EL OBJETO CESIBLE. Elena Jabif.

Seminario “La Angustia” de la ESCUELA FREUDIANA DE BUENOS AIRES, 1994

Al término de su obra Freud designó a la angustia como señal, una señal articulada a un peligro vital, este peligro es de acuerdo a la indicación freudiana, lo que está ligado al carácter de cesión del momento constitutivo del objeto a, este peligro es traducido por el sujeto como amenaza de castración. Y esta amenaza convertida en roca freudiana será el tope del psicoanálisis ortodoxo. Sobre esta elaboración freudiana Lacan se pregunta ¿qué puede considerarse como causa de la angustia señal?

Lacan tuerce el rumbo cuando afirma que la angustia es anterior a la cesión del objeto, reafirmando que la angustia está ligada al deseo del Otro, ya que el sujeto no sabe qué variable del objeto es él, para ese deseo. Esta pregunta va a entramar la premisa del deseo humano como función del deseo del Otro, un Otro que al modo de una voraz mantis religiosa lo enfrenta a este humano con su desconocimiento.

Dice Lacan: “que lo que resta de la pregunta por el ¿ qué me quiere? es un «no se»,- un desconocimiento en esencia angustiante ya que desconozco en la economía de mi deseo de hombre lo que soy en tanto a para el deseo del Otro “.


El diccionario Larrouse sitúa al término cesible en distintas acepciones: 1° renuncia de alguna acción o derecho en favor de otro. Cesión de bienes, paso de los bienes de los deudores a sus acreedores. Ceder.
Ceder, implica hacer abandono de una cosa de la que se goza aclara de la cual se saca provecho legítimamente; también deshacerse de una cosa a la que se estaba apegado, abandonarla; pero aclara recibiendo a cambio una contra indemnización, otra acepción dejar de oponer resistencia moral o física, dejarse llevar, para una mujer abandonarse a los deseos de un hombre.


Subrayo esta interesante versión que toma el carácter de sesión cuando se trata de ceder de lo que se goza, deshacerse de una cosa a la que se estaba apegado teniendo corno corolario una indemnización; premio consuelo la herencia de un resto revelador como es el objeto a, al cual Lacan lo lee en el destete “No es cierto -nos dice- que el niño sea destetado, él se desteta, él se separa del pecho, el niño juega a separarse y a retomarlo, esto permite que el pecho no sea el mero lazo con el Otro que hay que romper sino que se erija como un signo de ese lazo que puede adoptar la función del objeto transicional siempre y cuando, como dice el Larrouse, el sujeto resigne un encandilante goce y adopte como contraindemnización al objeto transicional. Este objeto que muestra de manera ejemplar la función de un objeto cesible, una puntita arrancada a algo, casi siempre un pañal, una puntita que dará cuenta del soporte que encuentra el sujeto en ese objeto, una puntita que testimonia la posición de caída en relación a la confrontación significante, es que propicia que el sujeto no se disuelva junto a su objeto sino que su carácter cesible lo instituya como un pedazo separable del cuerpo del Otro y del cuerpo propio, cualidad que lo declara apto para acuñar cada objeto fantasmático.

Pero Lacan nos advierte que el fracaso de la propiedad cesible del objeto nos conduce a la función umheimlich, como en el cuento de Hoffman (Copelius) donde el objeto pasa de un ser vivo a su autómata, momento de máximo terror cuando el sujeto se confronta descarnadamente con que el deseo que lo constituye es, en este caso, el ojo mismo.

La misma función cesible es lo que permite que la voz a partir de perfeccionamientos técnicos pueda constituirse en un objeto que se ordena en los estantes de una biblioteca, en forma de compact, pero además de este orden escuchar los matices de una voz puede conducirnos a la nostalgia de un viejo episodio, es decir, que puede deslizarnos del placer melódico a la incomodidad de la angustia y una vez más mostrarnos la singular relación que el objeto puede tener en la coyuntura con la angustia.

Más tarde otro objeto -dice Lacan- el anal viene a cumplir esa función cuando el Otro lo demanda. Toma por ejemplo a las comadronas como esas mujeres que velan la llegada al mundo del animal humano, que se detienen ante el singular y pequeñísimo objeto “que fue” el meconio, un resto que funciona como un primer soporte en la relación con el Otro de la subjetivización; un resto que propiciará que el sujeto sea requerido por el otro, a que de cuentas de que es un verdadero sujeto ya que puede dar ”lo que es”, esto quiere decir que el bicho humano sólo atraviesa su pasaje al mundo como resto. Su destino llevará este sello de resto irreductible que finalmente lo humaniza. Este objeto cuando asuma su carácter de cesible va a testimoniar, para Lacan, “lo irreductible de simbolizar en el lugar del Otro”, quizás denunciando que el Otro también porta un real imposible de nombrar.

En este punto Lacan es terminante, dice que si soy para el Otro un objeto cesible tengo garantizado el acceso a una falta, tengo la vía regia para acceder a una posición deseante de una falta que no es una falta del sujeto como nos diría obstinadamente Freud, silo la prueba irrefutable -en palabras de Lacan- de que “no me presento hecho al goce en el nivel del Otro”, no estoy hecho a medida para el goce del Otro, esto implica que la función del objeto a, en tanto cesible está articulada a esa chance, es decir que está articulado a una abertura fantasmática que tiene la misión de separar el deseo del goce, una abertura que nos condena por naturaleza a que si somos sujetos del deseo nos perdemos una cuota de goce y que sólo podremos alcanzar algo de él si alguna vez atravesamos los bordes del deseo, es decir, si atravesamos los umbrales del fantasma que lo sostiene y lo construye, esto implica también, para Lacan, ir más allá del topo, una curiosa figura con la cual él designa a la angustia de castración.

Lacan se pregunta si ese atravesamiento fantasmático no podría Ilamarse deseo de castración, y se contesta que dicho deseo es del campo de la neurosis ya que el neurótico, toma a un pequeño otro en su fantasma como castrador, es decir, hace de un pequeño otro, un gran Otro, agente de la castración. Lacan se pregunta “Tengo necesidad de recordar ((que/lo que la castración analítica nos da primeramente, el ejemplo de la castración, ((traído; ((Sumida V deseada como tal, por Edipo? “. ¿ Edipo no es ante todo padre? ¿ No es acaso el que quiso ver lo que hay más allá de la satisfacción lograda, de su (leseo. 

El pecado de Edipo es que quiso saber, y eso se paga con el horror, ya que lo que finalmente ve, son sus propios ojos, acechados por tierra”. ¿Es inevitable este sangriento rito de ceguera? Lacan se contesta que no, que el neurótico se las arregla bien, ya que tiene ojos para no ver, (ojos que no ven corazón que no siente), no es necesario que se los arranquen y que por ese motivo el drama humano no es tragedia sino comedia. La angustia para el neurótico queda así rechazada, desconocida en la captura de una imagen especular, donde si atisba una pizca de ella, es solamente en los ojos del Otro, pero nos tranquiliza diciendo que ni siquiera es necesario porque hay espejo, este deseo de no ver, es un desconocimiento estructural que puede dar como efecto la inhibición.

Otro artilugio del neurótico está en relación a la turbación (Ernoi) que podría sugerir a la “introyección (término tomado con reservas) y que se forja en la introyección del Ideal del Yo, que muestra el matiz ambiguo cuando lo introyectado del orden del ideal del Otro se transmuta en proyección. La inhibición y la turbación suelen estar en el corazón del síntoma de todo neurótico principalmente del obsesivo donde el fantasma de la omnipotencia del Otro es correlativo a la impotencia fundamental de su deseo, impotencia sostenida en su deseo de “no ver”.

Sin embargo en este trabajo me interesa interrogarla constitución de este objeto cesible en la fobia, ya que la estructura de la fobia señala de manera paradigmática la puerta de entrada en la neurosis.

Desde los primeros trabajos Freud ubica la fobia en relación a la histeria de angustia como una resolución sintomática y temporaria de la misma, luego la encontramos en la infancia como un tiempo insoslayable en el desarrollo infantil.


En “Inhibición, Síntoma y Angustia” la caracteriza (en relación a la formación de síntomas), por lo precario de su estructura defensiva ante el ataque de angustia, así la fobia se reduce a la sustitución de un peligro exterior por otro peligro exterior (ser devorado por el lobo o mordido por el caballo, en clara alusión al “Hombre de los lobos” y Juanito), esto implica en términos freudianos un rasgo de sustitución del caballo por el padre, en términos de desplazamiento (para Lacan es metafórico) y la regresión de lo fálico a lo oral, esto quiere decir que por su proximidad a la angustia de castración se desencadena la fobia, esto nos muestra un camino necesario donde el lenguaje simboliza la sexualidad. 

Este tiempo fóbico de la estructura, Lacan la nomina como una “placa giratoria” que si bien no es una figura clínicamente ilustrada, le daría la razón a Freud, cuando nos indica que en cualquier neurosis encontramos una capa más profunda de síntomas histéricos.

Para Freud un articulador importante en el caso Juanito es la rivalidad con el padre, pero para Lacan el padre no es sólo un rival, sino una función necesaria que permite simbolizar la falta, la falta de representación de la relación, no parece arbitrario situar la función del significante fóbico, como supletoria, como una decisión anticipada del padre que revelada la interpretación freudiana del totemismo.

El fóbico mantiene con lo que se denomina su objeto una relación doble; por un lado lo evita, pero también su valor significante resulta incuestionable para su economía psíquica, la evitación da cuenta del trastorno del espacio, donde la fobia anuda zonas o situaciones que deben ser evitadas, los síntomas más sobresalientes suelen rondar dislocaciones del mundo visual (vértigo, hipersensibilidad a la luz) organizándose una neurosis “de espacio” donde la operación fóbica permite figurar la castración, donde se dibuja una geografía con alto contenido subjetivo, donde en lo Imaginario, se intenta al precio de la inhibición, negociar, el pago de la castración del Otro, así la angustia de castración es la defensa frente al goce devorante del O, ya que ante él, el S puede situarse en un absoluto desamparo, la fobia puede leerse corno una salida renegatoria, pero que permite (fallidamente) barrar al Otro.

Desde aquí podríamos pensar la agarofobia en su especificidad como enfermedad del espacio, quien revela la pertenencia de la angustia a lo 1, quizás entramada en la angustia en estado puro, en una angustia traumática ante el goce del Otro. El S fóbico recibe una demanda infinita, ilimitada al cual percibe presa del terror, quizás la fobia es como el apólogo de la mantis religiosa y su siniestra amenaza. Habíamos dicho que la fobia tenía valor supletorio de una operación de castración que no se termina de cumplir, esto nos conduce a pensar los lugares de obstáculos constitutivos del objeto decible, ya que el sujeto para abandonar aquella cosa (que goza) debe pagar su tributo de manera sacrificial, quizás el agarofóbico cuando define posibles territorios a excluir, bordes nuevos de fronteras se compromete en sacrificios arbitrarios que autorizan al S (por su alto costo) a circular por el espacio.

El sujeto fóbico, huye, ante la amenaza, que el goce del Otro implica ¿Cuál es el riesgo que lo acecha? quedar detenido, objetalizado como objeto imaginario, pacible de colmar la falta en el Otro, un objeto que padece en un déficit de lo cesible y que lo coloca mal parado en un más acá del, con el riesgo de quedar prendado al falo I.

Un punto interesante en los tramos finales de nuestro seminario, es cuando Lacan propone que la constitución de este objeto cesible, el sujeto la realiza en un lugar de extremo peligro, donde el desamparo que acuna al ser, lo confronta al humano con SU desgarramiento inaugural. Este peligro para el neurótico es desconocido aprés-coup, sin embargo su experiencia inicial asecha. Un refugio ante el desgarro, es la vanidad quien al modo de una compensación fantasmática permite superar arbitrariamente nuestra humilde condición. 


Dice Lacan: “A esto está vinculado ese tono supremo y magistral que resuena en el corazón de la escritura sagrada, en un texto que a pesar de su aspecto blasfematorio se define como el Eclesiastés. Este texto escrito en el Siglo III, a.c. es una traducción del hebreo al griego, su autor se autonomina el hijo de Israel; desde el inicio define el mal humano como vanidad de vanidades, todo es vanidad. Una reflexión surgida en un tiempo donde en Israel no había un más allá de la muerte; de ese más allá nadie sabía aún, no se tenía acceso aún a revelaciones divinas sobre la ultratumba.

El autor se pregunta ¿qué provecho saca el hombre a todo el esfuerzo que se toma bajo el sol? y se contesta: nada es nuevo bajo el sol, se dice que “si dos duermen juntos, ambos se calientan, ¿uno solo cómo se calentaría? y avanza diciendo, en el vaivén de la vida hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, hay un tiempo para buscar y otro para perder, hay tiempos de guerra y tiempos de paz. Quién sabe lo que es bueno para el hombre y enuncia algunas máximas que podrían aplacar el vaho, el hálito que envuelve al hombre. Le dice: más vale un nombre que un buen perfume, más vale el día de la muerte que el del nacimiento”.

Lacan le contesta al hijo de Israel, “el a, como objeto cesible marcado aSÍ como causa del deseo no es esa vanidad ni ese desgarramiento “, el a en su función irreductible, es lo único de la existencia, en tanto que ella vale por ese resto, en el que echa raíces el deseo, y así ella culmina.


“El hombre de los lobos”, Freud lo encuentra capturado en la vanidad paralizante de ser mirado por los lobos, hasta que tiempo después el espejo le devuelve durante largas horas las marcas que porta su cuerpo. Freud trabajó minuciosamente su fobia, una fobia tratada como trazos de letras, lo encuentra a “El hombre de los lobos” en un recuerdo encubridor corriendo tras una mariposa, entiende que la posición del sujeto en su episodio fóbico transforma las alas de la mariposa en la mirada de los lobos; deduce que el rayado de las alas, dan cuenta del rayado de unas peras, que participan de la escena de seducción con Gruscha. 

Una escena traumática por el desamparo del sujeto, ante el goce del Otro, El nombre de las peras en ruso coincide con el nombre de la niñera; esto da cuenta del juego significante de la fobia y de su dependencia estructural con el Ideal del Yo. La letra o nombre de la fobia se presenta como una intermediación del sujeto y del Otro, quizás restituyendo con el nombre fóbico uno de los nombres del padre.

Recordemos que la función cesible se construye en una confrontación significante, podríamos deducir que el objeto fobígeno es una mostración, una caricatura de un objeto cesible, que porta en sí mismo las secuelas de la castración; si el objeto cesible lo autoriza al sujeto a moverse por el mundo del deseo, el objeto fobígeno habilita al sujeto a moverse por un espacio que muestra, sin lugar a dudas, la frontera entre el sujeto y el Otro; paso previo a la circulación del deseo otorgando en sacrificio su libre albedrío.

Elena Jabif