Mirada, angustia, deseo. Patricia Leyack.

Tiempo de Lectura: 12 min.

(*) Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; Florianópolis, 2005.

“Aun antes de que me vea en el espejo, ya soy mirado, entregado al poder de lo visible, asediado y descubierto, expuesto a la mirada del Otro.” - Paul-Laurent Assoun (1)

Una analizante que no ha sido bien mirada en tiempos instituyentes, tiene el siguiente sueño: el ex marido con su actual mujer se van en tren, tren que ella no alcanza. Se queda en el andén: ella pierde el tren.

La mujer de su ex, asocia, es gorda y de aspecto descuidado. Su mirada onírica, sin embargo, la dibuja delgada y elegante a la par que se derrama con un tinte melancólico sobre su figura en pérdida sobre el andén: ella pierde el tren.

Lo que Freud llamaba el recurso a la figurabilidad como la traducción de pensamientos a imágenes propio de los sueños, de las fantasías diurnas, no parece ser solamente un recurso expresivo del soñante, sino también escritural, en tanto en él está en juego la mirada. Mirada que, comprometiendo las dimensiones Simbólica y Real, no solo está presente privilegiadamente en los sueños, también lo está en los fantasmas, en los recuerdos encubridores, en los síntomas, en las alucinaciones visuales, en los actos perversos.

Recordemos, en ese sentido, el magnífico trabajo de lectura que hace Freud y que le permite situar la pregnancia de la mirada en su texto sobre el fetichismo. Freud lee la homofonía interlingüística entre glanz (brillo en alemán) y glance (mirada en inglés) en la condición erótica: brillo en la nariz, lo cual transforma a la nariz en fetiche, cuando la mirada la hace brillar.

Ver es función del yo, lo que el yo ve son imágenes de cosas que formarán la dimensión imaginaria. El yo mismo es imagen: esa es su función de desconocimiento. Ve imágenes en las que se reconoce, que lo reflejan. Doble es la función de desconocimiento del yo: desconoce por un lado que es imagen, desconoce el objeto a que le da consistencia a las imágenes que ve y a las imágenes que lo conforman.

El acto de ver va del yo a la imagen de las cosas. La mirada, por lo contrario, surge y se consuma como acto a partir de una imagen que viene de la cosa hacia nosotros, que nos deslumbra, que nos capta como imagen y nos toma. Se trata de un destello que nos mira como desde afuera, que enceguece al yo pero despierta al inconsciente. Así como el inconsciente retorna a nivel de las fallas de la lengua, la mirada se hace presente en las fallas de la visión. La mirada como resplandor fascinante se recorta y a la vez quiebra el fondo imaginario y estable de la visión yoica. Lo que a nivel de la imagen despierta la mirada es un brillo que parece mirar al sujeto. Y ese brillo que lo convoca como mirada proviene de la pantalla reflejante del Otro. Estoy tratando de decir que como todo objeto a la mirada surge en el quiasma entre el sujeto y el Otro. De lo cual, cuando miro, es inevitable que “eso” me mire.

Aquello que capta la mirada desencadena goce. La mirada, en tanto pulsión, contornea el objeto externo para satisfacer la fuente, se sirve del objeto externo para poner en acto la relación al Otro que determina ese circuito.

Freud había ubicado tres tiempos para el movimiento pulsional a nivel de la mirada, un primer tiempo reflexivo, que le da el carácter autoerótico a la pulsión: mirarse; un segundo tiempo, activo: mirar y un tercer tiempo, pasivo: ser mirado. Lacan propone un hacerse mirada para marcar que no hay activo-pasivo y porque resulta más congruente con su precisión del sujeto acéfalo de la pulsión.

Así como el objeto oral y el anal están más ligados a la demanda, voz y mirada, más evanescentes como especies de objeto a, están más ligados al deseo. Y en cuanto a la mirada, Lacan especifica que se trata de un deseo al Otro, en cuyo extremo está el dar a ver.

Es en el nivel del deseo escópico donde el objeto a resulta más oculto, reducido a cero, a lo puntiforme, por lo que el sujeto se encuentra, en relación a la angustia, asegurado al máximo, dice Lacan. El plano de la mirada y lo mirado entonces, propicia para el sujeto, más que cualquier otro, la coartada. “La angustia –agrega Lacan- queda suficientemente rechazada, desconocida en la sola captura de la imagen especular, i(a).” (2) Pero también sabemos que puede suceder que en el campo especular narcisista irrumpa el objeto de la angustia, lo umheilich. Esto es justamente lo que sucede en el caso que quiero trabajar con ustedes, que me fue relatado en una supervisión.

Se trata de una mujer de 38 años que deja todo, incluso su análisis, para atender a su padre enfermo. Retoma su análisis al año, cuando el padre ya ha muerto. A partir de ese momento se hace cargo del negocio paterno, lo levanta y lo sanea de cierto costado clandestino y transgresor, en el que su hermano, en recuperación por problemas de adicción, estaba también involucrado. Para su madre ella era una joya, preciosa, brillante. Recuerda con mucha vergüenza cómo la madre la vestía, “parecía una reina” y la enviaba así vestida a los cumpleaños mientras sus amigos estaban con jeans y zapatillas. El padre, un tanto sordo y ausente respecto a este goce materno. Tuvo un primer novio con problemas de adicción y con mucho dinero. La madre, entusiasmada, arregla junto con el novio su casamiento, con una gran fiesta. Ella no participa de los preparativos. ¿Dónde está ella?: Antes de ir a la iglesia se va a acostar con otro.

Se define como futbolera y tuerca. Solía ir a la cancha con su padre, ambos con la camiseta del equipo de fútbol paterno. Esta muchacha se ha agarrado de su padre, buscando “ponerse la camiseta” del padre como forma de no ser “la reina de la madre”.

A los 4 ó 5 años de casada se separa: sale del proyecto matrimonial materno sostenida en una frase: “Ni loca me vuelvo a casar, ni loca tengo hijos”. Luego de un primer tiempo de análisis en que la analista interroga su dificultad en decir no a los reiterados llamados telefónicos de la madre, incluso a veces durante las sesiones, comienza a decir que la madre le da asco, que le repugna, específicamente que la demande a ella como lo demandaba al padre.

Al tiempo se enamora y se va a vivir con su nueva pareja quien la ¿entusiasma? con tener un hijo. Intentan un embarazo que no se produce. Deciden entonces consultar a un especialista en fertilidad, quien en una consulta tiene un gesto que, après coup, va a cobrar para ella una significación angustiante: se restriega las manos, transmitiendo, a un tiempo, todo su interés en resolver el impedimento así como la inminencia del embarazo. Es en la sala de espera de este médico donde se produce lo que ella califica como un ataque de pánico. Ve en la pared un cuadro con muchos bebés. De pronto siente que los bebés la miran. Una enorme angustia, con sensaciones de ahogo y de mareo, la embarga. Se ve precisada de abandonar la escena.

¿Qué ha sucedido? La angustia indica que ahí el sujeto del deseo ha quedado ilocalizado. Ella ve el cuadro pero la imagen de los bebés no funciona como agalma que toma al sujeto en su mirada, que lo capta a nivel de la mirada. Si así fuera, en el momento de la fascinación escópica, podríamos decir, el sujeto como mirada, hubiera quedado captado agalmáticamente por ese i(a) fascinante, los bebés, cubierta imaginaria de un a que orientaría el goce de la mirada haciéndolo coincidir con el deseo que mueve al sujeto. Se trataría de la buena orientación del nudo borromeo: RSI en cuyo centro estaría encajado el a . No habiendo podido situar el a como causa, la paciente se ve enfrentada a lo umheilich. A nivel de la mirada el sujeto ha quedado barrado al máximo por el deseo del Otro.

En la escena angustiante toda su posición subjetiva, hasta el momento protegida por la frase con la que intenta mantener a raya el goce del Otro, tambalea. Algo loco –dicho en la propia letra- está sucediendo, cuando cree que es ella la que desea un hijo –ahí el a estaría en causa, ella desearía ese hijo desde su falta- adviene lo loco: es el Otro (su madre, el especialista en fertilidad, su pareja, hasta los bebés) los que la quieren a ella como objeto. La angustia fulminante la hace abandonar la escena. Lo angustiante del deseo del Otro que presentifica la angustia, está ligado al hecho de que no se sabe qué objeto a se es para ese deseo. Se trata de un desconocimiento, pero su forma sensible, la angustia, desvela el fantasma, quita, aunque sea por un instante, el velo que cubre el a que somos. Rasgado el velo, es imposible para el sujeto sostenerse en la escena. Escena donde, nos recuerda Lacan, el sujeto solo se puede sostener historizado.

Vayamos tejiendo el circuito: algo a nivel de la mirada desencadena la angustia, angustia que promueve el súbito abandono de la escena por parte del sujeto. ¿Cómo habrá que pensar este súbito abandono? Las coordenadas del pasaje al acto están presentes: el sujeto barrado al máximo (embarazado escribe Lacan en el extremo derecho superior del cuadro de la angustia, en el extremo de la mayor Dificultad), a lo cual se suma una emoción (émoi), que implica un desorden comportamental en la coordenada del Movimiento. La evasión de la escena es inherente al pasaje al acto. No se trata en este caso, de ninguna manera, de pasaje al acto suicida. No estamos en el ciclo manía-melancolía, donde no hay función de a , donde Lacan, al hablar de pasaje al acto, dice: el sujeto cae de la escena. Este caso enmarca en el ciclo ideal-duelo-deseo, en donde el a opera, y donde la evasión de la escena es pensable como en Dora después de la cachetada al Señor K. Es justamente hablando de Dora, en ese momento de embarazo en que la coloca la frase torpe del Señor K, que Lacan dice, el sujeto pasa al acto.

No me parece una distinción menor que cuando Lacan describe lo que sucede cuando el sujeto está identificado sin resto a un objeto de deshecho, hable del pasaje al acto en términos de: el sujeto cae de la escena. Mientras que cuando se trata de la presencia angustiante del deseo del Otro que le impide al sujeto, momentáneamente, localizar su deseo, Lacan dice: el sujeto pasa al acto. En el primer caso, entiendo, el sujeto actualiza su fantasma de suicidio. En el otro, el sujeto abandona la escena puntual en que el objeto que es para el Otro ha perdido momentáneamente su velo, en nuestro caso, el objeto mirada. Y en este abandono de la escena, en este arrancarse de la escena anonadante, propongo, el sujeto pone un dique a lo Real y se recupera subjetivamente. Es equivalente, me parece, a lo que sucede en la interrupción de la pesadilla. El momento en que el soñante despierta ¿no sería acaso un abandono, una evasión de la angustiante escena onírica? Como en el pasaje al acto no suicida –lo remarco para que no se preste a confusiones-, el sujeto abandona la escena en que su condición subjetiva está paralizada, eclipsada.

Freud trabaja especialmente estos efectos pesadillescos en los sueños de vergüenza en los que el sujeto está desnudo, sin vestiduras, sin velos imaginarios, ante el Otro. Preso de la mirada de los otros, una parálisis motriz acompaña esa petrificación escópica. Lo único que el sujeto puede hacer es escapar… despertando.

Lacan sitúa claramente el momento de la angustia como anterior a la cesión del objeto, momento en el que un corte se anuncia: al sujeto se le revela algo de su lugar de objeto para el Otro, pero aun no sabe si podrá descontarse de ahí.

Tiempo después y legitimada en análisis la angustia, en tanto advirtió al sujeto del corte que era necesario operar, la analizante retorna a las consultas por fertilidad. Lo hace bajo dos condiciones: irá sola, sin su pareja y dejará a su madre totalmente desinformada de las mismas. Recursos que encuentra, en lo real, para sostener su deseo. Atravesada la angustia la analizante dice “quiero tener un hijo, pero que no me estén encima”. Para reencontrarse con su falta ha debido vaciar la escena de presencias reales que actúan en ella desviándola de su deseo.

Patricia Leyack

NOTAS:

(1) Paul-Laurent Assoun. Lecciones psicoanalíticas sobre la mirada y la voz, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1997.

(2) Jacques Lacan, Seminario X La angustia, Versión Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1979.

Bibliografía

Jacques Lacan, Seminario XI Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1984.

Jacques Lacan, Seminario XVI Del Otro al otro, Versión Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Lerner Eva, Un problema crucial del psicoanálisis: Cuando no se trata del síntoma: la arbitrariedad del signo. En Cuadernos Sigmund Freud número 19. Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1997.

Nasio, Juan David, La mirada en psicoanálisis, Barcelona, Gedisa editorial, 1994.