LA INTERPRETACION DE LOS SUEÑOS, 100 AÑOS DESPUES. Juan Carlos Cosentino.


1. Introducción
Voy a referirme al valor actual de los sueños de despertar.
Ubicados inicialmente como sueños de comodidad, en la Presentación autobiográfica anuncian el fracaso de la función del sueño: “Padre, ¿entonces, no ves que estoy ardiendo?”
En ciertos momentos de un análisis, cuando la interpretación ya no opera, dichos sueños se constituyen en piezas privilegiadas. Permiten intervenir en el circuito, difícil de modificar, de fijación al trauma y de compulsión de repetición.
Preferentemente, cuando el dispositivo analítico, la cura misma, se vuelve una satisfacción sustitutiva. Así, su efectividad se revela cuando surgen en transferencia los obstáculos que en Análisis interminable impiden la curación analítica: las fijaciones fantasmáticas y las fijaciones a los rasgos, continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias (ursprünglichen Triebe).

2. La primera clínica freudiana

¿Cuál es la actualidad para nuestra práctica de la primera clínica freudiana? Freud propone una inicial hipótesis auxiliar: la separación entre la representación y el monto de afecto o suma de excitación. Con ella el mecanismo de las neurosis de defensa, en Obsesiones y fobias, es “el reino de la sustitución”. Instalado el dispositivo analítico, la sustitución sostiene la regla fundamental: “diga todo cuanto se le pase por la mente”.
“Pero esta orientación de la actividad defensiva, en Inhibición, síntoma y angustia, desemboca en la neurosis a consecuencia de una imperfección del aparato anímico”. Así, lo primero que llama la atención, entonces y ahora, es que el hecho mismo de la sustitución vuelve imposible, tanto para Freud como para nosotros analistas, la desaparición del monto de afecto. Lo que no se puede reducir simbólicamente.
El punto de irrupción de la neurosis, en Pueden los legos ejercer el análisis, se sitúa en un lugar inesperado. Justamente, los desarrollos y diferenciaciones más sustantivos conllevan el germen de la contracción de la enfermedad, es decir, de la falla de la función.
En la neurosis obsesiva se postula una vivencia primaria de goce. Ese exceso de placer, retorna en el “curso psíquico compulsivo” (Zwangskurs) de los laberintos del ceremonial como también en el más allá pulsional de la obsesión. Así, el onanismo sofocado —en Inhibición— fuerza, en la forma de acciones obsesivas, una aproximación cada vez mayor a la satisfacción.
En la histeria la experiencia primaria estuvo dotada de demasiado poco placer. Para Emma, la analizante de Freud, lo ajeno (das Ding) no se deja sustituir enteramente por el símbolo. Una parte de ese goce rechazado asoma en la risa, en la mirada. Su angustia es la señal excesiva de dicho resto. Alcanza el cuerpo, como soporte necesario del goce de la insatisfacción, indicando que algo no va bien en la proton pseudos (primera mentira).
En las iniciales fobias freudianas no se revela, vía análisis, una idea inconciliable, sustituida. Nunca se encuentra otra cosa que la angustia que no proviene de una representación reprimida. El enlace del afecto liberado, constituida la fobia, es secundario.
El sujeto está dividido por la angustia mientras que el objeto fobígeno, allí donde ese sujeto no termina de estar inscripto como falta en la cadena asociativa, tendrá la posibilidad infinita de sostener la función que falta y, al mismo tiempo, regular la angustia, al velar la abertura realizada en el intervalo de la cadena donde amenaza como peligro exterior, un resto pulsional.
Las fobias a la altura, ese breve momento donde atrapa el espanto de caer al vacío, desde una ventana, una torre o un abismo, nos indican, entonces y ahora, que la exigencia pulsional ante cuya satisfacción el sujeto retrocede horrorizado es pues la masoquista, “la pulsión de destrucción —interior— vuelta hacia la persona propia —como exterior—” (1).
De las tres fases de formación de una fobia, la angustia surge en la primera que suele descuidarse, sin que se perciba ante qué, cuando vacila la realidad psíquica. El tercer sueño del pequeño Hans constituye ese estadio inicial que marca el comienzo de la angustia que se anticipa a la constitución de la fobia. En ese Zeitpunkt, escribe Freud, es decir, en ese “breve momento” o “rápido instante” muchas veces descuidado o silenciado, se introduce la perturbación que al comienzo carece de objeto.
Y con el Zeit–punkt o temporalidad del instante, la perturbación que introduce la angustia no es sin objeto. Se presentifica en el punto de fuga o en el punto al infinito, aquello que habitualmente está velado, algo que, con la angustia automática, tiene valor de mirada: la falta me observa. Así lo particular del goce, aquí fálico, se halla sostenido por la certeza de la angustia o por el miedo que la sustituye.
En estos retornos –no se trata del retorno de lo reprimido– se recorta, muy inicialmente en Obsesiones y fobias, la posición del sujeto ante el goce sexual anticipado: o exceso o demasiado poco o, en la certeza de la angustia, un goce fálico anómalo. La posición del sujeto, obsesivo, histérico o fóbico, allí donde el estado emotivo se eterniza, es decir, la manera en que se particularizará, para cada uno, la estructura.
En lo que atañe a la verdad en Freud no habrá de seguro más que una: se tratará de la castración. Aunque ella asumirá diversos rostros de acuerdo con la relación que cada sujeto establezca respecto de lo eternizado, es decir, del monto de afecto o del goce.
Así, el síntoma es lo que constituye el meollo, el núcleo, la médula de la regla. ¿A que apunta el enunciado de la regla fundamental? A ese algo del que menos está dispuesto a hablar el analizante, a saber, de su síntoma, de su particularidad, es decir, de ese particular que equivale a la investidura pulsional no simbolizable del síntoma.
Pero, para Freud y para nosotros analistas, como el sujeto preserva la particularidad de su síntoma, ocurre que llega un momento en que el dispositivo mismo se vuelve una satisfacción sustitutiva y con esa extraña satisfacción –el masoquismo, la reacción terapeutica negativa– emergen los obstáculos que impiden la curación analítica.
Con los sueños de despertar surge la angustia. De golpe, súbitamente (plötzlich), abren alguna ventana que puede conducir, en un análisis, a lo particular de un síntoma, más allá de la apertura repentina de la ventana, en el instante de acmé, en el sueño del Hombre de los Lobos.
3. Los sueños–de–despertar
¿Cuál es la función general del soñar? Inicialmente, sirve para defenderse, vía realización de deseo, mediante una suerte de apaciguamiento, de estímulos externos o internos que habrían reclamado el despertar; preserva así de perturbación al dormir.
¿Cómo nos defendemos del estímulo externo? La defensa contra el estímulo externo se realiza reinterpretándolo y urdiéndolo dentro de alguna situación inofensiva. ¿En cuanto al estímulo interno de la exigencia pulsional? El soñante le da curso y le consiente satisfacerse mediante la formación del sueño mientras los pensamientos oníricos no se sustraigan a su dominio por la censura.
Pero si la exigencia no es ligada, es decir, amenaza este peligro y el sueño se vuelve demasiado nítido, “el soñante interrumpe el sueño y despierta aterrorizado (sueño de angustia). El mismo fracaso de la función del sueño sobreviene cuando el estímulo externo se vuelve tan intenso que ya no es posible rechazarlo (sueño de despertar)” (2).
En la “14ª conferencia” el sueño de angustia es, por lo común, un sueño de despertar. Un punto de exterioridad, el más allá, que también comanda lo irreconocible del síntoma: ese retroceso, en la “23ª conferencia”, a una suerte de autoerotismo ampliado, como el que ofreció las primeras satisfacciones a la pulsión sexual.
¿Qué despierta, pues? La prueba irrefutable, en Análisis terminable e interminable, la proporciona el sueño nocturno, que frente al acomodamiento del yo para dormir reacciona (no se trata del despertar a la vigilia) con “el despertar de las exigencias pulsionales”.
¿Qué despierta por tanto en el mismo sueño? Las exigencias pulsionales. ¿Qué preserva el analizante en la cura? La satisfacción pulsional del síntoma.
En 1900 el despertar freudiano salva la función del sueño: la realización de deseo. No obstante, los sueños de despertar, los típicos sueños freudianos, entonces de comodidad, introducen un breve momento, algo controvertido, en que aparece junto al estímulo sensorial un llamado... hacia el mundo exterior. En el capítulo VII de la Traumdeutung, anticipadamente, dicho llamado interroga la temporalidad onírica: Padre, ¿ no ves que estoy ardiendo? ¿Quién llama?.
Los sueños de angustia inician un giro en relación con el despertar y hacen posible reubicar ese llamado. La angustia cuestiona la función que Freud le otorga al sueño e introduce una modificación en el estatuto de la satisfacción: el displacer. Este displacer de la satisfacción arrastra un cambio con relación al objeto freudiano y clama por un punto de exterioridad con respecto al campo del principio de placer.
En 1920 la realización de deseo es solidaria del campo del principio de placer mientras que el despertar, con los sueños de la neurosis de guerra, constituye el borde mismo de dicho campo. ¿Qué deseo podría satisfacerse cuando el sueño reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror? El horror es ese estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado. En ese breve momento se destaca, junto con la indefensión, el factor de la sorpresa. No hay lugar para la angustia–señal, allí irrumpe la angustia traumática.
En 1932, al descorrer el velo de la amnesia que oculta los primeros años de la infancia, esas primeras vivencias sexuales del niño están conectadas con impresiones dolorosas de angustia, de prohibición, de desengaño y de castigo. En la “29ª conferencia” su carácter displacentero y la tendencia del sueño a la realización de deseo parecen conciliarse muy mal: “¿qué moción de deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática, extremadamente penosa?”
Queda claro, que proponer la regla fundamental, es referirse específicamente a la particularidad del síntoma, pues la manera en que se particulariza para cada uno la estructura, altera el principio del placer. ¿En que consiste el principio del placer? En no tener nada de particular.
4. Un cambio de pregunta
El deseo Icc como llamado invocante (¿quién llama?) produce un cambio de pregunta: ¿qué despierta? Surge, con el más allá, la exigencia pulsional.
Así, con este cambio de pregunta, propuse hace unos años que el sueño, caracterizado por Freud como el intento de un cumplimiento de deseo, es el intento de un imposible despertar a lo real pulsional (3).
Vuelven: la fijación al trauma y la compulsión de repetición. En ciertos momentos privilegiados de la cura hay aquello que podemos enunciar, no como representación sino como presentación del objeto. Esta presentación es el breve momento de invasión del objeto pulsional que Freud construye pero no puede nombrar conceptualmente.
Como el analizante sueña, el psicoanalista debe intervenir. ¿Se trata con la intervención analítica de despertar al analizante? En ningún caso es lo que el analizante desea pues resguarda, al soñar, la particularidad de su síntoma.
Y cuando relata un sueño en la sesión también la preserva ya que “un discurso es siempre adormecedor, salvo cuando no se lo comprende. Entonces, despierta” (4).
Así, los sueños de despertar pueden introducir en la cura la dimensión de lo inmemorial (Zeitlos): la estructura fantasmática del analizante.
Esas estructuras gramaticales en Pegan a un niño “las más de las veces permanecen apartadas del restante contenido de la neurosis y no ocupan un sitio legítimo dentro de su ensambladura”. Son unos precipitados del Edipo, lo que resta del complejo como secuela, las cicatrices que el proceso deja tras su expiración; lo que predispone a contraer mas tarde una neurosis. Así, la satisfacción pulsional que se gana con este fantasma es masoquista.
En verdad, la frase fantasmática no puede ser interpretada pues “nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir–conciente”. Es una construcción del análisis, mas no menos necesaria.
Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas, es imposible despertar un recuerdo. Con el sueño–de–despertar del Hombre de los Lobos Freud adrede evita usar el término rememoración: “la activación (die Aktivierung) de la escena” –cuando falla la función onírica– opera también como “un nuevo trauma”.
Repentinamente, lo siniestro se adelanta. En el momento en que lo heimlich se vuelve inquietante, “como una intervención ajena” (wie ein fremder Eingriff) se insinúa: ese doble que escapa del sujeto: una mirada no visible, cuyo paradigma son los lobos, sólo entrevista en la inmovilidad de la imagen (el árbol cargado de lobos) enmarcada por la ventana.
5. Los rasgos de carácter
Lo que han vivenciado los niños a muy temprana edad, sin entenderlo entonces, pueden no recordarlo luego nunca, salvo en sueños; sólo mediante un tratamiento psicoanalítico puede volvérseles consabido. Así, en Moisés la influencia compulsiva más intensa proviene de aquellas impresiones que alcanzaron al niño en una época en que no es posible atribuir receptividad plena a su aparato psíquico.
También con dichos sueños, como consecuencia de la operación analítica, puede activarse una escena que lleve no a interpretar sino a descifrar un rasgo de carácter.
Debido a cierta vivencia, por lo remoto en el tiempo y por la reacción frente a la misma, se eleva, entonces, una demanda pulsional que pide satisfacción. A pesar del proceso de la represión, otra vez, la imperfección en que se constituye el aparato psíquico. O la pulsión ha conservado su intensidad, o rehace sus fuerzas, o es despertada por una nueva ocasión. Renueva pues su demanda pulsional, y como la cicatriz de represión le mantiene cerrado el camino hacia la satisfacción normal, se facilita en alguna parte, por un lugar débil otro camino hacia una satisfacción llamada sustitutiva. Ahora sale a la luz como un síntoma o como una alteración del yo, sin la conformidad del yo y sin que el yo entienda de que se trata.
Lo que llamamos el carácter de un hombre “está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia”. Así, los rasgos o marcas que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias o bien formaciones reactivas contra ellas, y dejan discernir su pertenencia a las “excitaciones de determinadas zonas erógenas” (5).
Por el trabajo de análisis esas tempranísimas impresiones exteriorizan en algún momento, consecuencia, como anticipamos, de la fijación al trauma y de la compulsión de repetición, efectos de carácter compulsivo, sin que se tenga de ellas un recuerdo consciente.
En el campo del desarrollo del carácter necesariamente se tropieza con las mismas fuerzas pulsionales cuyo juego se ha descubierto en las neurosis. “Sin embargo, una nítida separación teórica entre ambos campos ocurre por la circunstancia de que en el carácter falta lo que es peculiar del mecanismo de las neurosis, a saber, el fracaso de la represión y el retorno de lo reprimido” (6). Cuando se trata de la formación del carácter, la represión no entra en acción o bien alcanza con finura su meta de sustituir lo reprimido por formaciones reactivas.
Tales procesos de la formación del carácter son menos transparentes y más inasequibles al análisis que la neurosis de transferencia, el síntoma–metáfora e, incluso, la dimensión fantasmática.
Es otro orden lógico el que interviene con los rasgos o marcas: se trata de la investidura pulsional que resta al fantasma fundamental. Pueden activarse con los sueños de despertar.
Retorna el fuera de tiempo (Zeitlos): el silencio de dichos rasgos sostiene una dimensión de goce no equivocable por el trabajo de interpretación.
6. Una voz
Una analizante sueña con una situación de pesadilla pesadillezca. Aplastada no puede gritar. En el horror del despertar escucha que gritan, pero no es su voz. Se trata de la voz de un poseído, de una voz de adentro … un grito gutural, de ultratumba.
Con el grito vuelve a pasar otra vez más por su posición fantasmática masoquista, allí donde el tiempo de ese análisis mismo valía como una nueva satisfacción sustitutiva.
Se destaca, entre varios, un sólo recuerdo que despierta el relato del sueño: el mismo grito aterrador de las lejanas pesadillas de la tía, muerta hace algunos años.
De golpe, en ese instante no habitable del sueño, la voz (de la tía) es el propio sujeto.
Luego, enuncia dos versiones de un dicho popular.
Una dice “las almas retornan para atraparnos”. Como ocurre en esa pesadilla, en el instante del grito, se trata de la exhibición de la voz.
La otra dice: “uno tiene que soltarlas”.
Y en ese breve momento de la sesión recorta una de las dos traducciones de ese dicho popular y, con ese corte, concluye la sesión: “no se trata de que las almas lo atrapen a uno, es uno el que tiene que soltarlas”.
Dejar en paz a los muertos” –en esta oportunidad, una escansión– no pertenece, en sentido riguroso, al decir; introduce como su soporte la dimensión de la voz.
Aquí nos hallamos en un camino muy diferente del de la exhibición de la voz. Todos los “por que” de la exhibición de la voz están hechos para satisfacer lo que el analizante supone que el Otro quisiera que él preguntara. Basta que el Otro desee para que se caiga bajo su efecto. Pero en este tiempo de corte (ese dejar en paz a los muertos) donde la interpretación se liga al acto, se suspende el deseo de saber adjudicado al Otro.
Entonces, la voz, en esta hiancia del despertar y en esta interrupción del decir, “puede ser estrictamente la escansión” con la que resistimos, como analistas, al tiempo del dispositivo.
Y resistir al tiempo del dispositivo analítico, allí donde el analista resguarda la neurosis de transferencia, pone en cuestión, con la discontinuidad que introduce el despertar, la “naturaleza” de su posición (7).

Referencias bibliográficas

1. S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, cap. XI “Complemento sobre la angustia”, A.E., XX, 157, llamada 13. Las remisiones corresponden a O.C., Amorrortu Editores (A.E.), Buenos Aires, 1978-85; las revisiones para la traducción del alemán corresponden, salvo aclaración, a Studienausgabe, S. Ficher Verlag, Francfort del Meno, 1967-77.
2. S. Freud, Presentación autobiográfica, cap. IV, A.E., XX, 42-3.
3. J. C. Cosentino, Despertar, en “Angustia, fobia, despertar”, Eudeba, Bs. As. 1998, págs. 141-166.
4. J. Lacan, El Seminario, libro XXIV; “L’insu que sait de l’une-bevue s’aile à mourre”, lección del 19-IV-77, inédito.
5. S. Freud, Tres ensayos de teoría sexual, AE., VII, 218; Carácter y erotismo anal, AE., IX, 158.
6. S. Freud, La predisposición a la neurosis obsesiva, AE., XII, 343.
7. J. C. Cosentino, Despertar, ob.cit, págs. 162-6.