El niño y el saber. Isabel Goldemberg.


“…la verdad histórica es igual en cierto sentido a las nubes, que sólo en la lejanía toman forma ante los ojos…
Wilhelm Von Humboldt [1]
Es esencial al progreso de nuestra clínica retomar la posición del sujeto a nivel de la estructura, sin dejar de tener en cuenta lo que esto implica de real. Pero, ¿cómo abordaremos un sujeto prematuro en el tiempo de la constitución, sin constituirnos solamente en “un buen entendedor” gozoso de un proceso de curación espontánea?
Hablamos de tiempos en la constitución que van de la infancia a lo infantil ya como neurosis constituida. Freud subraya la importancia de los análisis tempranos, allí donde uno se sorprende trabajando en los factores que plasman la neurosis, neurosis infantil que es la regla en el camino de la disposición infantil[2]. Neurosis de la infancia pensada como plasmación, como precipitado que determina una predisposición, en la línea de la fijación. En el año 32 insiste validando nuestra práctica, “El niño es un objeto favorable al análisis, los efectos son radicales y duraderos”[3]. Y aunque señale la particularidad de este objeto en el sentido de la dificultad para la asociación y la presencia real de los padres, no deja de confrontarnos con el desafío de otorgarle legalidad a nuestro campo de acción.
¿Qué es lo que hará diferencia entonces, entre un niño que ha atravesado un análisis, de otro que no ha pasado por esta experiencia discursiva?
Afirmar que el psicoanálisis de niños es psicoanálisis deviene de pensarlo en relación a la transferencia donde la articulación significante soporte de la constitución de un lugar supuesto al saber, delimita el lugar de un analista, relevo de la función de los padres.
Desde esta posición se trata no de recrear una historia sino de la invención de la novela allí donde la estructura revela el tiempo de la imposibilidad. No hay un antes que develar sino un hoy a producir.
Muchas neurosis, comienzan con una pregunta allí donde el saber modifica al sujeto en su interrogación, confrontándolo con la falta.
Si ubicamos desde el comienzo la articulación del saber con la neurosis, no podemos dejar de recordar el planteo freudiano con relación a la constitución de la neurosis infantil, allí donde señala, precisamente, el núcleo de la escisión psíquica, núcleo de la neurosis, en esta confrontación entre el saber soportado en el pulsionar infantil y ese saber que le viene del Otro. Complejo nuclear, núcleo del inconciente sostenido en este saber sobre la sexualidad traumática, mortificante, en tanto compromete a la pulsión. Saber no sabido que promueve entonces una elucubración de saber sobre el goce como una vía o una forma de cercar lo traumático. Saber, entonces, que es del orden del goce, goce que por otro lado en el ser parlante no es sin la implicación del cuerpo.
Complejo nuclear, que también lo podríamos llamar drama de la estructura del sujeto, en tanto, por un lado, dice de la confrontación con el deseo del Otro, con la falta, en esta pregunta por el ¿qué soy?, o mejor dicho, ¿qué quiere el Otro de mí? Por el otro lado, drama jugado en la frontera del goce sexual, que aunque no se asegura la complementariedad, el encuentro posible con el objeto, es decisiva al determinar la posición del sujeto en relación al saber y al goce.
En tanto hay goce excluido hay emergencia de saber, que el Otro le birle la verdad, decía Freud, asegura la producción de un sujeto investigador. Pero ¿quién es el que sabe?, Lacan responde: el Otro. El Otro en tanto lugar del saber, lugar del inconsciente, como saber no sabido que se articula como un lenguaje. Todo transita entonces en esta relación jugada entre el sujeto y el Otro.
Pensar el inconsciente de esta manera ha producido una subversión en la estructura del saber que trae aparejado un nuevo discurso, un nuevo instrumento de lazo social que, como estructura dice de lo real, pero el inconsciente, como saber, no es conocimiento, le es extraño al conocimiento, ya que el conocimiento es del orden de la ilusión o del mito.
Como analistas ponemos en juego nuestra posición sostenida en una falta de garantía en un saber absoluto, pero de este lugar en relación al “savoir faire” debemos dar nuestras razones.
Una mamá dice de su hijo: -“Nunca supe qué hacer con él ni con el padre”, separada desde los primeros meses de vida del niño, me consulta, luego de intentar que él comience un análisis, angustiada por no poder manejar a su hijo. Dice de él: -“Miente, no cumple con sus obligaciones, engaña y se engaña, no sabe lo que quiere, me hace la vida imposible”-. Me encuentro con un niño reticente, rechazante, dice: -“Es a mi mamá a la que le pasan cosas, que se analice ella”. Marca su no lugar en la casa. Prefiere vivir con el padre pero no puede elegir, tanto él como su padre no creen en los analistas. Frente a dificultades en las entrevistas, pido verlos a los dos, madre e hijo.
En la entrevista la madre enumera las dificultades, sosteniendo el por qué piensa en lo necesario del análisis. El clima de la reunión se va complejizando, frente a un no, como respuesta del niño, ella insiste en que debe venir. –“Yo quiero que así sea porque es lo mejor, te sentís mal, no tenés con quien hablar, es como cuando uno tiene una perforación de oído y tiene que ir al médico”. – Él responde: -“No es lo mismo”-. Se va achicando hasta desaparecer en la silla, se angustia y comienza a llorar. En este punto no sé muy bien qué hacer, si insisto, quedo pegada a un discurso amo, de los más autoritarios; si lo dejo librado a lo manifiesto, puedo caer en la trampa del engaño. Decido mediar, no cerrar desde el lado de la impotencia y esperar. Propongo una entrevista con la madre y digo –“luego vemos”-Ofrezco un horario: -Yo puedo lunes 15:30”. Lo inesperado atraviesa el campo de la espera, rápidamente sale de su posición desfalleciente y aparece diciendo: -Yo no puedo a esa hora”-. Sin aportar significación a su modo de inclusión digo rápidamente: -Decime vos a qué hora podés”-. –No sé si vos podés”- responde. –“Decí, yo veo”-. Miércoles 15:30” dice el niño. -“Hecho”-, respondo. Momento de angustia como previo a la emergencia de un sujeto, momento puntual de apertura para abroquelarse rápidamente en su posición burlona y desafiante como respuesta a la demanda del Otro. Pregunta por su lugar en el deseo del Otro que no puede abrirse por el momento sin caer en la angustia. –“Hasta cuándo tengo que venir, hasta fin de año”-. En ningún momento hablo de tiempos ¿Intento de alojamiento como la otra cara del rechazo? Permanente puesta a prueba de qué soy para el Otro, frente a un padre que intenta sostener fallidamente, y una madre que se pierde en sus vacilaciones.
En el curso de estos primeros encuentros, un accidente en un ascensor. En un descuido, atándose las zapatillas saca el pie afuera, se lastima y fractura un dedo. Del accidente ni palabra, fue un descuido, lo único que aparece es la angustia.
En este juego de apertura, la respuesta es fuerte. Algo hay que perder, lo que falla está jugado como accidente en su cuerpo con un compromiso de goce que el saber no ha podido acotar. Solo resta recuperarle alguna marca identificatoria que en la diferencia entre un significante y otro pueda hacer hablar al sujeto en el punto de la repetición y en tanto repetición produzca pérdida y recuperación. Pero para esto es necesario el trabajo del saber, saber no sabido del inconciente, que a pesar de él irrumpe diciendo del deseo de no quedar fuera del Otro.
Pero sabemos que la operación analítica apunta a producir un resto como efecto de discurso de lo que devendrá un sujeto barrado, pero un sujeto muy fugaz que se desliza en la relación analítica, como en un juego de marionetas, donde su movilidad desafía la habilidad del analista, para marcar el tiempo de detención, de la espera.
Operación que comporta sus dificultades y en donde las más de las veces partimos de una historia. Historia, que como señala Lacan el seminario XVI, nos remite a una escena de relaciones, como una biografía original, de vínculos interpersonales, de relaciones infantiles, donde los personajes en juego (madre, padre, hermanos) entran a jugar pero en función de tres articuladores: saber, goce y objeto. Es decir el modo o las circunstancias en que un sujeto se ha ubicado en relación al deseo del Otro y cómo cada uno de estos términos, saber, goce y objeto, han sido ofrecidos al sujeto.
Aquí Lacan ubica precisamente la elección de la neurosis, podríamos agregar: mal dicha “elección”, en tanto está determinada por la oferta hecha al sujeto. En este sentido la historia puede operar al servicio de enmascarar lo verdaderamente determinante de esta biografía infantil, jugada en esta particular oferta. Y agrega: “Al tomar las cosas al nivel de la biografía lo que vemos ofrecerse, en el momento de la explosión de la neurosis, es la elección…”elección de goce, goce que habla de la imposibilidad de la estructura jugada en un goce que se excluye y nunca se alcanza. Exclusión sostenida en el significante del goce, significante fálico que hace imposible la conjunción sexual.
Recortemos elección de goce, o lo que llamaba Freud plasmación de la neurosis, precipitado como marca primera de la estructura.
Por otro lado no podemos dejar de considerar la correlación de este tiempo prematuro del sujeto en la infancia, con lo que la imposibilidad enmascara o desvía, de poder ejercitarse en términos de insuficiencia, de no estar a la altura. Pero insiste Lacan, el sujeto ¿no sería siempre prematuro a la luz de la imposibilidad? “La coartada tomada de la imposibilidad en la insuficiencia es por otra parte, la pendiente que puede tomar la dirección del psicoanálisis y que después de todo, no es algo donde no podamos sentirnos los ministros de un auxilio que sobre tal o cual situación pueda ser la ocasión de un beneficio”[4].
Lacan nos advierte que no es desde aquí desde donde el analista sostiene su función, ya que lo que el neurótico testimonia con su síntoma, es cómo goza, allí donde interroga esa frontera, que nada puede suturar, aquella que se abre entre el saber y el goce Pero cómo jugar esta posición en la clínica con niños donde sabemos que no sólo contamos con el monólogo de un actor, sino que diversos personajes, goces y transferencias suben al escenario y donde el mismo dispositivo oficia muchas veces de marco simbólico, de ley que organiza el campo de relaciones. Alertarnos del auxilio, no invalida nuestra operación sobre el goce en juego en esta trama de relaciones que, muchas veces, sirve para propiciar una puesta en juego de la angustia frente a la insuficiencia, que no es más que una manera de confrontarse con la castración. Es en relación a cómo atravesar o sancionar esta encrucijada en relación al encuentro con un goce traumático, que se marcarán los destinos de la estructura. Operación del falo, que como tercero ordena y pone en impasse al goce, este, es un nombre de la castración.
En esta línea de la insuficiencia no podemos obviar a Juanito y su fobia, y justamente en este caso princeps del psicoanálisis con niños, se opera a través del padre, además del despliegue de teorías de Juanito en la línea de la elucubración del saber. Hay teorías pero también transferencia de saber. Es decir, que lo que podemos deducir en relación a lo que se espera de un analista, es que haga funcionar el saber, se le supone el saber, se le supone causar la transferencia. En este sentido el saber habla solo y esto es el inconsciente.
Si en el seminario 17, Lacan nos conduce en el pasaje del mito a la estructura y trabaja con los discursos como abordaje de la realidad, es porque desde esta lógica permite pensar el pasaje de la relación de un padre o una madre a los efectos discursivos, en donde a partir de los medios de acceso al goce, es decir del saber, ese uno como marca primera, da cuenta de la pérdida, de la castración.
Al principio todos los significantes son equivalentes, la cuestión es hacer diferencia. El psicoanálisis apunta a develar el significante que marca al sujeto, que lo somete, a aislarlo, o bien precipitar su escritura.
Cómo diferenciar un niño que atravesó o no por este proceso, creo que sólo en el tiempo del apres coup, podremos dar testimonio del cambio de discurso, ya que un niño no hace el pase y la remisión de un síntoma solamente, no nos alcanza para dar respuesta.
Me vuelven a consultar por una niña con la que había trabajado hace un tiempo en entrevistas que se interrumpen frente a la remisión de sus síntomas en el cuerpo. Ante mi pregunta: -“Por qué viene”-, dice: -“Antes, ¿te acordás que tenía miedos? Ahora tengo más miedo”-. Ubica el miedo en un primer exterior cuya percepción desencadena la angustia, el tema es el Jorobado de Notre Dame. También tiene miedo a la oscuridad, miedo a todo y a nada y agrega que también se le cayeron dos dientes. Le propongo que dibuje lo que le da miedo, pero ella dice no saber hacer la joroba, ya que –“no tengo el tamaño”-, no hay medida que regule la diferencia. Se resiste, pero finalmente empieza por un personaje un poco más alejado, Frolo, personaje ambiguo, vestido con ropas de mujer pero con pantalones de hombre por debajo. –“Hagamos el Jorobado”- insisto. Ella responde: -“¡No me sale! ¡Qué cansada que estoy!-. Finalmente lo dibuja. -“Ahora te voy a hacer la oscuridad, como tengo miedo, toda negra”. El dispositivo de la transferencia propicia el desplazamiento. –“No quería venir pero quería que me ayudes”- dice.
Se supone que el Otro sabe de su miedo. Mi dirección va en el sentido de causarla y producir algún resto en la diferencia significante, que en este caso, a diferencia del anterior, se precipita como producción de saber. Le pone su nombre a los dibujos, le propongo que le ponga nombre a los personajes que dibujó. Escribe primero Frolo y luego Jorobade; aquí se equivoca la “o” con la “e”. Le leo separado ¿Joroba-de? Con signo de pregunta. Escribe de nuevo abajo, ahora, “Joroba”. Dice: -“La joroba no la dibujé porque no se ve, porque lo dibujé de frente”-. Bueno, basta de preguntas, vamos a jugar.
Ya no es el objeto que produce miedo, no es el jorobado, sino que es la escanción marcada en la operación analítica, que produce diferencia y hace caer la joroba recortando el cuerpo por otros bordes. Joroba que ahora es entrevista al poder velarse. Recorte que va más allá de las significaciones, de la historia, para operar en la vía de lo simbólico sobre el goce en el juego, modificando el imaginario de la niña. Operación que recuerda el sueño de las jirafas de Juanito, en donde Frolo remitiría a la madre felicizada, y la escritura del Jorobado, dibujo en el papel, que como el tigre de papel, puede borrarse o tirarse a la basura.
En otra sesión comenta como al pasar: -“¿Sabés? No tengo más miedo, duermo con la luz apagada”-.
Saber que se produce como efecto del significante en donde el saber está del lado del analizante quien produciendo el inconsciente, en ese efecto de sentido, recorta un analista.
Cuando escuchamos o leemos, se supone que entendemos, el significante no hace obstáculo, pero ojo, dice Lacan, en “El saber del psicoanalista”, no nos salteemos un significante, allí donde se produce la contradicción y el equívoco, comprendemos ya que estamos comprendidos en los efectos del discurso que ordena los efectos del saber, pero todo saber ingenuo implica un velamiento del goce.
Como psicoanalistas apuntamos entonces, a lo que se escapa, al obstáculo. Pero ¿qué más podemos decir con respecto al obstáculo? Lacan señala: “Quizás, hay algo que hace obstáculo. ¿La cadena inconsciente se detiene en relación de los padres? ¿Es sí o no fundada esta relación del niño con los padres? De lo que se trata es de reproducir una neurosis. Esta neurosis que se atribuye, no sin razón a la acción de los padres, no es alcanzable más que en la medida en que la acción de los padres se articula con la posición del analista, posición que converge hacia un significante que emerge, de ahí que la neurosis va a ordenarse según el discurso cuyos efectos han producido al sujeto. Hacer un modelo de la neurosis es la operación del discurso analítico. Toda reduplicación mata, opera sobre el goce”[5].
Volviendo a la pregunta de qué es lo que hace diferencia entre aquel que no atravesó el discurso analítico y el que sí, dos recortes que intentan dar testimonio de la operación del analista en dos situaciones discursivas diferentes. En el primero, podríamos decir, que nos encontramos con el rechazo y la respuesta al mismo desde una posición de objeto, no hay analista para el niño, no hay transferencia instalada que legitime la intervención del lado de la interpretación. La transferencia opera para la madre permitiéndole autorizarse en la relación con su hijo. Por ahora de lo que se trata es de operaciones que precipitan marcas identificatorias que propician algún alojamiento posible, al estilo de algún compañero de juego privilegiado, apostando a la posibilidad de constitución de un sujeto, pero, haciendo un cálculo posible, no sin el riesgo del equívoco. Me preguntaba hasta dónde sostener esta escena de la madre, quien supone posible obturar con el análisis la frontera entre el saber y goce. Es necesario pensar en un límite que al estilo del corte, del rechazo de esta posición de goce, pueda propiciar la constitución de una demanda, en un tiempo posible del sujeto, allí donde caiga de sostener la demanda de la madre en el apres coup de una interrupción calculada.
En la segunda, una segunda vuelta que hace de la primera, marca y posibilita la aparición de un sujeto en posición histérica interrogando el saber del analista en el campo de la transferencia. Neurosis de transferencia, aquí sí, que produce deslizamiento significante sostenido en la operación fálica. Cambio de discurso leído en el apres coup de un reanálisis que ubica al primero como rechazo de goce y constitución de marca jugado en este campo de relación al Otro en donde el analista interviene modificando desde su función, la forma en que el saber, goce y objeto se ofertaron al sujeto.




[1] Wilhelm Von Humboldt, Sobre la tarea del historiador, Escritos de filosofía de la historia, Ed Tecnos, Madrid, 1997, Pág. 62.
[2] S. Freud, Pueden los Legos Ejercer el Psicoanálisis?, A.E. O. C., Bs. As, 1978-85, Tomo XX.
[3] S. Freud, Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, A.E. O. C., página 137, capítulo 34, Tomo XXII.
[4] J. Lacan, El Seminario, De un otro al Otro, clase 21/5/1969, Libro XVI, inédito
[5] J. Lacan, El Seminario, El saber del psicoanalista, clase 4/5/1972, inédito