Lo anal y lo escópico en el Hombre de los lobos. Carlos J. Escars.


Facultad de Psicología - UBA
Psicoanálisis: Freud - Cátedra II
Titular: Dr. Juan Carlos Cosentino
Curso de Posgrado “Estructura y sujeto: análisis de la transferencia”, 1999

Lo anal y lo escópico en el Hombre de los lobos
Carlos J. Escars
En lo que sigue trataré de situar, en relación al famoso caso freudiano del Hombre de los lobos, dos dimensiones:
I) la dimensión del erotismo anal, tal como Freud lo expone explícitamente en el historial, con sus diferentes valores; y
II) la dimensión de lo que podríamos llamar el erotismo escópico, tal como Freud no lo expone explícitamente en el texto, pero tal como lo podemos rastrear en el material que nos es relatado allí, y, sobre todo, tal como aparece en lo que puede ser considerado como una secuela del tratamiento del Hombre de los lobos con Freud: su análisis con Ruth Mack Brunswick.
I
Freud no siempre habla de lo mismo cuando se refiere al erotismo anal. En el historial del Hombre de los lobos encontramos al menos tres modos distintos de tematizarlo:
1) Lo primero que salta a la vista en el texto es el amplio desarrollo acerca del valor del objeto anal y sus equivalentes. Dos textos de la época pueden ponerse en relación con éste para apreciar el sentido de este modo de tematización: “Sobre la trasposición pulsional, y especialmente del erotismo anal”, de 1917, en donde desarrolla el erotismo anal en relación al complejo de castración, y algunas de las adiciones de 1915 a los “Tres ensayos...”, fundamentalmente dos: aquella en la que despliega en términos análogos al historial que nos ocupa lo que allí llama los diversos “significados” (Bedeutungen) de lo anal (Freud 1905, 169), y aquella en la que enumera las teorías sexuales infantiles (Ídem, 178). Esta dimensión de lo que podemos llamar las equivalencias fálicas del objeto anal está muy presente en el caso del Hombre de los lobos, tanto que Freud, podríamos decir, se engolosina con ella (véase Freud 1914-18, 67/68). Se engolosina, arriesgamos, tanto en la exposición como en el tratamiento mismo, ya que esta es la dimensión en la que queda coagulada la transferencia en el caso del Hombre de los lobos. Freud analiza la transferencia del Hombre de los lobos (no en el sentido del análisis sino de lo anal), esto es, deja que tome una dirección en donde la demanda se hace en parte simétrica, y donde la relación se convierte en un intercambio de dones: “yo te doy, vos me das”, con toda la ambigüedad que este par de opuestos evoca. Dos ejemplos: Freud le sugiere a su paciente, según relata éste en sus memorias, que al finalizar el tratamiento le haga un regalo: “Freud era de la opinión de que al finalizar un tratamiento un regalo del paciente podía contribuir, como acto simbólico, a aminorar se sentimiento de gratitud y su consiguiente dependencia del analista” (Gardiner, 1971, 174). El Hombre de los lobos, siempre obediente, cumplió. Le regaló, como marca de ese análisis, una figura egipcia de mujer, lo cual está en consonancia con lo que se jugaba para él en la transferencia. “Veinte años más tarde —recuerda el ex-paciente— hojeando una revista, vi una fotografía de Freud en su escritorio e inmediatamente me llamó la atención 'mi' egipcia, la figura que para mí simbolizaba mi análisis con Freud”. Por otro lado, unos años después, en 1918, cuando el Hombre de los lobos vuelve a consultar, es Freud quien regala: por lo pronto, un ejemplar autografiado del famoso caso del Hombre de los lobos, y como si esto fuera poco, una beca para varios meses de tratamiento gratuito con él mismo entre 1919 y 1920. Unos años después, incluso, organiza una colecta para mantener a su ex-paciente, cuya fortuna había desaparecido a causa de la Revolución Rusa.
Pero no voy a demorarme demasiado aquí, para no deslumbrar con lo vistoso de esta dimensión de lo anal.
2) Otro modo en que Freud se refiere a lo anal en el Hombre de los lobos es como soporte sintomático en el análisis adulto. Se sabe que el Hombre de los lobos retenía, no podía evacuar el intestino sin el auxilio de un enema. El mundo se le escondía tras un velo que sólo se rasgaba cuando se producía la evacuación. Esta sintomatología había permanecido casi sin cambios durante gran parte de su vida. Frente a lo cual Freud maniobra: “Por fin discerní el valor de la perturbación intestinal para mis propósitos; ella representaba el pequeño fragmento de histeria que regularmente se encuentra en el fondo de una neurosis obsesiva. Prometí al paciente el pleno restablecimiento de su actividad intestinal; mediante esta declaración conseguí que su incredulidad se expresara francamente, y tuve luego la satisfacción de ver disiparse su duda cuando el intestino empezó a «entrometerse» (mitsprechen) en el trabajo” (Freud 1914-18, 70). Se trata de que en el análisis se produzca una histerificación del erotismo anal. Que el intestino hable, del mismo modo en que más de veinte años antes Freud se asombraba de que las piernas de Elisabeth von R comenzaran a entrometerse en el tratamiento.
3) Naturalmente esta histerificación conduce a la construcción de la neurosis infantil, donde aparece el tercer valor de lo anal, el más complejo y problemático.
A partir de una expresión que el paciente utilizaba (“así ya no puedo vivir más”) referida a sus padecimientos, Freud postula una identificación con la madre basada precisamente en el intestino. Cierto relato sobre la disentería (sangre en las heces) y las hemorragias que el niño escuchaba que padecía la madre, son algunos de los elementos que brindan los nexos.
Por otra parte, Freud postula una función particular en la neurosis infantil del famoso sueño de los lobos: dice que durante ese sueño el niño adquirió “la convicción de la existencia de la castración”, esto es, la convicción de que ser satisfecho por el padre (como la madre) implicaba la castración. Frente a esto, dice Freud, se produce la represión de la actitud femenina, que queda sustituida por la angustia frente al lobo, según el esquema de la segunda teoría de la angustia, la de la metapsicología: represión, angustia y formación sustitutiva.
Ahora bien, la angustia de castración y la identificación con la madre por medio del intestino son contradictorios entre sí. Los separa precisamente eso que Freud llama la “convicción en la existencia de la castración”. En realidad, dice Freud, esa identificación con la madre no surge de la represión (como sí la angustia ante el lobo), sino de la Verwerfung: “desestimó lo nuevo (...) y se atuvo a lo antiguo. Se decidió en favor del intestino y contra la vagina” (Ídem, 73).
Freud no sabe bien qué es la Verwerfung. No la define. Sólo sabe que no es una Verdrängung (“Una represión es algo diverso a una desestimación” (74)), y sabe que no es ni una aceptación ni una mera abominación (78) de la castración.
Entonces, en este punto, la irreductibilidad de lo anal aparece como la marca —y como la consecuencia— de la Verwerfung, de un no pasaje por la castración. Mientras que la Verdrängung de la convicción en la existencia de la castración permite explicar la fobia, la histerificación del síntoma y la dialéctica de la demanda, lo que allí resiste es el punto en donde lo anal permanece ligado a la Verwerfung, punto marcado por la identificación con la madre no en tanto castrada, sino, por medio de ese punto gozoso del intestino, identificación con la madre hipocondríaca.
II
A diferencia de lo anal, Freud teorizó muy poco sobre lo escópico en su obra. Puede decirse que el uso que hace de los términos Schaulust (“placer de ver”) o Schautrieb (“pulsión de ver”) es ocasional. El uso más teórico es en Pulsiones y destinos de pulsión, donde lo ubica como uno de los dos ejemplos de la construcción gramatical de la pulsión. Pero en los otros lugares en los que aparece queda ubicado en verdad cerca de la curiosidad. Es decir que la Schautrieb se desliza hacia la problemática Wisstrieb (“pulsión de saber”).
Particularmente en el texto del Hombre de los lobos lo escópico no aparece teorizado, lo cual queda particularmente en evidencia por el contraste con la presencia que la mirada tiene en el caso, comenzando por la misma mirada de los lobos en el sueño. Lo único que Freud plantea explícitamente en su análisis del sueño es que el deseo de ver es un sustituto del deseo de ser satisfecho sexualmente por el padre (43 n 17). También, en relación a la transferencia, señala un “síntoma pasajero” donde volverse a mirar al analista aparece como modo de apaciguar al lobo-padre. (39)
Es Lacan el que pone el acento teórico en la dimensión escópica del Hombre de los lobos. Lacan se ocupa del Hombre de los lobos en distintos momentos de su obra, pero podríamos esquematizar dos momentos donde su interés recae en distintos aspectos: entre los años 1952 y 1954 aproximadamente, se ocupa fundamentalmente de la cuestión del nachträglich y el problema de la verdad, y de recortar el concepto de Verwerfung, del que va a desprender la noción de forclusión. Y a partir de los seminario IX y X, y fundamentalmente en el XI, el Hombre de los lobos aparece desde el ángulo de la fantasía y la mirada.
Pero lo escópico aparece más evidente y algo más trabajado en el análisis que el Hombre de los lobos mantiene con su segunda analista: Ruth Mack Brunswick.
Relataré sólo algunos elementos de este análisis, sólo para darle contexto a lo que voy a desarrollar. En 1926 el Hombre de los lobos vuelve a consultar a Freud, pero éste no lo atiende. Por el contrario, lo deriva a Ruth Mack Brunswick. Se dice que lo hizo porque ya estaba enfermo, y porque no tenía energías como para tomar un paciente más. Pero quizás fue un acto de lucidez por parte de Freud no volver a tomar a ese paciente en análisis. En esta época el Hombre de los lobos padecía de un síntoma que Mack Brunswick califica como “idea fija hipocondríaca”. Estaba muy preocupado por un “daño” que suponía tener en la nariz. Un daño aparentemente muy visible, y que él consideraba como incurable. El daño consistía en una cicatriz, un agujero, una fosa, “algo” en la nariz. Había llegado a esa conclusión como corolario de toda una historia de enredos, muy al modo obsesivo, de consultas con innumerables dermatólogos, y médicos de distinta procedencia. Uno le decía una cosa, otro le decía otra. Finalmente hace responsable de su daño fundamentalmente a uno de esos dermatólogos. Por eso Mack Brunswick diagnostica “paranoia hipocondríaca”, un diagnóstico bastante fenoménico por cierto. Cuando Brunswick lo ve está desesperado. Le había pedido prestado un espejito a su mujer, y se miraba constantemente la nariz para ver si el agujero crecía, si se curaba o no se curaba. Esta “idea fija hipocondríaca” y este supuesto “delirio persecutorio” no le impide, sin embargo, consultar, pedir ayuda, porque se daba cuenta de que algo raro le estaba pasando.
Mack Brunswick, que es bastante lúcida para lo que era su posición en ese momento, dice que la fuente de esa nueva enfermedad consistía en un residuo no resuelto de la transferencia con Freud. Digo que era muy lúcida para su posición porque Mack Brunswick era alumna de Freud, analizante de Freud, médica personal de Freud, su novio Mark Brunswick también era paciente de Freud y, como si todo eso fuera poco, cuando se casó con este novio el testigo de casamiento fue... el propio Freud. Y Freud le deriva un paciente que para ese entonces ya era “el famoso Hombre de los lobos” (en el año 26 ya estaba publicado no sólo el caso sin también Inhibición, síntoma y angustia, que es donde Freud lo bautiza así). Era una posición bastante difícil, pero pese a eso, la lucidez de esta mujer de pensar lo que le pasaba al paciente en relación a la transferencia con Freud, es absolutamente meritoria.
Pero el análisis no era fácil. Mack Brunswick dice que toda la primera parte de ese análisis el Hombre de los lobos no hablaba de su nariz, ni de los médicos. “Discurría extensamente sobre las maravillas del análisis como ciencia, la precisión de mi técnica —que, según afirmaba, estaba en condiciones de juzgar inmediatamente—, la sensación de seguridad que tenía por estar en mis manos, mi bondad por tratarlo sin cobrarle honorarios y otras cosas por el estilo” (Gardiner 1971, 194). Era un paciente famoso que estaba en posición de juzgar la precisión de la técnica de Mack Brunswick, que además era una mujer joven, tenía veintiséis años, mientras él era un señor de treinta y siete. Mack Brunswick dice que el paciente permanecía absolutamente inaccesible. Y comienza a pensar que hay dos vía que ella tenía que atacar, dos “técnicas de satisfacción” que mantenía el Hombre de los lobos y que lo hacían permanecer en ese estado de inaccesibilidad. Una era culpar a un dermatólogo —el Profesor X— por su padecimiento. El dermatólogo era claramente un sustituto de Freud. El Hombre de los lobos también le recriminaba a Freud el haber perdido su fortuna cuando la Revolución Rusa, porque Freud no lo habría dejado viajar, etc. Es decir se trataba de este que Otro todopoderoso era el culpable de sus padecimientos. Simultáneamente, él se ubicaba como el hijo preferido, el mejor paciente de Freud. Mack Brunswick se da cuenta de que hasta que estas dos cosas no se conmuevan no había manera de moverlo de su posición. Entonces, las dos intervenciones fuertes que Mack Brunswick tiene a lo largo de ese análisis —según mi criterio— atacan precisamente estos dos puntos. Una se produjo con ayuda de la casualidad: en esos día muere el famoso Profesor X. Ella lee la noticia en el diario antes de que el paciente llegue a su sesión. Al llegar lo primero que ella le dice es: “¿Se enteró? Se murió el Profesor X”. Ante lo cual el Hombre de los lobos reacciona: “Ahora ya no voy a poder matarlo”.
Por otro lado, la otra intervención se orienta a cuestionar esa convicción de ser el hijo favorito de Freud. Ella empezó a señalarle que él no era el único caso publicado de Freud, que, pese a que él se regodeaba de tener un contacto social más íntimo con la familia de Freud, ella —que sí lo tenía— no lo había visto nunca en las reuniones que Freud ofrecía, etc. Caído este Otro todopoderoso, y caída su identificación con el falo de Freud, se produce una reacción fuerte.
El historial de Mack Brunswick está compuesto por una sucesión de unos quince sueños. Dentro de ellos hay dos que se producen después de esta intervención y que me parecen interesantes. Uno es: “El paciente yace en un diván en mi consultorio. Repentinamente aparecen una estrella y una brillante media luna cerca del techo. El paciente comprende que se trata de una alucinación, y desesperado porque cree estar volviéndose loco se lanza a mis pies”. (203) La estrella y la media luna le recuerdan a Turquía, el país de los eunucos. Se trata, según Mack Brunswick, de una “castración alucinada”: algo brillante, visual, donde aparece cierta castración alucinatoriamente. Inmediatamente aparece otro sueño, en donde, además de una serie de cuestiones en las que no me voy a detener, dice: “...detrás del muro hay una manada de lobos grises, que se agolpan contra la puerta o corren de un lado a otro. Tienen ojos centelleantes y es evidente que quieren lanzarse contra el paciente contra el paciente...” (203). Ojos centelleantes, castración alucinada. Empieza a irrumpir cierta dimensión escópica. Inmediatamente aparece un nuevo recuerdo infantil. Pese a que Mack Brunswick decía que en el análisis con ella no aparecía nada nuevo que no estuviera presente en el análisis con Freud, aparece un recuerdo nuevo. “Los brillantes ojos de los lobos le recuerdan ahora al paciente que, durante el tiempo que siguió al sueño, no podía soportar que se lo mirara fijamente, se ponía de mal humor y gritaba: '¿Por qué me mira de ese modo?' Toda mirada escrutadora le recordaba el sueño y su carácter de pesadilla” (204). No es un recuerdo cualquiera. Aparece esta “incomodidad”, por decirlo suavemente, frente a la mirada.
A continuación de esto, en el análisis aparecen unas reacciones que Mack Brunswick elocuentemente engloba bajo la denominación de “período de locura”. Quedó, para decirlo gráficamente, desamarrado. Al quitarle las dos posiciones en las que se sostenía, empezó a producirse una serie de efectos “locos”. “Durante este penoso período el paciente se conducía de la manera más anormal. Tenía un aspecto desaliñado, parecía fatigado y atormentado, como si el diablo le pisara los talones, corriendo de escaparate en escaparate para inspeccionar su nariz. En las sesiones analíticas hablaba como un salvaje, entregándose a sus fantasías, completamente fuera de la realidad. Amenazaba con matarme a mí y a Freud (¡ahora que X había muerto!), amenazas que de algún modo no sonaban tan vacías como otras que estamos acostumbrados a escuchar” (205), dice Mack Brunswick que estaba un poco asustada.
Esto se resuelve de alguna manera. Lo más enigmático es precisamente que esto se resuelve de alguna manera. Mack Brunswick reconoce no tener la menor idea de cómo: “Carezco de explicación”, dice.
Uno podría tomar tres hipótesis distintas, tres caminos por los que él podría haber salido de esto. Estas tres hipótesis están relacionadas con tres sueños. Uno es un sueño donde la madre aparece rompiendo los iconos sagrados. La madre era quien que lo había introducido al Hombre de los lobos en la religión, la que lo había obsesivizado en la adoración de las figuras religiosas. Este es un sueño. Otra vía es la de otro sueño donde aparece un paisaje bucólico, hermoso, lleno de colores, y el sujeto, en el mismo sueño, dice “cómo todavía no pinté este paisaje”. Ustedes saben que el Hombre de los lobos tuvo hasta el fin de sus días un hobby que era la pintura. Nada menos. Pintaba paisajes. Vía que uno podría pensar como la de la sublimación. Es una vía demasiado fácil, demasiado facilitada, se diría. Y la otra salida es un sueño donde aparece una ventana en un rascacielos: él siente que debería atravesar esa ventana, y se despierta aterrado porque no puede. No sabemos qué de todo esto, pero lo cierto es que el Hombre de los lobos no produjo un “brote” psicótico con todo esto. Después de este período de “locura” se recompuso y siguió toda su vida más o menos compensado.
Lo que me interesa subrayar es cómo, caída la versión fálica de su fantasma anal y escópico, caída la posición del hijo mejor visto por Freud, el paciente brillante, y caída la posición de ser el mejor producto de Freud, la mejor caquita de Freud, caída la posición del falo del Otro todopoderoso, el sujeto queda a merced de esa mirada sin mediación, y produce esa reacción de “locura” que Mack Brunswick pilotea como puede. Me parece que algo de este punto de falla en el sostenimiento de cierta cuestión fantasmática no es ajeno a aquello que mencionaba hace un rato como el punto en que lo anal no se sostiene sólo como una versión de la castración sino que aparece como lo que queda por fuera de esa castración.
Bibliografía:
Freud, Sigmund (1905): «Tres ensayos de teoría sexual», en Obras Completas, Tomo VII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1976‑79, págs. 111-224.
Freud, Sigmund (1914‑18): «De la historia de una neurosis infantil», en Obras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1976‑79, págs. 1‑111.
Freud, Sigmund (1917): «Sobre la trasposición pulsional, y especialmente del erotismo anal», en Obras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1976‑79, págs. 113-123.
Gardiner, Muriel (comp.) (1971): El Hombre de los lobos por el Hombre de los lobos, Buenos Aires, Nueva Visión, 1983.