ANGUSTIA:IMPERFECCIÓN, INDEFENSIÓN Y SATISFACCIÓN MASOQUISTA. Juan Carlos Cosentino.


Facultad de Psicología - UBA
Psicoanálisis: Freud - Cátedra II
Titular: Dr. Juan Carlos Cosentino

1998. EPILOGO
ANGUSTIA:IMPERFECCIÓN, INDEFENSIÓN Y SATISFACCIÓN MASOQUISTA (*)
Juan Carlos Cosentino
En 1897 Freud comenta en una carta a Fliess que ha resuelto considerar “como factores separados lo que produce la libido y lo que produce la angustia” (1). Pero esta temprana anticipación deberá esperar. La angustia por trasmudación (Umwandlung) de libido se apodera de la escena hasta 1926.
Hasta allí, considera a la angustia como una reacción general del yo bajo las condiciones del displacer, pretende dar razón de su emergencia, en cada caso, en términos económicos y supone, afirmado en la indagación de las neurosis actuales, que una libido desautorizada por el yo o no aplicada halla una descarga directa en la forma de angustia.
Estas diversas determinaciones, tal como venimos señalando, no se siguen necesariamente una de la otra. El vínculo particularmente estrecho entre angustia y libido no armoniza con el carácter general de la angustia como reacción de displacer.
La conferencia de 1916 prepara el cambio: ¿cómo es que la angustia, que significa una huida del yo frente a su libido, es, sin embargo, engendrada por esa libido misma? ¿Cómo contraponer la libido que en el fondo le pertenece al sujeto, “como algo exterior al mismo”? (2).
La revisión que inicia en Inhibición se acentúa en la “Addenda”. La crítica sobre la segunda versión parte de la nueva tendencia que hace del yo la única sede de la angustia, consecuencia de la articulación del aparato anímico realizada en El yo y el ello.
Hasta 1916 “era natural considerar a la libido de la moción pulsional reprimida como la fuente de la angustia” (3); de acuerdo con la nueva coyuntura, en cambio, el yo se muestra como el responsable de esa angustia. Entonces, con la segunda tópica, dos posibilidades: angustia yoica o angustia pulsional (del ello).
El yo trabaja con energía desexualizada. Se afloja pues el nexo íntimo entre angustia y libido. Al mismo tiempo se abre un nuevo vínculo angustia-pulsión allí donde está en juego el ello. ¿Es posible reformular, cuando la angustia se anticipa a la represión, la conversión libido-angustia?
El afecto de angustia como consecuencia del proceso del nacimiento y como repetición de dicha situación, lo obliga a reexaminar el problema. A diferencia de la tesis que sostiene Rank —el nacimiento como trauma, el estado de angustia como reacción de descarga frente a él, y cada nuevo afecto de angustia como un ensayo de «abreaccionar» el trauma de manera cada vez más acabada—, Freud se desplaza de la reacción de angustia a la situación de peligro que esta tras ella.
A partir de la prevalencia dada a la situación de peligro, el nacimiento pasa a ser el arquetipo de todas las situaciones posteriores de peligro. Pero su significado sólo se limita a ese carácter de referencia al peligro. La angustia del nacimiento, tal como lo indicamos, o se reproduce en situaciones análogas a las originarias como “una forma de reacción inadecuada al fin” (4) o el yo adquiere poder sobre este afecto y él mismo lo reproduce, se sirve de él como alerta frente al peligro y como medio para convocar, hasta donde puede, la intervención del mecanismo de placer-displacer.
Así, se atribuyen dos modalidades a la procedencia de la angustia en la vida posterior: una involuntaria, automática, económicamente justificada en cada caso, cuando se produce una situación de peligro análoga a la del nacimiento; la otra generada por el yo cuando una situación así sólo amenaza, y a fin de movilizar su evitación. En este segundo caso, el yo se somete a la angustia, a fin de sustraerse, mediante un estallido moderado, de un ataque no moderado. Anticipando la situación de peligro limita ese vivenciar penoso a una indicación o una señal.
En segundo lugar, en este apartado al interroga la trasmudación retoma el problema de la relación entre angustia neurótica y angustia realista que introdujo hace un tiempo.
¿Qué ocurre con la mudanza directa de la libido en angustia, antes sustentada? Ahora ha perdido interés. Y si se la toma en cuenta hay que diferenciar varios casos. “No entra en cuenta respecto de la angustia que el yo provoca como señal; tampoco, por consiguiente, en todas las situaciones de peligro que mueven al yo a introducir una represión” (5). Por caso la histeria de conversión: una aplicación diversa de su transposición (Umsetzung) en angustia y su descarga como tal.
En cambio, en un posterior examen (6) de la situación de peligro, tropezará con aquel caso del desarrollo o invasión de angustia sobre el cual —como ocurre en los capítulos VII y VIII— le será preciso formular un juicio diferente que incluirá la imperfección del aparato anímico, el desvalimiento psíquico y la satisfacción de la pulsión de destrucción.
En el Complemento sobre la angustia señala que además de su relación con el peligro, la angustia tiene un vínculo con la neurosis. ¿Por qué no todas las reacciones de angustia son neuróticas, por qué aceptamos a tantas de ellas como normales?
Se le hace necesaria una apreciación a fondo, como en 1916, de la diferencia entre angustia realista y angustia neurótica.
El “progreso” para Freud consiste en remontarse desde la reacción de angustia hasta la situación de peligro. En el Complemento, emprende ese mismo movimiento, pero lo refiere, en principio para establecer su diferencia y después su articulación, a la angustia realista como en el 16. Primero, cuando las diferencia, la angustia realista es el referente de la neurótica y, sobre todo, del objeto que interviene en ese momento. Después, como veremos, hay un giro de ciento ochenta grados.
“Peligro realista —su punto de partida y su medida— es uno del que tomamos noticia, y angustia realista es la que sentimos frente a un peligro notorio de esa clase” (7). En cambio, la angustia neurótica surge ante un peligro del que no tenemos noticia.
En la “25ª conferencia” señala que la angustia realista es racional y adecuada, y que es una manifestación de la pulsión de autoconservación. Pero, a poco de andar, las cosas se le complican pues “el desarrollo o invasión de angustia nunca es adecuado” (8). Como ocurre entonces le es preciso volver al peligro neurótico para cotejarlo con el peligro real.
Así, “tan pronto borramos la diferencia entre angustia realista y angustia neurótica” (9), al hacer cc ese peligro desconocido para el yo, podemos tratar a esta como a aquella.
En el peligro realista se producen dos reacciones: la afectiva, el estallido de angustia, y la acción protectora. ¿Ocurrirá, lo mismo con el peligro pulsional? Freud reitera, como ha ocurrido hasta aquí, el caso de una cooperación adecuada a fines de ambas reacciones, en que una da la señal para la entrada de la otra, pero también el caso “inadecuado al fin”, el de la parálisis por angustia, en que una se extiende a expensas de la otra .
Hay casos que presentan contaminados los caracteres de ambas. “El peligro es notorio y real, pero la angustia ante él es desmedida, mas grande de lo que tendría derecho a ser”. En este «plus» se revela el elemento neurótico.
Sin embargo, como esta situación la confronta con la angustia realista no le aporta nada nuevo: “al peligro realista notorio se anuda un peligro pulsional no discernido” (10). Y como ese peligro realista es el referente del objeto que interviene en la emergencia de la angustia neurótica, dicho objeto desconocido, vale decir. Icc, podría ser traducido sólo vía retorno de lo reprimido.
No parece suficiente entonces la reconducción de la angustia al peligro exterior. Al interrogar el núcleo, la significatividad de la situación de peligro se opera un nuevo cambio. Adquiere status definitivo la indefensión (Hilflosigkeit).
En la comparación de nuestras fuerzas y la magnitud del peligro hay lugar para el desvalimiento material en el caso del peligro realista, y psíquico en el del peligro pulsional. Se restringe pues que la angustia originaria es adecuada al fin y que su reproducción es inadecuada. Ahora, con la caída de dicho referente, se trata de la indefensión como fenómeno. Muy pronto se incorporará el desvalimiento, en su diferencia, como lugar.
Que la estimación de nuestro juicio, guiado por experiencias efectivamente hechas, sea errónea es indiferente para el resultado. En el error se afirma “la crisis de la razón científica” (11). Se introduce pues un segundo giro que afecta (como lo aseguramos con la irreversibilidad de la angustia, una vez liberada, nuevamente en libido) el estatuto mismo del objeto. Como en el pequeño Hans, hay lugar para una libido de objeto y también, con la novedad de la participación de la pulsión masoquista, para una libido-resto. Se tratará, por lo tanto, de otro retorno.
Para ubicar el fenómeno de la angustia se nos hizo necesario pasar del origen a su relación con el peligro exterior. Pero ahora hay buenas razones para diferenciar —segunda modificación— la situación traumática, de la situación de peligro. Llama traumática a una situación de desvalimiento vivenciada.
Es posible vía principio regulador no esperar (abwarten) a que sobrevenga una de esas situaciones traumáticas de desvalimiento, sino, hasta cierto punto, preverla, estar esperándola (erwarten). Entonces, sin desprenderse, sin perder el núcleo genuino, llama situación de peligro a aquella que activa la condición de esa expectativa, de esa espera con angustia. Ahora en la situación de peligro se da la señal de angustia: cuando tengo la expectativa de que se produzca una situación de desvalimiento, o la situación presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que antes experimenté. “Anticipo ese trauma, quiero comportarme como si ya estuviera ahí, mientras es todavía tiempo de extrañarse de él”.
¿Qué es la angustia? Parece, a pesar de la introducción de la situación traumática del desamparo, que es poco lo que ha cambiado: “la angustia —como espera, como señal— es, por una parte, expectativa del trauma, y por la otra, una repetición disminuida de él” (12).
Para Freud la angustia tiene un inequívoco vínculo con la expectativa: es angustia ante algo (sie ist Angst vor etwas). Por otra, lleva adherido un carácter de indeterminación y ausencia de objeto (Objektlosigkeit). Hasta el uso lingüístico le cambia el nombre cuando ha hallado un objeto: lo reemplaza por el de miedo (Furcht).
Estos dos caracteres tienen, a su vez, diverso origen. El vínculo con la expectativa o con la espera interesa a la situación de peligro. La indeterminación y ausencia de objeto corresponde, anticipada en la situación de peligro, a la situación traumática del desamparo.
De acuerdo con el desarrollo de la serie angustia‑peligro‑desvalimiento (trauma): la situación de peligro es la situación de desamparo reconocida (erkannte), recordada (erinnerte), esperada (erwartete).
¿Pero qué es la angustia si consideramos el núcleo genuino del peligro? La angustia —del nacimiento— es la reacción originaria frente a la indefensión en el trauma.
Como retorno de ese momento inaugural se trata de la angustia automática: ese soplo de desvalimiento traumático que como fenómeno alcanza al sujeto.
El núcleo del peligro se diferencia de la situación de peligro. Sorprende a un sujeto que no está preparado pues se ubica del lado de allá de la pérdida de objeto. Es ese momento de perturbación económica donde “un goce peligroso que sobrepasa la excitación mínima —la del principio— es vuelto a traer” (13). Vuelve el horror anticipado en 1916 y definido en 1920.
En dicha perturbación interviene la presencia de un objeto cuyo estatuto —lo señalamos— es muy difícil de articular para Freud.
Partiendo de la diferencia entre la angustia y el miedo, al menos como primer paso, para Lacan es posible invertir la posición, hoy por todo el mundo aceptada, en que se detiene esta elaboración —la última— de la distinción freudiana.
El movimiento no transcurre en el sentido de la transición de una (angustia) al otro (miedo). Sólo un error podría atribuirle a Freud la idea de tal reducción, error fundado, justamente, en el amago de esa inversión de posición. “Y a pesar de que en determinado recodo —insiste— entre las frases reaparece el término objecktlos, la angustia es Angst vor Etwas, lo cual no equivale, por cierto, a reducirla a ser otra forma del miedo. Freud subraya —agrega— la distinción esencial en la procedencia de lo que provoca a una y a otro” (14).
Hace falta por tanto revisar esos dos caracteres que le atribuye a la angustia en el Complemento y producir un desplazamiento en su diverso origen.
El vinculo con la expectativa (y con la situación de peligro) indica que la angustia puede hallar un objeto. Y con dicha expectativa el uso lingüístico le cambia el nombre: cuando ha hallado un objeto, habla de miedo. Se desplaza su procedencia: no es angustia, es miedo ante algo.
Su indeterminación ¿qué angustia?, y su ausencia de objeto (protector) nos muestra, como venimos señalando, que la “otra” angustia, la automática, carece de objeto que la regule.
Irrumpe pues la situación traumática de la indefensión. En ese breve momento es angustia ante algo (vor etwas), vale decir, la angustia no es sin objeto.
Pero ¿cuál es dicho objeto, indeterminado y ausente como objeto especular añorado?
El etwas en ese efímero lapso ha cambiado de estatuto: no es ausencia, es presencia.
Venimos anunciado, con sus diferencias, el modo en que las diversas situaciones de peligro se desarrollan unas tras otras en este proceso, y, no obstante, permanecen conectadas entre sí. En el tiempo de la inmadurez la amenaza se instala más allá de la carencia de objeto. No obstante, para Freud todas significan una separación (de la madre), aunque el valor de esa pérdida cambia.
En el peligro de la indefensión psíquica se recorta, en analogía con el nacimiento, la subversión económica que se sitúa más lejos, del lado de allá de la pérdida de objeto. La separación, a su vez, tiene que ser ubicada en el momento inaugural en que opera la función de la angustia. Freud ubica este peligro en el “periodo de la inmadurez del yo”. No obstante, indica que “la condición de adulto no ofrece una protección suficiente contra el retorno de la situación de angustia traumática y originaria” (15). La experiencia clínica nos dice de manera firme que en determinadas circunstancias “la angustia no se provoca como señal, sino que nace como algo nuevo con un fundamento propio” (16).
En el peligro de la perdida de objeto (“falta de autonomía de los primeros años de la niñez”) al tiempo que se produce, cuando irrumpe angustia, la carencia de un objeto que la dosifique, dicha angustia no es sin objeto. Se acentúa, en su diferencia, la separación o pérdida del objeto que lanza la señal, de la presencia de un objeto cuyo estatuto es tan problemático de articular para Freud. En ese momento la comparación de la defensa con la huida se invalida: “el yo y la pulsión del ello son parte de la misma organización” (17).
En el peligro de castración (fase fálica) la angustia de castración es una angustia de separación. El sujeto se confronta con su propia castración, vale decir, con el complejo de castración. La angustia del nacimiento, a su vez, también vale como separación. Es esa angustia anterior a la represión: la castración en la madre. Ese momento estructural de indefensión donde la castración como desamparo alcanza al Otro. Retroactivamente pues vuelve como pérdida. La inscripción particular de la castración: “una nueva separación de la madre” (18).
En la angustia frente al superyo (“periodo de latencia”), lo que se pierde-separa en el momento de constitución del sujeto —lo cuantitativo hipertrófico: la mítica primera satisfacción—, ese resto, testimonio de lo excluido, irrumpe, en ciertas circunstancias, como una presencia separada del sujeto. Aquella sensación de “toc toc” como llamado no audible, como inquietante ruido exterior que renueva en la analizante de Freud la ruptura de la protección antiestímulo. El análisis de su sueño permite construir que la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana puede dar lugar a la primera excitación sexual —la primera experiencia sexual traumática— y, en su retorno, a ese breve sueño de despertar.
En el momento en que la soñante escucha “toc toc” se despierta. Nadie había llamado a su puerta, pero la noche anterior, en ese abrir y cerrar de ojos en que la invaden sensaciones penosas de excitación sexual, también despierta. ¿Qué despierta? Una sensación de latido en el clítoris, a posteriori, en el breve sueño “se proyecta hacia afuera, como percepción de un objeto exterior” (19).
La angustia de otra analizante de Freud se dirige en particular a la posibilidad de ser turbada en su dormir por el tic tac del reloj. “El tic tac ha de equipararse con el latir del clítoris en la excitación sexual” (20). En efecto, repetidas veces la despierta esa sensación penosa para ella. Y esa angustia de erección se exterioriza, como parte del ceremonial, en el mandato de alejar de su cercanía durante la noche todo reloj en funcionamiento. Pero el imperativo del silencio que reclama para dormir no puede impedir que, de repente, retorne la ruptura de la protección que repite, como inquietante tic tac, aquel otro momento del espiar.
De nuevo, el etwas en ese efímero lapso ha cambiado de estatuto: no es ausencia, es una presencia que se separa del objeto añorado. Se trata, a partir de 1963, “de la constitución del objeto a: aquel resto, residuo, objeto cuyo estatuto escapa al estatuto del objeto derivado de la imagen especular y a las leyes de la estética trascendental”. Así, la elaboración conceptual del objeto en la traducción de la experiencia clínica ilumina por donde ha pasado el conflicto de “la razón científica”.
Retorna la libido-resto: ese objeto a del que tendremos que ubicar sus características constitutivas. Ese objeto no fue definido conceptualmente. Por él entraron en la teoría analítica todas las confusiones. Y “de él se trata toda vez que Freud habla del objeto —su inminencia— cuando esta en juego la angustia” (21).
El primer desplazamiento que produce va de la reacción de angustia hasta su expectativa, la situación de peligro. El segundo hasta ese instante traumático.
Malcriar al niño pequeño tiene la indeseada consecuencia de acrecentar el peligro de la pérdida de objeto”. ¿Cuál es pues la función de dicho objeto? “La protección frente a todas las situaciones de desvalimiento” (22). Con la indefensión se abre el nexo de la angustia con el descubrimiento traumático.
Con la pérdida: la angustia carece de objeto que la dosifique, con el giro que se produce, no es sin objeto: hay lugar para ese etwas. Pero su valor se ha modificado: no corresponde como en 1909 al objeto de una añoranza erótica reprimida sino al descubrimiento de la realidad sexual —participa la pulsión— en el propio cuerpo del sujeto.
Como “percepción de un objeto exterior”, en ambas pacientes, se trata de un objeto como perteneciente al exterior del cuerpo, como fuera de representación, como algo separado y extraño. De golpe el llamado, como inquietante tic tac o toc toc, introduce un punto de exterioridad en relación al campo del principio de placer.
El peligro realista amenaza desde un objeto externo, el neurótico desde una exigencia pulsional que escapa al espacio del objeto especular. Entonces, en 1926, como esta exigencia pulsional es algo real (Real) (ese llamado inasimilable que se hace oír en el sueño), “puede reconocerse también a la angustia neurótica”, en ese instante fugaz, en esa temporalidad del instante, “un fundamento real” (23).
La noción de real que Freud introduce, opuesta a la función del significante, permite, en 1963, orientarnos: esa exigencia pulsional ante la cual la angustia opera como señal es “del orden de lo irreductible de ese real”. No sólo no es sin objeto sino que “designa el objeto más profundo, el objeto último, la Cosa”. Así, de todas las señales, la angustia es aquella que “no engaña”. Su certeza esta ligada a la inminencia del objeto: ese modo irreductible bajo el cual “ese real se presenta en la experiencia”.
Maupassant describe en El Horla una inquietante presencia invisible que lo atormenta. En el breve eclipse de espanto en que cree “verla”, su propia imagen desaparece del espejo de su habitación. Algo no visible no deja que la imagen del protagonista se refleje. (24)
El vínculo particularmente íntimo entre angustia y neurosis que Freud recorta en el Complemento, lo reconduce al hecho de que el yo se defiende, con auxilio de la reacción de angustia, del peligro pulsional del mismo modo que del peligro realista externo. “Pero esta orientación de la actividad defensiva desemboca en la neurosis como consecuencia de una imperfección del aparato anímico”.
Dicha falla o imperfección reintroduce el momento inaugural: los iniciales estallidos de angustia ocasión inmediata de la represión primaria. La marca de la represión divide al sujeto, deja un resto no medible, testimonio de esa división y de esa exclusión de la mítica primera satisfacción.
La defensa como “reino de la sustitución” (25) significante no alcanza ese resto pulsional. Con él reaparece, junto con la satisfacción sustitutiva, aquella imperfección que deja la operación de la Urverdrängung.
De allí la convicción freudiana: “la exigencia pulsional a menudo sólo se convierte en un peligro (interno) porque su satisfacción conlleva un peligro externo, vale decir, porque ese peligro interno representa (repräsentieren) uno externo”.
En el fondo sólo se ha sustituido un peligro exterior por otro también exterior: la castración por la perturbación económica. Una enorme conmoción en la economía de la libido: grandes sumas de excitación irrumpen e introducen del lado de allá el displacer de la satisfacción, o sea, el nombre freudiano del goce. Esa particular sensación que embaraza al sujeto cuando la angustia se produce como algo nuevo.
También el peligro exterior ( realista ) para Freud tiene que haber encontrado una interiorización si es que ha de volverse significativo para el sujeto. “Tiene, en efecto, que ser reconocido en su vínculo con una situación vivenciada de desvalimiento” (26). A menudo en una situación de peligro apreciada correctamente como tal se agrega a la angustia realista una porción de angustia pulsional.
El desamparo modifica el referente: el exterior se hace interior, la angustia se encuentra con la pulsión. Se invierte el movimiento de 1916 pues Más allá ha dejado un punto de exterioridad con relación al campo del principio de placer. La comparación deja de ser, como en el inicio del Complemento, con el peligro realista. El fenómeno de la indefensión subjetiva se ubica en el borde del aquel punto de exterioridad, lejos de la pérdida de objeto: irrumpe lo unheimlich. El pecado de Edipo. ¡Quiere saber! Y esto se paga con el horror: “lo que finalmente ve son sus propios ojos, a, echados por tierra” (27).
El primer giro lo introduce el desamparo inaugural: la angustia originaria en relación a la falla en que se constituye el sujeto.
El segundo: la situación traumática de orfandad vivenciada.
En la situación traumática, frente a la cual uno está desvalido, “coinciden peligro externo e interno, peligro realista y exigencia pulsional”. Un dolor que no cesa, un exceso en las magnitudes de estímulo que llevan al displacer de la satisfacción. La situación económica es, en ambos, la misma, se ubica allende la perdida del objeto protector, y “el desvalimiento motor encuentra su expresión en el desvalimiento psíquico”.
Finalmente una nueva dimensión del peligro, que puede provocar una angustia que no es ni adecuada, ni inadecuada, ni surge sólo por pura indefensión. Los niños pequeños, ya que un reconocimiento instintivo de peligros que amenacen de afuera no parece innato en ellos, “hacen incesantemente cosas que aparejan riesgo de muerte, y por eso mismo no pueden prescindir del objeto protector” (28).
El tercer giro entonces: el encuentro entre imperfección, indefensión y satisfacción masoquista.
La exigencia pulsional ante cuya satisfacción el sujeto retrocede horrorizado es pues la masoquista, “la pulsión de destrucción —interior— vuelta hacia la persona propia —como exterior—” (29). Con esta coincidencia entre el defecto, el desvalimiento y el goce no interesa ya que “la reacción de angustia resulte desmedida e inadecuada al fin”.
¿Cómo contraponer —se preguntaba en 1916— la libido que en el fondo le pertenece al sujeto, “como algo exterior al mismo”?. ¿Se trata —ampliamos entonces la pregunta— de la modificación de la naturaleza del objeto? (30)
Con la novedad de la pulsión de muerte, del masoquismo primario y, reubicados, los dos primeros destinos de la pulsión, se ha modificado el estatuto del objeto, de la satisfacción y del peligro.
Las fobias a la altura le permiten, en una llamada a pie de página, recrear la vuelta de la pulsión de destrucción como exterior: ese breve momento donde atrapa el espanto de caer al vacío, desde una ventana, una torre o un abismo.
(*) Capítulo 7: “Indefensión y peligro: trauma y señal”, del libro Angustia, fobia, despertar de próxima aparición, Eudeba, Bs.As., 1998.
Notas y referencias bibliográficas
1. S.Freud, “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”: Carta 75, A.E., I, 313.
2. Ver infra: “El peligro externo …
3. S.Freud, Inhibición, síntoma y angustia, A.E., XX, cap. XI “Addenda” 151.
4. Idem.
5. Idem, 152.
6. Idem, “Complemento sobre la angustia”, 154-7.
7. Idem, 154.
8. S. Freud, 25ª conferencia. La angustia, A.E., XVI, 358-9.
9. S.Freud, Inhibición, ob.cit., 155.
10. Idem.
11. J.Lacan, El Seminario, libro X, “La angustia”, lección del 9-I-63, inédito.
12. S.Freud, Inhibición,Complemento sobre la angustia”, ob.cit., 155.
13. J.Lacan, El Seminario, libro XIX, “De un discurso que no fuese semblante”, lección del 13-I-71, inédito.
14. J.Lacan, “La angustia”, ob.cit., 13-III-63.
15. S.Freud, Inhibición, ob.cit., cap. IX, 140.
16. S.Freud, 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional, A.E., XXII, 87.
17. S.Freud, Inhibición, ob.cit., cap. IX, 138.
18. Idem, 131.
19. S.Freud, Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica, A.E., XIV, 270.
20. S. Freud, 17ª conferencia, El sentido de los síntomas, A.E., XVI, 243.
21. J.Lacan, “La angustia”, ob.cit., 28-XI-62.
22. S.Freud, Inhibición,Complemento sobre la angustia”, ob.cit., 156.
23. Idem, 156.
24. G. de Maupassant, El Horla, Argonauta, Bs. As., 1988, pág. 68.
25. S.Freud, Obsesiones y fobias, A.E., III, 81.
26. S.Freud, Inhibición,Complemento sobre la angustia”, ob.cit., 157.
27. J.Lacan, “La angustia”, ob.cit., 3-VII-63.
28. S.Freud, Inhibición,Complemento sobre la angustia”, ob.cit., 157.
29. Idem, llamada 13.
30. Ver infra: “El peligro externo”.