aunque se trata siempre del mismo insecto, los zoólogos denominan a estos escarabajos por el número de sus manchas, septempunctate, etc.

En este punto interrumpimos la sesión. Al comienzo de la siguiente me cuenta que en el interín se le había ocurrido la interpretación del Käfer; sería Que faire?; es decir, la indecisión, la dificultad para resolver.

Entre nosotros, a una mujer se la llama cariñosamente netter Käfer (lindo bicho, bichito). Su niñera, que fue también su primer amor, era francesa, y en realidad aprendió el idioma francés antes que el alemán. Mientras él jugaba en la calle, ella acostumbraba bailar; volvió a recordarla justamente cuando estaba presenciando un ballet; de ahí su fobia al teatro.

Para Freud, este ejemplo confirma de manera elocuente cómo el punto a través del cual irrumpe lo reprimido en la neurosis es la representación verbal y no el concepto del que ella depende. A su turno, Lacan demostrará que esa representación reprimida está ligada a la estructura del significante. Hoy, nos permitirá verificar cómo ese significante reprimido retorna como letra.

Nos confrontamos con un auténtico y singular rebus. Siguiendo lo que plantea el propio Freud, para aproximarnos adecuadamente al rebus debemos descartar su valor como pictograma y, en cambio, encaminarnos en la sustitución de sus imágenes por una sílaba o una palabra.

Todo efecto de discurso, sostiene Lacan, está hecho de letra. Que se trate de un rebus, subrayemos entonces, no pone en cuestión que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje; se trata de un lenguaje en medio del cual aparece su propio escrito. Aún en el caso de un lapsus linguae, se trata siempre del orden del lapsus calami; dicho de otro modo, de lo que se ofrece para ser leído.

Damos, a lo que se enuncia como significante, una lectura diferente de lo que significa; así, el escarabajo (käfer) nos introduce en la dimensión del escrito en la medida en que nos disponemos a la lectura de lo que en él se escucha de significante (que faire?). Litoral entre el saber y el goce, la letra se instituye cuando la imagen se ausenta. Todo lo que atañe al escarabajo en su condición de insecto se borra para dar lugar a los signos de una renovada escritura jeroglífica.

La palabra se disloca para escribir una frase y producir un efecto de sentido. Un efecto de sentido que aproxima el goce que la imagen velaba. En el juego significante se apunta al goce. Se trata, en consecuencia, de desenmascarar esa relación con el goce, en tanto permanece excluido; con ese real que permanece igualmente como enigma.

A pesar de los años transcurridos desde el episodio que motivó el acceso de angustia, el efecto de sentido resulta bien actual. Opera en lo real; es decir, con el goce donde el sujeto se produce como corte.

La fobia al teatro encarna el rechazo a lo que E. debe enfrentar; se refugia en ese objeto exterior amedrentado por el goce que origina el recuerdo de "su primer amor" y que le resulta absolutamente ajeno. Aplicando a su caso las afirmaciones de Lacan sobre Juanito en R.S.I., podríamos afirmar que, si E. se precipitó en la fobia, ha sido para dar cuerpo al embarazo que le provoca la animación de su cuerpo por un goce diferente.

En virtud de que se trata es de una fobia, somos llevados a introducir la función del padre; la función del padre en lo que se refiere al goce: la transmisión del Nombre del Padre en tanto transmisión de la castración. Recordemos al respecto que el Nombre del Padre prohibe es gozar de la madre, con todas sus resonancias; vale decir: lo que está prohibido es precisamente "el gozar de la madre".

El goce del Otro, nos enseña Lacan. no existe. No hay goce del Otro en la medida en que no hay Otro (genitivo subjetivo). No existe, dirá incluso en L’insu, porque el goce del Otro es diverso y, por lo tanto, no puede designarse por "el".

Pero, además, tengamos en consideración el genitivo objetivo: No hay goce del Otro, puesto que no hay garantía alguna en el goce del cuerpo del Otro que haga posible gozar del Otro como tal. El goce del Otro está fuera de lenguaje, fuera de simbólico; sería aquel que interesara, no al Otro del significante, sino al otro del cuerpo.

Destaquemos, entonces, que la angustia viene justamente a bordear ese goce del otro cuerpo. La angustia señaliza la embestida de lo real sobre la imagen del cuerpo; advierte así al sujeto de que el goce podría dejar de serle opaco.

Ante la amenaza de permanecer atrapado él mismo por el käfer, el que faire? de María; es decir, por la vacilación de la madre antes de comprometerse con su padre, la angustia advierte a E. del peligro de quedar reducido a su cuerpo.

Su carcajada sanciona la irrupción de aquel goce distinto; un goce que se agrega a su cuerpo y lo cosquillea hasta hacerlo reír. Al serle arrebatado el goce del Otro, el cuerpo queda habilitado como lugar para el juego de los significantes.

La relación entre sujeto y el Otro resulta agujereada por el objeto a. El agujero que introduce se localiza precisamente a nivel del cuerpo; sus especies constituyen fragmentos que ex-sisten al cuerpo.

Los escarabajos - destacaba E. - son denominados según el número de sus manchas. Recordemos que la mancha es el primer modelo de la mirada. En consecuencia, podríamos afirmar que, salpicando la superficie del escarabajo, se despliega la mirada en su condición de objeto a en el campo visual. Pequeña mancha, punctum que mira al sujeto abriéndole el camino para descompletar al Otro, para dejar de ser el objeto de su goce.

El paciente de Freud se encuentra eclipsado, en tanto sujeto, por el sentido del Otro. En el curso de su análisis, ha llegado al punto de reconocer que una letra recorta el lugar donde sus decisiones se detienen; le queda aún por interrogar cuál es el goce que esa letra bordea.

Daniel Zimmerman