EL PELIGRO EXTERNO: ANGUSTIA, MIEDO, TERROR. Juan Carlos Cosentino (Teorico 5 - 1995)


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En 1916 Ael problema de la angustia sigue siendo un punto nodal y un enigma@ en el que confluyen, sin ponerse de acuerdo, angustia neurótica y realista.

La angustia realista, como antes la fobia, le da entrada al peligro externo: )es posible tratarla sin considerar para nada el estado neurótico?

Freud cuestiona, criticando lo que inicialmente comenta en la A250 conferencia@, que la angustia realista es racional y adecuada, y que es una manifestación de la pulsión de autoconservación.

La única conducta adecuada frente a un peligro sería la fría evaluación de las propias fuerzas, comparadas con la magnitud de la amenaza, y el decidirse en consecuencia: si la huida, o la defensa, o aun, llegado el caso, el ataque. Pero Aen una situación así -comenta- no hay lugar alguno para la angustia@; al contrario, la eficacia de la reacción es Amejor si no se llega al desarrollo de angustia@.

Si irrumpe angustia, la irrupción resulta inadecuada: Aparaliza toda acción, aun la de la huida@. Entonces, a la reacción frente al peligro le hace falta conciliar angustia y acción de defensa.

Y como Ael desarrollo de angustia nunca es adecuado@ Freud descompone Ala situación de angustia@. Lo primero que encuentra en dicha situación es la disposición o predisposición (Bereitschaft) para el peligro (Gefahr). Se evidencia en un aumento de la atención sensorial y en una tensión motriz. Esta disposición expectante es el antecedente de la angustia señal y su falta introduce el terror.

En esta disposición se origina, por un lado, la acción motriz y, por el otro, Alo que sentimos como estado de angustia@. Si el desarrollo de angustia se ajusta a un mero amago o se limita a una señal, entonces la disposición a la angustia (Angstbereitschaft) lleva a la acción: la huida, o la defensa activa, o el ataque.

De allí que la disposición a la angustia le parece lo más adecuado al fin, y el desarrollo de angustia lo más inadecuado.

El vínculo angustia-peligro exterior, que ha introducido, no es posible tratarlo -como veremos- sin considerar la angustia neurótica, pero aún no se conecta, como en 1926, con la castración en la madre y con el más allá pulsional.

Sólo el terror (Schreck), en su diferencia con la angustia y el miedo (Furcht), adelanta el efecto de un peligro que no es recibido con disposición a la angustia.

El fenómeno del terror, pues, introduce un nuevo peligro tan exterior para el sujeto como ese peligro exterior, haciendo confluir, por un instante, angustia neurótica y realista. Anticipa, con la pulsión, un objeto-borde que escapa a aquel de la reversibilidad de la libido. Y prepara, junto con la Ainquietante extrañeza@, iniciando un cambio, esa paradójica satisfacción del horror que clama por un punto de exterioridad para el aparato psíquico, distinto al principio de placer.

El fenómeno del terror, como indicamos, facilita el acercamiento angustia realista-angustia neurótica. Freud lo intuye al sostener Aque el hombre se protege del horror mediante la angustia@. No obstante, como aun no ha sido redefinido como ocurre en 1920, la pregunta insiste: A)qué nuevas formas de manifestación y qué nuevos nexos nos presenta la angustia neurótica?@

1. En primer lugar introduce la angustia expectante o la espera angustiada (Erwartungsangst). AUna angustia libremente flotante@ dispuesta a prenderse de cualquier representación pasajera. Dicho estado de alerta, con angustia, influye sobre el juicio, escoge expectativas y acecha la oportunidad de justificarse.

Quienes la padecen Aprevén, entre todas las posibilidades, la más terrible, interpretan, cada hecho accidental como indicio de una desgracia y explotan en el peor sentido cualquier incertidumbre@ (1).

La inclinación a dicha expectativa de desgracia vale, por una parte, como rasgo de carácter en muchos sujetos que en lo demás no podríamos llamar enfermos: los hiperangustiados o pesimistas. Y, por otra parte, un grado importante de angustia expectante corresponde a la antigua neurosis de angustia.

Nuevamente retorna aquella neurosis actual y su etiología sexual, pero la angustia libremente flotante dispuesta a prenderse de alguna representación, como ocurre con la paciente de 1910, deja abierto el camino para el conflicto, la represión y lo que la excede.

Con el Complemento sobre la angustia retornará la Erwartung. Mucho después, en 1963, Lacan la ubicará como espera. Un estado de alerta, de atención, de preparación. Una respuesta que vale como defensa y Aque puede servir para enmarcar la angustia: el primer recurso más allá de la Hilflosigkeit (indefensión)@ (2). Pero en esta conferencia Freud no ha ubicado ese punto de exterioridad y se desliza, a pesar del terror y de su diferencia con la espera, entre la autoconservación y el principio de placer.

2. Una segunda forma de la angustia, a diferencia de la anterior que flota libremente, se encuentra Apsíquicamente ligada y anudada a ciertos objetos o situaciones@.

Vuelven las fobias, pero en el campo del análisis: ahora cuenta con la histeria de angustia. Diferencia tres grupos que se pueden superponer, con alguna pequeña diferencia, a los dos iniciales: las fobias comunes y las ocasionales (o típicas).

Pero con esta vuelta, se inicia un cambio de pregunta: no se trata, como en el Manuscrito E, de interrogarse por el Aorigen@ de la angustia. El vector que orienta dicho cambio de pregunta es el peligro exterior.

En el primer grupo muchos de los objetos y situaciones temidas adquieren también para los sujetos normales, tal como lo posibilita la diferencia terror-angustia-miedo que ha introducido en esta 25a Conferencia, Aalgo de siniestro@ (etwas Unheimliches), y tal como lo anticipamos con el vector que orienta el inicio del giro, Auna dimensión de peligro@.

Con lo cual se introduce la fuerza de un otro peligro, también exterior, en el momento en que lo heimlich se vuelva unheimlich.

En un segundo grupo, la mayoría de las fobias a una situación, Asigue habiendo una dimensión de peligro@, pero dicho peligro, se suele minimizar y no anticipar.

No pensamos en esos peligros (accidente, choque, hundimiento) -señala-, y viajamos libres de angustia por tren y por barco. Lo mismo vale para las multitudes, los espacios cerrados, las tormentas. Y también ocurre con la soledad: podemos tolerarla, siquiera un momento, en condiciones normales.

Lo que le extraña, cuando aparece la fobia correspondiente, es, de nuevo, su intensidad: Ala angustia -comenta- es directamente abrumadora@ (3).

La intensidad de la angustia insiste. Pero esa estética del horror que ha introducido, diferente de la estética kantiana, marcará el camino: para cualquiera vale, en la temporalidad del instante, el encuentro fallido con lo real.

El tercer grupo de fobias, para Freud Afuera de nuestra comprensión@, acentúa la dificultad para establecer el nexo con el peligro. )Cómo establecer el nexo con el peligro que evidentemente existe? En esta dificultad -la agorafobia, las fobias a los animales- insiste la naturaleza del objeto libidinal. Hace falta confrontarla con el historial del Hombre de los Lobos, y con su sueño de angustia, que escribe en 1914 y publica en 1918. La activación de la escena primordial (Freud explícitamente evita utilizar el término recuerdo) introduce, allí donde fracasa la función onírica, una mirada no visible, sólo entrevista en la Ainmovilidad@ de la imagen del árbol enmarcado por la ventana, cuyo paradigma son los lobos.

Si en 1956 Lacan se interroga por ese residuo muy singular -la mancha negra- que queda del miedo del pequeño Hans a los caballos, en 1963 afirma que el sueño del Hombre de los Lobos Amuestra la aparición ... de una forma pura del fantasma ... pues alude a la relación de dicho fantasma con lo real@ (4). De repente irrumpe en el sueño, como doble del sujeto -inmovilidad, mirar- en la escena del fantasma, una presencia invisible que marca el giro en el estatuto del objeto libidinal: el objeto a.

3. Con la tercera de las formas de angustia neurótica Freud pierde de vista el nexo entre la angustia y la amenaza de un peligro. En la histeria, por ejemplo, la angustia puede aparecer desligada de cualquier condición, como un ataque gratuito, tan incompresible para el analista como para el paciente. )Cómo Ahablar entonces de un peligro o de una ocasión que , exagerada, pudiese elevarse a la condición de tal?@.

Freud, que estuvo a punto de articular la angustia neurótica y la realista con la introducción del fenómeno del horror, insiste en el texto: A)puede la angustia neurótica, en la cual el peligro no desempeña papel alguno o lo tiene muy ínfimo, vincularse con la angustia realista, que es, en todo, una reacción frente al peligro?@ )Y cómo hemos de entender la angustia neurótica?@.

Su expectativa, una vez que el vector que orienta el cambio de pregunta se mantiene, no cede. ADonde aparece angustia -afirma-, tiene que existir algo frente a lo cual uno se angustia@ (5).

En 1919 con Lo siniestro, Freud introduce ese efecto de aparición de lo inquietante en lo familiar -en el Hombre de la Arena: Ael despertar de una angustia infantil@ (6)- que será retomado en 1963. Como peligro externo, con la novedad de la compulsión de repetición, interroga el funcionamiento del principio de placer, el estatuto de la satisfacción, y la naturaleza del objeto libidinal.

En la conferencia vuelve a la observación clínica.

Con la neurosis de angustia, se trata nuevamente de la desaparición de la excitación libidinosa y su emergencia como angustia. Pero se ha operado el pasaje de la genitalidad a la sexualidad pulsional. Reaparece en el horizonte la paradoja de la satisfacción. Hacen falta, junto con la histeria de angustia, el conflicto y la represión.

Con el análisis de las psiconeurosis -histeria de conversión y neurosis obsesiva- Alos síntomas sólo se forman para sustraerse a un desarrollo de angustia que de lo contrario sería inevitable@.

Y como su vector de giro sigue operando, esta nueva concepción, guiada por el peligro externo, Asitúa a la angustia en el centro de nuestro interés en cuanto a los problemas de la neurosis@.

El enlace buscado entre angustia realista y neurótica aparece cuando toma como premisa la oposición entre yo y libido. Si Ael desarrollo de angustia es la reacción del yo frente al peligro -externo- y la señal para que se inicie la huida@, en el caso de la angustia neurótica el yo emprende un idéntico intento de huida frente al reclamo de su libido. Y, así, ese peligro interno es tratado como si fuera externo. ASe cumple nuestra expectativa@: ahí donde aparece angustia, dicha angustia se produce frente a algo.

La analogía puede proseguirse. Así como el intento de huida frente al peligro exterior puede ser relevado al adoptar las medidas adecuadas para la defensa, también el desarrollo de angustia -salvo en las fobias- cede paso a la formación de síntoma, que produce una ligazón de la misma.

Esta ligazón asegura el funcionamiento del principio de placer y deja en el fenómeno del terror, que reaparecerá con Más allá, un punto distinto de encuentro, a partir de la pulsión y su objeto de borde, entre peligro interno y externo.

Ahora, el problema radica en otro lugar: )cómo es que la angustia, que significa una huida del yo frente a su libido, es, sin embargo, engendrada por esa libido misma?

)Cómo contraponer la libido -la naturaleza del objeto-, que en el fondo le pertenece al sujeto, Acomo algo exterior al mismo@? (7).

En 1915 se refiere a un breve sueño de despertar. En el sueño se escucha que Ahacen toc toc@, y en ese momento la analizante se despierta. Nadie había llamado a su puerta -comenta-, pero la noche anterior la habían despertado sensaciones penosas de excitación sexual; vale decir, una sensación de latido en el clítoris.

AEsto fue, pues, lo que con posterioridad se proyectó hacia afuera, como percepción de un objeto exterior@ (8): una sensación de Atoc toc@ que anticipa bajo la forma de un llamado no audible, ese inquietante ruido exterior. En ese momento ya no se trata de una libido que le pertenece al sujeto. Tal como señala en Algunas consecuencias psíquicas Ael análisis nos permite vislumbrar que acaso la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la primera excitación sexual -la primera experiencia sexual traumática- y, por los efectos que trae a posteriori, pasa a ser el punto de partida para todo el desarrollo sexual@ (9).

En la conferencia, con el vector que canaliza el cambio de pregunta, surgen entonces otras dos pistas: la angustia en el niño y la angustia neurótica que está ligada a las fobias.

En los niños Freud cuestiona el sentimiento de inferioridad adleriano, como condición de la angustia y de la formación de síntoma.

Mediante una observación cuidadosa, es muy diferente lo que es posible averiguar. Al comienzo el niño se angustia frente a personas extrañas (las cosas solo más tarde entran en cuenta).

Pero no se angustia frente a esos extraños porque les atribuya malas intenciones y compare su debilidad e indefensión con la fuerza de ellos, ubicándolos como peligros para su vida, su seguridad o la ausencia de dolor. AUn niño así, aterrorizado por la pulsión de agresión que gobernaría al mundo, es sólo una malograda construcción teórica@.

El niño Ase aterroriza frente al rostro extraño porque espera ver a la persona familiar: en el fondo a la madre@ (10).

Otra vez, el terror, que ubica en otro nivel a la indefensión, y el giro de lo familiar a lo extraño.

Otra vez, para Freud, como en el pequeño Hans, son su desengaño y añoranza las que se transforman en angustia; vale decir, la libido inaplicada, que no puede, en ese momento, mantenerse en suspenso, se descarga como angustia.

Pero, otra vez, surge la irreversibilidad de la angustia. Ahora ese antes y ese después desanudan el objeto libidinal, de ese instante en que lo familiar, de golpe, se vuelve inquietante.

Con lo cual, cuando Ala angustia ha resistido la prueba@ (11) no se trata, entonces, de la añoranza no saciada por el objeto, ni de la nostalgia por la madre, sino de la inminencia del objeto: interviene la pulsión.

Allí donde al comienzo la angustia carece de objeto, que la dosifique, con el giro que se produce, no es sin objeto, se produce frente a algo: hay lugar para esa libido retenida. Pero su valor se ha modificado: no corresponde al objeto de una añoranza erótica reprimida sino al descubrimiento traumático de la realidad sexual en su propio cuerpo. Participa la pulsión.

Freud apela, en esta situación arquetípica de la angustia infantil, a la repetición del primer estado de angustia durante el acto del nacimiento, vale decir, la separación de la madre. Pero aun no cuenta como en Inhibición con la angustia traumática que en analogía con la angustia del nacimiento se presenta como exceso económico e introduce, para el sujeto, la situación traumática de la indefensión.

En la conferencia esta angustia primordial, que luego será la de la indefensión (Hilflosigkeit), es la que todavía no puede terminar de conectar con lo siniestro.

De allí que el desamparo freudiano es ese momento cuya estructura lo siniestro revela: estar a merced de ese otro peligro externo, vale decir, un llamado mudo o una presencia invisible.

Con las primeras fobias situacionales de los niños -a la oscuridad y a la soledad-, nuevamente, retorna la nostalgia por la persona amada que cuidó al niño, vale decir, la madre. Sin embargo, la añoranza en la oscuridad se transforma, para Freud, en angustia frente a la oscuridad. Otra vez, en ese tiempo de transformación, no hay retorno.

Una vez oí -comenta-, desde la habitación vecina, exclamar a un niño que se angustiaba en la oscuridad: ATía, háblame, tengo miedo@. APero, )de qué te sirve, si no puedes verme?@; y el niño respondió: Ahay más luz cuando alguien habla@.

Ese niño se angustia cuando se esboza ese otro peligro externo: de nuevo, una inquietante presencia. Pero, en ese momento de angustia frente a la oscuridad, cuando alguien habla hay un poco más de luz.

No se huye porque se siente angustia. Se siente angustia y se emprende la huida por un motivo común, Ael que nace de la percepción del peligro@.

Ese otro peligro pone en cuestión a la angustia realista, en sentido estricto, como protectora de la vida. La tarea de la vigilancia, destinada a impedir que el niño se exponga a un peligro tras otro -Ahará todo lo que pueda causarle daño y preocupar a quienes lo tienen a su cargo@- sólo se ilumina con el más allá.

Se comprende pues que en esta conferencia la angustia infantil tiene muy poco que ver con la angustia realista, si ésta es la exteriorización de la pulsión de autoconservación y, en cambio, se acerca a la angustia neurótica de los adultos. Como ésta, se genera a partir de una libido no aplicada. Y de igual forma, sustituye al objeto (libidinal) de amor, que se echa de menos, por un objeto externo o una situación.

Pero en las fobias, tanto en los niños como en los adultos, ocurre lo mismo que en la angustia infantil; una libido inaplicada Ase transmuda en una aparente angustia realista y, así, un minúsculo peligro externo se erige como sustitución de los reclamos libidinales@.

En ese punto la libido ha cambiado de signo: es un cuerpo fuera-de-cuerpo y fuera-de-representación.

De allí que la fobia puede compararse a un atrincheramiento contra el peligro externo que sustituye ahora a la libido temida. Sin embargo, nunca puede conseguirse del todo la proyección del peligro libidinal hacia afuera.

Y como la angustia es siempre inadecuada, sobre todo cuando irrumpe, Freud para eliminar toda dificultad teórica, atribuye, en la conferencia siguiente, la angustia realista a la libido yoica y la acción a la pulsión de autoconservación.

)Y el núcleo del afecto?

El núcleo del afecto -de angustia-, para Freud, es la Arepetición de una determinada vivencia significativa@ (12). Una impresión muy temprana que sitúa, como consecuencia de Alas lagunas de la verdad individual@ (13), en la prehistoria. Dicho estado afectivo adopta la misma construcción que un ataque histérico y apunta, como éste, a Ala decantación de una reminiscencia@ (14).

La Carta 52 nos orienta en este punto. El ataque histérico es acción (Aktion) y no mera descarga y como tal retiene el carácter original de toda acción: ser un medio para la reproducción de placer. ASe dirige al otro, pero sobre todo a ese otro prehistórico, inolvidable a quien ninguno posterior igualará@ (15).

Desde esta perspectiva: )qué se repite?, )de qué impresión se trata?, )qué decanta?

Sobre el fondo de aquellas lagunas, esa impresión muy temprana vuelve en Inhibición como lugar de la angustia con la indefensión y como fenómeno con el terror: en ambos niveles ese Otro -prehistórico- está irremediablemente perdido. Allí donde la primera mítica satisfacción se repite como fallida, el enfrentamiento con un peligro que no es recibido con disposición a la angustia reproduce, en 1926, introduciendo un cambio, el Aplacer@ del horror. Y deja -como una paradójica reminiscencia- la insuficiencia del lado del Otro que no puede ser garante de ese goce.

En la conferencia, en cambio, el acento se desplaza en otra dirección. La impresión temprana que, cuando se repite, reproduce el afecto de angustia, introduce el acto del nacimiento.

Esta inicial versión del acto, con el enorme incremento de los estímulos que sobreviene en el nacimiento, ubica a esta primera angustia como una angustia tóxica. AEl nombre angustia (Angst) -angustiae, angostamiento (Enge)- destaca el rasgo de la falta de aliento, que en ese momento fue consecuencia de la situación real, y hoy se reproduce casi regularmente en el afecto@.

Resta como anticipo que ese primer estado de angustia -como señalamos- se origina en la separación de la madre. Pero aún no aparece la comparación, como ocurrirá en 1926, con la castración en la madre. La separación se ordena en otra dirección: conduce a que ningún sujeto puede sustraerse a ese afecto (ese primer estado de angustia profundamente incorporado), por más que, Acomo el legendario Macduff, haya sido arrancado prematuramente del seno materno, y por eso no haya experimentado por sí mismo el acto del nacimiento@.

Sin embargo, el mismo acto del nacimiento, en 1916 Afuente y modelo del afecto de angustia@, lo conduce a otro sitio cuando se inspira en el pensamiento ingenuo del pueblo (16).

Este Anexo importante@ entre la angustia y el nacimiento, puesto certeramente en descubierto por la sabiduría popular, se detiene en otro lugar: Aante el singular y pequeñísimo objeto que, con la aparición del niño, fue el meconio@ (17).

Hace muchos años -comenta- un asistente relató, entre un grupo de jóvenes médicos de hospital, una Acómica historia que había sucedido en el último examen de parteras. Cuando se le preguntó a una candidata qué significaba el hecho de que en el parto apareciese meconio en el agua del nacimiento, respondió sin vacilar -y calladamente, tomé partido por ella-: que el niño está angustiado@ (18).

Con la angustia del nacimiento, Freud ubica la indefensión del lado del sujeto anticipando, sin mediación, la dimensión del fenómeno.

Habrá que esperar para que ese desamparo -como indicamos- alcance al Otro. Ese hallazgo freudiano, llevará en 1963, con la indefensión del Otro en el tiempo de la angustia, a la cesión de Aun singular y pequeñísimo objeto@, prematuramente arrancado, en la construcción del deseo del sujeto.

Referencias bibliográficas

1. S. Freud, 25a conferencia. La angustia, A.E., XVI, 357-60, 362.

2. J. Lacan, El Seminario, libro X ALa angustia@, inédito, lección del 19/XII/62.

3. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 362-4.

4. J. Lacan, ALa angustia@, ob. cit.

5. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 364-5.

6. S. Freud, Lo ominoso, A. E., XVII, 233.

7. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 365-69.

8. S. Freud, Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica, A.E., XIV, 270.

9. S. Freud, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, A. E., XIX, 269.

10. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 369-70.

11. S. Freud, Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans), A. E., X, 24.

12. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 370-74, 360.

13. S. Freud, 23a conferencia, Los caminos de la formación de síntoma, A. E., XVI, 338.

14. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 360.

15. S. Freud, Carta 52, A.E., I., 280.

16. S. Freud, 25a conferencia, ob. cit., 360-2.