”EL INCONSCIENTE FREUDIANO Y SU REFORMULACIÓN POR LACAN: SUS CONSECUENCIAS EN LA CLÍNICA”. Eduardo Said.


(*) Coloquio verano de la Escuela Freudiana de Buenos Aires 2008.


Partimos de relevar la pertinencia de abordar el tema; y por varios motivos. De una parte porque ni en Freud y menos aún en Lacan hay una versión unívoca del concepto de inconsciente; de otra, porque no solo subsisten versiones pre-psicoanalíticas flotando en la cultura, adjudicadas en oscura referencia al psicoanálisis, sino también porque se reflotan por la vía de postulaciones de pretendida novedad cognitiva-conductual, esas viejas versiones que hoy, se dice, abrevan en las neurociencias.


Así retornan y pululan: el inconsciente de la sensación, el del automatismo del hábito, de la doble o múltiple personalidad, de la telepatía, del fondo arquetípico, de lo pasional, de lo hereditario, del “espíritu”, de lo subliminal. Versiones múltiples que no dejan, como lo advertía Lacan, de tener su pivote en la referencia invertida a la conciencia, como la captura imaginaria del yo por su reflejo especular.
Vale partir de la definición, recurso escasamente ofertado por Lacan, que propone en el escrito Posición del Inconsciente: “El inconsciente, es un concepto forjado sobre el rastro de lo que opera para constituir al sujeto”

Se trata de un concepto, tal vez deberíamos acentuar, como Freud y Lacan lo hacen, su condición de hipótesis. No se trata de la especie que definiría una realidad psíquica que no tiene el atributo de la conciencia.

Se trata de un concepto a ser sostenido como hipótesis en acto y que pone en juego las coordenadas de causación del sujeto. Ambas versiones, lo in-negro de la conciencia y la causación del sujeto, no tendrían sino una relación de homonimia.

Observemos que, en Freud, la condición de conciencia como elemento diferenciador, es postulada y a su vez sostenidamente puesta en cuestión. Dice en Lo inconsciente [1915]: “tendremos que aprender a emanciparnos de la significatividad del síntoma “condición de conciente”. Posible motivo de la construcción de su segunda tópica.

Siguiendo a Lacan y derivando a una perspectiva clínica, sostenemos que las operaciones de causación del sujeto: alienación-esquicia, separación-sellado fantasmático, toman su lugar en lo real del dispositivo, en tanto la hipótesis sea sostenida por el deseo del analista.

Esquicia y sellado, guardan correspondencia con apertura y cierre como referencia conveniente al inconsciente.

No se trata solo de dar cuenta de tiempos escriturales como referencia a un supuesto acontecer biográfico, sino de la localización repetitiva de aquellas operaciones de causación y la posibilidad de “desembrollarse”, de saber-hacer ahí, en un análisis.

Lacan sigue a Freud durante un extenso trayecto de su obra. Sus aportes a la noción freudiana son bastos. También lo son sus diferencias. Elegimos situarnos en tres tiempos de su elaboración: en Función y Campo de la Palabra y el Lenguaje [1955], en el tiempo del seminario XI y la re-escritura de Posición de Inconsciente [1964], y en el seminario XXIV [1976/7]. Alterando en parte el orden de presentación.

El aporte de Lacan de mayor alcance y valor clínico es, a nuestro entender, el que define a la altura de su seminario XI, la topología y temporalidad del inconsciente como de apertura y cierre, como alternancia de succión, como latido, como lo que “se produce” en el trayecto que va de situar la causa en el tropiezo, en lo que falla en la cadena significante, a derivar en el efecto de lo no realizado.

Esquema de una doble “pérdida” que del efecto sujeto en tanto hendija, conduce, si es que un análisis se produce, a la cercanía de su cierre por las densidades de goce que el objeto imaginarizado en transferencia depara en el circuito de su borde.


Doble pérdida: del sujeto en su barramiento, al despliegue de las fantasmatizaciones fundamentales que revisten el objeto del campo pulsional. Y es allí, en el cierre, donde Lacan propone operar por la vía mayor del corte y la escansión.


Si “el sésamo del inconsciente es tener efecto de palabra, ser estructura de lenguaje”, - indica en Posición del Inconsciente - es desde ese recurso que podemos llamar desde el interior.

Con una advertencia: el pasaje de la causa a lo no realizado, no debería ser sin el despojamiento, la descristalización de las impregnaciones imaginarias del fantasma.


O tal vez podríamos decir, siguiendo a Freud, sin algún levantamiento de lo reprimido.


No nos podemos extender en lo que sería, de hecho lo es, tema de más de un seminario prolongado. Bastaría dejar enunciada la complejidad de las notas para caracterizar el inconsciente que propone Lacan en el seminario XI: hiancia como causa y efecto no realizado, “eso” que habla homólogo al sujeto de la conciencia, intencional, de específica temporalidad, discontinuo, sin uno igual a todo, sincrónico, de sujeto indeterminado. Complejidad que se denota ya en densidad de sus enunciados.

El entramar la definición de inconciente a la causación del sujeto, no deja de producirse el requerimiento de “aggiornar” su alcance en tanto la propia definición de sujeto va enlazándose, en desarrollos posteriores de Lacan, a los discursos y sobre todo a la nodalización RSI. Al entramado de deseo, goce y amor.

Lacan sostiene una ajustada definición de sujeto: es lo que representa un significante para otro significante, definición que subyace hasta el fin de su enseñanza, no sin algunas intervenciones que autorizarían a suponerle un sujeto al fantasma, al discurso, al nudo.

Allí parece producirse una redefinición de estructura y por lo tanto del sujeto efecto, que no se agota en el par ordenado y las restricciones de una lógica definida desde el minimalismo estructural, la no predicatividad, la acción de la estructura, y el privilegio y supremacía del significante. Si aceptásemos que Lacan reformula la noción de sujeto, habría que reconsiderar la definición de inconsciente.

Aún en tiempos de Posición del Inconsciente y el seminario XI, tiempo en que las diferencias con Freud se expresan sin ser acentuadas, se esboza a nuestro entender, la divergencia mayor de Lacan con Freud:


Lacan no hace de la represión un concepto fundamental del psicoanálisis. Más aún, puede o decide prescindir de él.

Postula una enigmática propensión del significante a borrarse, como la estructura basal del significante, en tanto nivel más primordial que la represión. Así lo dice en el seminario XI (1).

Recordemos para relevar la divergencia, que Freud en su “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” [1914], declaró que la doctrina de la represión es “el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis”. Para Freud las nociones de represión e inconsciente, si bien no se recubren, tienen una particular imbricación.

Lacan no tiene una versión unívoca sobre la represión. Un eje para acompañar sus inflexiones se localiza en torno al punto de capitón, almohadillado. En el seminario 3 [1956], el punto de capitón, conserva su valor para definir la clínica diferencial de las psicosis:

“Porque la noción del padre, muy cercana a la del temor de Dios, le da el elemento más sensible de la experiencia de lo que llamé el punto de almohadillado entre el significante y el significado”.
Dos años más tarde, en el decurso de su seminario 5 [1957/8], explicita y limita su alcance ciñéndolo a la primacía absoluta del juego del significante:

“el abrochamiento del que yo hablo, o aún el punto de capitón, no es más que un asunto mítico, pues nunca nadie ha podido abrochar una significación a un significante; pero, por el contrario, lo que se puede hacer, es abrochar un significante a un significante y ver lo que eso hace. Pero, en este caso se produce siempre algo nuevo que algunas veces es tan inesperado como una reacción química, a saber el surgimiento de una nueva significación;”

Proponemos leer la reformulación del valor argumental del punto de capitón, como correlativo de la prescindencia por Lacan de la noción de represión. Prescindencia por otro lado incompleta, podríamos decir: “en tránsito”, ya que en otros textos parece acercarse a las categorías freudianas. Baste como ejemplo el texto “En memoria de Ernest Jones: sobre su teoría del simbolismo” [1959], en que la lógica del significante no parece reñida con la operación represión sino que provee su soporte:

“Hay que definir la metáfora por la implantación en una cadena significante de otro significante, con lo cual aquel al que suplanta cae al rango de significado, y como significante latente perpetúa allí el intervalo en que otra cadena significante puede enchufarse (2).”

Se deja leer una correspondencia con el texto freudiano, que destaca el valor del significante en tanto “palabra puente”. Nombre primero que así habilita a extender su alcance operatorio más allá de la ulterior fórmula de “palabra valija”. Es nuestra opinión.

Hasta aquí buscamos ubicar las coordenadas de la articulación Freud-Lacan en que las diferencias que se insinúan no dejan de contextuarse en el llamado “retorno a Freud”.

Otro tiempo de elaboración lacaniana se produce nítidamente en el seminario XXIV y en la Apertura de la sección Clínica – estamos en 1977 -. Allí se muestra la radicalidad del cuestionamiento que Lacan produce sobre el inconsciente freudiano, que lo llevan a adjudicarse la titularidad de la noción misma. “El inconsciente, pues, no es de Freud; tengo que decirlo: es de Lacan”. Así lo profiere en tercera persona.

En relación al seminario XXIV y a su título, que admite multiplicidad de lecturas, nos detendremos en la traducción-sustitución que propone del Unbewusst de Freud por su L’une-bevue, homofonía que introduce “la una equivocación”.

Lacan explicita: “Este año, digamos que con…. l'une-bévue, trato de introducir algo que va más lejos que el inconsciente.”

¿Qué motiva ese movimiento? Entendemos que es la convicción de Lacan, que por la vía del corte de lo simbólico podría devenir un movimiento envolvente de los otros registros en un embrollo interminable que tipificaría lo que él llama la chifladura psicoanalítica:

“…el uso del corte en relación a lo simbólico corre el riesgo de provocar, al final de un psicoanálisis, una preferencia dada en todo al inconsciente. Poner así el acento sobre la función del saber de l'une-bévue por la cual yo traduzco el inconsciente puede efectivamente hacer que la vida de cada uno se arregle mejor”

Lacan destaca que la vía freudiana del Unbewusst no iría más allá de los juegos del significante. Su operación de traducción apuntaría a situar un real finito en la perspectiva del fin de análisis, expresable como identificación al síntoma:

“¿A qué se identifica uno, pues, al fin del análisis? ¿Se identificaría a su inconsciente? Eso es lo que yo no creo, porque el inconsciente resta — no digo eternamente porque no hay ninguna eternidad — resta el Otro.”
Afirma Lacan: “Freud no tenía sino pocas ideas sobre lo que era el inconsciente, pero me parece, que al leerlo, se puede deducir que pensaba que era unos efectos de significante.”

Parece indicar que un análisis franqueado en la perspectiva del dominio significante del unbewusst, requeriría de un contra-psicoanálisis que depare un saber hacer desembrollarse. Es allí que propone la osadía, aún por demostrar, de la invención de un significante nuevo.

“¿Qué distingue al lapsus del error grosero? Yo tengo tanto más tendencia a clasificar como error lo que se quiere aquí calificar de lapsus”.

Sostenemos la inconveniencia y aún la impropiedad de producir una sustitución de Unbewusst por L’une bévue. Apuntando, en todo caso, a rescatar su entramado y no la liquidación del inconsciente en tanto Unbewusst:

“El síntoma es real. Es incluso la única cosa verdaderamente real, es decir que conserva un sentido en lo real. Es por esta razón que el psicoanalista puede, si tiene oportunidad, intervenir simbólicamente para disolverlo en lo real.”

La facultad o propensión del significante a borrarse esbozada en el seminario XI, estaría en correspondencia con el cambio de traducción del inconsciente a “la una equivocación”.

Entendemos que para muchos analistas, sea esta una incidencia de lectura de Lacan que los compromete a abrirla y desplegarla. En el alcance de mi opinión, acentuar el valor clínico del sonido desligado del sentido, podría derivar en un reduccionismo en que el psicoanálisis no haría diferencia con otras prácticas sociales. La experiencia de la música y el canto, reconducen a la función “pacificante” del continuo, en que la invocación se distancia, aligera, el efecto de corte y discontinuidad del significante. Se inscribe en esa perspectiva la práctica del budismo, de la repetición de una frase hasta que la significación estalla, prolifera y se abandona, dando lugar al vaciamiento del atolondramiento de dichos.

Lacan se formula el extremo siderante, - el mismo así lo sospecha -, de la invención de un significante nuevo: “que no tendría, como lo real, ninguna especie de sentido”. Parece querer ir más allá del significante asemántico, habilitante este a la semiosis. Casi podríamos usar el oximoron, cuanto no la contradicción de la invención de un significante real.

Expresa una suerte de estertor crítico a todo sentido, tal vez su intento más radical de ateismo.

Proponer “la una equivocación” en el lugar del fallido, conlleva eliminar del horizonte la operación represión, pudiendo arrastrar a desestimar toda determinación, vectorización, direccionalidad en la estructura.

La represión es argumentable desde categorías lacanianas. En eso se inscriben los desarrollos sobre la función del objeto a, las densidades de sus especies y su entramado con la función fálica como punto de anclaje, umbilicación. Del propio texto de Lacan, se deducen eficacias de lo que no cesando de no inscribirse, “ombligo” pulsional, se entrama y direcciona las texturas del campo fantasmático. Poner el objeto ‘a’ en el lugar del triple anclaje decide una tensión estructural que se diluye si no hay lapsus sino craso error. Se trata del atractor pulsional que desde la marca y su potencial borrado, opera como “agujero negro” que tracciona el encadenamiento, lo torciona, lo condensa, aunque no lo termine de significar.

Es desde allí que la represión obtiene su “esfuerzo”, su empuje. No sin la sobreimpresión imaginaria, yoica evocada desde la ficcionalización a pérdida.

Función de precipitación, de cristalización, de sedimentación en lalengua en tanto fixión-fijación de goce, que cobra vertientes por la vía de las ficciones simbólico-imaginarias con que se construye la realidad del fantasma. Tal vez “novela familiar”, al decir de Freud.

Si hay fixión como anclaje que condiciona la ficcionalización, hay operación represión. Insistimos: es la fijación de goces y su tensión repetitiva sobre los encadenamientos simbólico-imaginarios la que determina la dominancia de una lógica en que la imposibilidad da el horizonte a la contingencia.

Así el lapsus no es solo error. No es solo borrado, equivocación. Es marca del borrado.


Es eficacia disruptiva. Trama entre “locura” y su potencial soldadura imaginaria, que hace empaste en “debilidad mental”. Si hay debilidad mental, hay pensamiento que miente, hay también pregnancia imaginaria y analógica. Lo analógico es una de las formas de la debilidad mental. Las tramas fantasmáticas se empastan en ese tejido.

La represión no tiene por qué derivar en contenidos al estilo de la interioridad de alforja, pero tampoco diluirse en una pura combinatoria solo apta para errar: “La interpretación no está abierta a todo sentido”, decía con un fundamento equivalente en el seminario XI.

Lacan, aún extremando el vaciamiento del sujeto y por ende del concepto de inconsciente, no puede prescindir del operador fálico. Lo fálico pone umbilicación. Y umbilicación fálica es uno de los nombres de la represión. En su perlaboración falo deviene función fálica. Hay allí función que ordena sin totalizar, da medida incompleta a los goces, y a las tramas con los otros, máxime si nombramos al partenaire como síntoma.


En la misma línea, no deja de sorprender que en el escrito Posición del inconsciente, emerja un corte argumental rotundo e introduzca, por el recurso de otras texturas retóricas, un mito de su creación, el de la laminilla.

La dificultad no estaría tanto en la posible alternativa de traducción de “inconsciente” por el saber-hacer con “la una equivocación”, sino en la sustitución, el reemplazo de una noción por otra. Si hubiese un saber-hacer con lo real del síntoma, con la una equivocación, no lo sería sin el agotamiento que depara el trabajo sobre las formaciones del inconsciente freudiano, sobre el movimiento de la causación del sujeto en Lacan.

Insistimos: Lacan parece estar advertido que un análisis llevado al límite por la tramitación de las formaciones del inconsciente, por el lapsus, puede derivar una inmersión sin límite en la proliferación de sentidos, una chifladura psicoanálitica sin para qué, al lugar de la chifladura histérica.

La obra de Lacan deja mucho margen para que, cada quien que se autorice como analista, elija el soporte conceptual en que sostiene su clínica.

En nuestro caso elegimos retornar a Función y Campo. Retornar desde una perspectiva nodal, trinitaria, que allí se ofrece a ser releída.

Decía Lacan:


El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte. A saber:


- En los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de las neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida;

- En los documentos de archivos también: y son los recuerdos de mi infancia, impenetrables tanto como ellos, cuando no conozco su proveniencia;

- En la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter;

-En la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculan mi historia;

-En los rastros, finalmente que conservan inevitablemente las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido restablecerá mi exégesis.

Nos quedamos con esta rica, aunque discutible, secuencia descriptiva de un Lacan todavía freudiano. No sin re-centrarla en la topología del sujeto a que habilita la nodalización, tematización esta suspendida a otra ocasión.

Así, la cita de Función y Campo, es la composición que más nos representa a la hora de operar con ese “sesgo práctico para sentirse mejor” (3).

Eduardo Said

NOTAS:


(1) Oblivium es levis con la e larga -pulido unido, liso. Oblivium es lo que borra -¿qué [borra]? el significante como tal, aquí es donde volvemos a encontrar la estructura basal, que hace posible, de manera posible, de manera operatoria, que algo tome la función de tachar, de rayar, otra cosa. Nivel más primordial, estructuralmente que la represión de la que hablaremos más adelante. Pues bien, este elemento operatorio de la borradura, eso es lo que Freud designa, desde el origen, en la función de la censura.
(2) En esta cita se asienta una de las tramas de la rica y poco transitada polémica de Lacan con sus discípulos Laplanche y Leclaire. Polémica que Lacan reconoce lo ocupó por muchos años, tal vez nueve: “El solar mental del lector de hoy, digamos de que es joven, ha sido barrido por efectos de convergencia del discurso al que yo he contribuido, no sin que la cuestión de la distancia requerida respecto a los efectos máximos me haya desorientado antes de meditar sobre ello.” “L. hubiera vibrado afirmando que el inconsciente era la implicación lógica del lenguaje..” ... “L. Se me hubiera adelantado en las conclusiones a que he llegado”. Tenue forma de cierto reconocimiento de Lacan en el prólogo escrito al libro “Lacan” de Anika Rifflet-Lemaire.

(3) Seminario XXIV – Clase del 14.12.76

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