La rectificación subjetiva. Alicia Hartmann



La cuestión de las entrevistas preliminares es un tópico que Lacan ha abordado en distintos lugares de su obra. Podemos situarlas en relación a las “aperturas” haciendo referencia a la conocida metáfora del ajedrez freudiana. En La dirección de la cura y los principios de su poder se ubica el problema en el apartado II “¿Cuál es el lugar de la interpretación?” en un punto específico en lo que atañe a la llamada “rectificación subjetiva”. 

Lacan dice en el texto: no hay entrada en análisis sin las llamadas entrevistas preliminares. Pero en lo referente a las entradas las formas de producir el sujeto dependen, como sabemos, del caso por caso.
En ese apartado Lacan está pensando la transferencia en la articulación de dos ejes freudianos. El de 1912 en Dinámica de la transferencia, la transferencia entendida como combate, como lucha, la que cuestiona diciendo que ese combate que da seguridad al analista confunde la presencia del paciente con lo que sería la presencia (más tarde, el psicoanalizante produce al psicoanalista) del analista.
El otro concepto que corresponde directamente a lo que ocurre en la segunda sesión del “Hombre de las Ratas”, ubica el manejo de la transferencia (tal como está planteado en Recuerdo, repetición y elaboración) —no interpretación de la transferencia— cuando deviene transferencialmente un goce que da cuenta de una intensa moción pulsional. Esta forma de la transferencia es la que Freud empieza a desarrollar a partir de 1920 y que excede al concepto de neurosis de transferencia de 1914.
El párrafo del historial que consideramos es el siguiente:
«Quiero empezar hoy con la vivencia que fue para mí la ocasión directa de acudir a usted. Ocurrió en agosto, durante las maniobras militares en X. Antes me encontraba en estado miserable y me había martirizado con toda clase de pensamientos obsesivos que, empero, pronto se retiraron durante las maniobras. Me ha interesado mostrar a los oficiales de carrera que uno no sólo ha aprendido algo, sino que puede aguantar bastante. Un día hicimos una pequeña marcha desde X. Durante el alto perdí mis quevedos, y, aunque me habría resultado fácil encontrarlos, no quise postergar la partida y renuncié a ellos, pero telegrafié a mi óptico de Viena para que a vuelta de correo me enviara unos de remplazo. Durante ese mismo alto, tomé asiento entre dos oficiales; uno de ellos, de apellido checo, estaba destinado a volverse significativo para mí. Tenía yo cierta angustia ante ese hombre, pues evidentemente amaba lo cruel. No quiero afirmar que fuera malo, pero durante el rancho de los oficiales repetidas veces había abogado por la introducción de los castigos corporales, de suerte que yo había debido contradecirlo con energía. Pues bien; en ese alto entablamos plática, y el capitán contó haber leído sobre un castigo particularmente terrorífico aplicado en Oriente...».

Aquí se interrumpe, se pone de pie y me ruega dispensarlo de la pintura de los detalles. Le aseguro que yo mismo no tengo inclinación alguna por la crueldad, por cierto que no me gusta martirizarlo, pero que naturalmente no puedo regalarle nada sobre lo cual yo no posea poder de disposición. Lo mismo podía pedirme que le regalara dos cometas. Le dije que la superación de resistencias era un mandamiento de la cura que nos era imposible hacer a un lado. (Yo le había presentado el concepto de «resistencia» al comienzo de esta sesión, cuando el dijo que tenía que superar mucho dentro de sí para comunicar su vivencia). Prosigo: Pero si puedo hacer algo para colegir cabalmente algo de lo insinuado por él, eso sucederá (das soll geschehen). ¿Acaso se refiere al empalamiento? —«No, eso no, sino que el condenado es atado» (se expresaba de manera tan poco nítida que no pude colegir enseguida en que postura), «sobre su trasero es puesto un tarro dado vuelta, en este luego hacen entrar ratas (Ratten), que» (de nuevo se había puesto de pie y mostraba todos los signos del horror y la resistencia) «penetraban». En el ano, pude completar.
En todos los momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del rostro de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer, ignorado {unbekennen} por él mismo. Prosigue con todas las dificultades: «En el momento me sacudió la representación de que eso sucede con una persona que me es cara»*. Ante una inquisición directa, indica que no es él mismo quien ejecuta ese castigo, sino, que es ejecutado impersonalmente en esa persona. Tras breve conjeturar {Raten}, sé que fue la dama por él admirada a quien se refirió aquella «representación» (S. Freud, “A propósito de un caso de neurosis”, O.C., Tomo X, pág. 133).

El párrafo que comenta Lacan en su texto es el siguiente:

“La transferencia en esa perspectiva se convierte en la seguridad del analista, y la relación con lo real, en el terreno donde se decide el combate. La interpretación que ha sido pospuesta hasta la consolidación de la transferencia se hace desde ese momento subordinada a la reducción de esta.
Resulta de ello que se reabsorbe en un working through, que se puede muy bien traducir simplemente por trabajo de la transferencia, que sirve de coartada a una especie de desquite sobre la timidez inicial, es decir a una insistencia que abre la puerta a todos los forcejeos, puestos bajo el pabellón del reforzamiento del Yo” (Escritos II, “La dirección de la cura”, pág. 576).

¿Se trata de adoctrinamientos previos? Freud no está buscando como lo propone la psicología del yo ninguna suerte de alianza terapéutica con lo que le explica a su paciente sobre la superación de las resistencias. Recurre a esa explicación frente a lo que el supone una resistencia que toma una vertiente claramente imaginaria en la persona del analista pero que alude a un goce que excede la representación. El llamado adoctrinamiento previo tiene como antecedente la irrupción de goce.

Lacan tiene a su disposición su triada de los registros: imaginario, real y simbólico. A esta altura de su obra el registro simbólico tiene prevalencia por sobre los otros dos. El concepto de real ha pasado desde pensarse como “lo que queda fuera de la experiencia analítica” a “lo que vuelve siempre al mismo lugar” (Sem. II, Sem VII “La ética del psicoanálisis”). La intervención de Freud apunta a que el sujeto se produzca aún cuando “se introduce al paciente en una primera ubicación en lo real”. Al decir de Freud el horror ante su placer ignorado por el mismo. La rectificación es el pasaje de la posición de objeto en la que está el paciente a producir su barradura $. Freud desarma la transferencia imaginaria que se centra en su persona diciéndole: “Yo no tengo ninguna inclinación por la crueldad”. Luego lo ayuda a completar la descripción del tormento “le presta palabras” a lo que al paciente le es casi imposible de decir. 

Recuerda esta operación a la clínica con niños que se caracteriza como será explicitado en el historial del “Hombre de los Lobos”, que a los niños hay que prestarle palabras frente a lo innegable de lo pulsional. Las defensas que aparecen en la retórica del discurso del paciente en otras oportunidades no pueden ser utilizadas. Lacan destaca el uso de la palabra “aber”: pero para reforzar las dos representaciones, con la ayuda de Freud, el paciente logra completar la formulación diciendo “la representación que eso sucede con la persona que me es cara”. Completa así la primera escena con otra representación. Se sistematiza ahí el síntoma a través de un significante privilegiado que representa al sujeto “ratte” y que colmará a lo largo del historial distintas significaciones (“leiraten: estar casado”, “spielratte: jugador empedernido”, “ratten: cuotas”). Otro párrafo de La dirección de la cura apunta a precisar el problema de la rectificación subjetiva metapsicológicamente:

Nada pues en común entre su procesión, dicha a partir de la superficie, y la rectificación subjetiva, puesta en primer plano más arriba en el método de Freud donde por otra parte no se motiva por ninguna prioridad tópica (Ob.cit., pág 581).

El método de Freud, dice Lacan, no se motiva por ninguna prioridad tópica. No necesariamente se sigue el camino de la agresión temporal ordenada en una cronología invertida. En “La interpretación de los sueños”, Freud diferencia en la regresión tres formas polimorfas: la tópica: entre sistemas; la temporal: de formaciones psíquicas mas antiguas; la formal: que atañe a los modos de figuración.

Si bien las otras formas están presentes se destaca en el hombre de las ratas, la formal por su descarga motriz, porque resiste al recuerdo, porque atañe directamente al cuerpo y produce lo que Lacan situará mas adelante como presencia de un analista, como consecuencia de la operación.

Diferenciamos este momento singular de la rectificación subjetiva de la inversión dialéctica en Dora o del trabajo que Lacan hace en relación al caso de Kriss sobre el “paciente de los sesos frescos”. En “Dora” la llamada “inversión dialéctica” inaugura la posibilidad del sujeto como pregunta, como vacío, como agujero. Un primer concepto de sujeto, del Seminario II.

En el paciente de Kriss, el acting abre la cuestión de la anorexia mental del paciente y es dirigido a un otro el analista para que retome la dirección de la cura que por su resistencia, la del analista, se ha extraviado.
La rectificación subjetiva en el “Hombre de las Ratas”, produce, como dijimos, el sujeto en su barradura, teniendo en cuenta que sujeto es lo que el significante representa para otro significante, concepto que Lacan trabajará poco tiempo después en el Seminario IXLa identificación”.




* El dice –indica Freud- “representación”; la designación “deseo” o “temor”, más fuerte y sustantiva, está evidentemente encubierta por la censura. Por desgracia, no puedo reproducir la peculiar indefinición de todos sus dichos.