El pequeño Hans, Freud y la angustia. Carlos J. Escars.


«Hace poco publiqué el "Análisis de la fobia de un niño de cinco años", cuyo material fue puesto a mi disposición por el padre del pequeño paciente. Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. (...) Lo nuevo que averiguamos en el análisis del pequeño Hans fue el hecho (...) de que en tales condiciones el niño desplaza una parte de sus sentimientos desde el padre hacia un animal. (...) El niño se encuentra en una actitud de sentimiento de sentido doble ‑ambivalente‑ hacia su padre, y en ese conflicto de ambivalencia se procura un alivio si desplaza sus sentimientos hostiles y angustiados sobre un subrogado del padre» (1).

«En Hans se trata (...) de un proceso represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo de Edipo, tanto a la moción hostil como a la tierna hacia el padre, y a la moción tierna respecto de la madre. (...) Por angustia de castración resigna el pequeño Hans la agresión hacía el padre; su angustia de que el caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas: que el caballo le arranque de un mordisco los genitales, lo castre»(2).

Así expone Freud sus conclusiones sobre Hans en dos épocas distintas: 1913 y 1926. Más allá de las diferencias, permanece la concepción principal de Freud sobre Hans: el caballo es el sustituto del padre, y la angustia de Hans está en relación con ese padre. Pero esto no es, me parece, lo que le pasa a Hans. Es lo que Freud dice que le pasa a Hans. Es la teoría —diría, la teoría sexual infantil— que Freud le suministra, le inocula a Hans, y a partir de lo cual éste pone en orden su fobia.

Intentaré fundamentar esta afirmación. Hans le sirve a Freud, en la época de la Metapsicología, para ejemplificar la primera teoría de la angustia (o segunda, según como se lea). En las histerias de angustia, dice, hay tres momentos: al comienzo, una angustia flotante, «sin que se perciba ante qué»; en un segundo tiempo, ligazón, enlace a una representación sustitutiva —el caballo—; y en un tercer tiempo, las medidas evitativas y los parapetos que llamamos fobia. En Hans, según esto, la aparición del caballo marcaría el pasaje del primer tiempo al segundo.

Creo que, siguiendo de cerca el historial, esto no es así.

Hay, efectivamente, dos momentos en el historial de Hans, en lo referente a la angustia. Pero el punto que escande estos dos momentos no es la aparición del caballo, sino la intervención de Freud que pone a punto este caballo como objeto de la fobia.

El 30 de marzo de 1908 Hans va con su papá a visitar a Freud. Ahí, Herr Professor interviene anunciándole al niño dos cosas, que apuntan en el mismo sentido:

1) Que eso que los caballos tienen ante los ojos y sobre la boca, son, respectivamente, los anteojos del papá, y los bigotes del papá.


2) Le «reveló» que tenía miedo de su padre: «Que hacía mucho tiempo, antes que él viniera al mundo, yo sabía ya que llegaría un pequeño Hans que querría mucho a su madre, y por eso se vería obligado a tener miedo del padre»(3).

Esto es: yo sé que el caballo es tu papá, y yo afirmo que vos tenés que tenerle miedo.

Si uno se detiene a pensar un poco, esto que Freud afirma va contra toda evidencia: nada en el material lo supone.

En primer lugar, es obvio que se hace muy difícil tenerle miedo al padre de Hans. A continuación de la intervención de Freud este buen señor interrumpe: «¿Por qué crees que te tengo rabia? ¿Acaso te he insultado o te he pegado alguna vez?» Esto es: ¿quién puede tenerme miedo a mí? Hans responde inmediatamente, acusando recibo de la palabra de Freud: «¡Oh, sí! me pegaste esta mañana». El pequeño Hans en alianza con Herr Professor para sostener a ese padre en su lugar.

En segundo lugar, el significante caballo había aparecido claramente en relación a la madre: a los 3 años y ¾, Hans asevera: «pensé que como eres grande tendrías un hace‑pipí como el de un caballo»(4). Su primer acceso de angustia aparece luego de un sueño de angustia en relación a los mimos con la madre, y se manifiesta como angustia a salir a la calle. El padre, que tiene la teoría de que es la añoranza de la madre la que provoca la angustia, propone que Hans salga acompañado por ella, y es en esa salida que aparece el miedo a que un caballo lo muerda. Y él ya no puede salir (de al lado de la madre).

Esto es, claramente pasa algo en relación a la mamá, hasta que Herr Professor dictamina: el caballo es tu papá, y vos le tenés miedo. O sea, tu angustia es una angustia de castración. Dicho de otro modo: vos podes perder (a tu madre).

Esto tuvo sus efectos. Dice Freud: «A partir de ese momento quedó atrás lo peor de su estado, el material fluyó con abundancia, el pequeño paciente mostró coraje para comunicar los detalles de su fobia y pronto pasó a intervenir de manera autónoma en el decurso del análisis»(5).

Efectivamente, a partir de allí Hans comienza a producir, queda tomado en análisis, comienzan a producirse sustituciones, movimientos, construcciones: caballos que caen, caballos cargados, caballos con carro, caballos enganchados, que se desenganchan, Lumpf, etc, etc. Todo el despliegue que este ordenamiento fálico posibilita.

Evidentemente Freud apuesta, en esta época, a una vertiente simbólica de la angustia, que le permite pensar en los desarrollos que precisamente Hans inaugura: la curiosidad sexual, la investigación sexual infantil, la dimensión del enigma, el complejo de castración en términos de las teorías sexuales infantiles. Pero pierde de vista, en su teorización, el primer momento de Hans, ese de la madre que muerde, la madre devoradora que aparece demasiado presente.


Y aquí me parece que, colateralmente, se plantea una sorda cuestión, que va a permanecer en Freud —y que Lacan pone en primer plano en el Seminario X— acerca de si se debe pensar a la angustia como la reacción ante la inminencia de una pérdida, de una falta, o ante la inminencia de un exceso. Creo que el tema en Freud permanece abierto. En el punto VIII de Inhibición, síntoma y angustia, él comienza planteando al «peligro» como ese incremento de estimulación en término económicos —un exceso—, pero a continuación dice que la angustia se desplaza de la situación económica a su condición: la pérdida del objeto. Este desplazamiento, más allá de las interpretaciones que se le puede dar, conlleva el pasaje de una concepción a la otra. Allí mismo, critica en forma demoledora al libro de Rank El trauma del nacimiento —que, dicho sea de paso, él mismo le sugirió escribir—: entre otras cosas, le recrimina que Rank tome a la fantasía de retorno al seno materno como aquello que provoca, ora placer y dicha, ora, por el contrario, horror. Esa inconsistencia, que Freud le adjudica a Rank, me parece que es la suya: si Hans se queda con la mamá, ¿se tranquiliza o se angustia?

Lo que planteo, en definitiva, es si no puede pensarse a la intervención de Freud en Hans como el pasaje —el acotamiento— de la angustia ante esa Mantis religiosa de la madre, a la angustia frente a un padre castrador, pasaje que posibilitaría el movimiento del síntoma en la dialéctica fálica. Quedaría por definir ahí el estatuto teórico de esta angustia ante la madre: ya no se trata de la pura angustia traumática, pero evidentemente va más allá de la señal.

Lacan, por otra parte, comenta el caso de Hans en diferentes momentos de su enseñanza. Algunas citas muestran, creo, un razonamiento análogo, aunque en otros términos, con el que persigo aquí. Él toma, en estas citas, el valor del Wiwimacher para Hans, de ese «hace-pipí» por el que tanto se preocupa. En el Seminario IV afirma que en Hans la angustia aparece cuando su pene comienza a devenir algo absolutamente real(6). Aunque allí «real» no tenga el estatuto de años posteriores, puede ponerse en relación esta frase con lo que afirma muchos años después, en la Conferencia en Ginebra sobre el síntoma: allí dice que para este niño, «el encuentro con su propia erección no es autoerótico en lo más mínimo. Es de lo más hetero que hay (...) El goce que resulta de ese Wiwimacher le es ajeno»(7). Lo que tiene Hans es un embarazo de su falo, dice en R.S.I (8). En el Seminario X, diferenciando al objeto desde el punto de vista de su imposibilidad de ser compartido, del objeto de intercambio, dice que, «si la amenaza se cumple, el Wiwimacher pasará a estar en el campo operatorio del objeto común, del objeto intercambiable»(9).

Si, como dice en el Seminario XVI, la verdadera función de la fobia es sustituir al objeto de la angustia por un significante que provoque temor(10), la operación de Freud ¿no trata de transformar ese exceso de pene (o de madre: en todo caso, de goce), ese punto de angustia, en significante, en falta, que inicie la circulación, que promueva cierta pregunta en el despliegue de su fobia?(11).

Mi interrogante es, en definitiva, clínico: ¿qué valor tiene este tipo de intervenciones "normativas" (¿construcciones?) en el análisis con niños?, ¿No constituyen una precondición del análisis en aquellos niños neuróticos que como único síntoma presentan ese tipo tan común de angustia «inespecífica»?. ¿No puede pensarse como una puesta en orden del síntoma, a partir de lo cual comience el verdadero trabajo?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. S. Freud: Tótem y tabú, (ensayo IV, punto 3), A.E., XIII, págs. 131-2.

2. S. Freud: Inhibición síntoma y angustia, (Capítulo IV), A.E., XX, págs. 102-3.

3. S. Freud: Análisis de la fobia de un niño de cinco años, A.E., X, pág. 36. Subrayado mío

4. Ibid, pág. 10.

5. Ibid, pág. 100.

6. J. Lacan: El Seminario, libro IV, “Las relaciones de objeto”, clase del 13-3-57, inédito.

7. J. Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988, pág. 128.


8. J. Lacan: El Seminario, libro XXII, “R.S.I.”, clase del 17-12-74, inédito.

9. J. Lacan: El Seminario, libro X, “La Angustia”, clase del 9-1-63, inédito.

10. J. Lacan: El Seminario, libro XVI, “De un Otro al Otro”, clase del 7-5-69, inédito.

11. Desde luego, no digo que esta operación sea sin resto. De hecho, y por más que Freud se jacte de saberlo, es obvio que eso negro que los caballos tienen en la boca -esa mancha de Irma- nunca se termina de saber qué es, no entra en el cuadro del caballo, y es patética la angustia del padre de Hans tratando de averiguarlo.