Panel: Políticas del sexo. La cuestión del Héteros. Marta Silvia Nardi



Inscribí este trabajo en este subtema porque considero que la política que directamente nos concierne como psicoanalistas es la política del síntoma.

Para hablar de síntoma debemos prestar atención a Marx y no a Hipócrates, en tanto el síntoma que nos concierne no es el que se da en un cuerpo aislado, el cuerpo de la medicina, sino el que se presenta en el lazo social. El síntoma así considerado, es lo que hace signo de algo que no anda en el campo de lo real.

Un pequeño relato: En el siglo II, el joven que pertenecía a las clases privilegiadas del Imperio Romano crecía viendo el mundo desde un predominio indiscutido. Las mujeres, los esclavos y los bárbaros eran distintos de él e inferiores a él y esta situación era inmodificable. La polaridad más sobresaliente de todas la que se daba entre él y las mujeres, se explicaba en función de una jerarquía basada en la propia naturaleza. Desde el punto de vista biológico, decían los médicos, los varones eran aquellos fetos que habían realizado todo su potencial, mientras que las mujeres eran fetos inconclusos, varones fallidos. A pesar de estas fallas y a través de complejas explicaciones médicas las mujeres tenían la posibilidad de dar a luz a los niños, con lo cual salvaban su lugar en la sociedad, no vaya a ser, dice el médico Galeno, que los hombres piensen que “el Creador ha hecho a propósito la mitad de la especie imperfecta, por así decirlo, mutilada”.

Esto que era totalmente aceptado en el siglo II, no traía ningún malestar según las crónicas que nos han llegado, ni constituía ningún síntoma. Han pasado muchos siglos y muchas cosas y hoy en día nadie sostendría en occidente una teoría médica tal, ni siquiera se animaría en ciertos círculos a emitir una opinión de esta naturaleza porque se consideraría políticamente incorrecto, más allá que efectivamente lo piense más o menos inconcientemente y que esto conduzca su vida.

Pero para que eso que no anda constituya un síntoma es necesario que eso se lea y se escriba: Marx lee en la lucha de clases el síntoma y escribe un discurso que es el del capitalismo. Freud desprende el síntoma de la medicina y escuchando hablar a la sexualidad funda un discurso que es el del psicoanálisis. Escribe los “desórdenes sexuales” como síntoma en tanto se juegan en el lazo social, en la relación entre los hablantes.

Pero: ¿podríamos considerar que la sexualidad sigue siendo un síntoma? .La liberalización de las costumbres: ¿no habría eliminado el llamado “efecto nocivo de la represión victoriana”?. ¿No estamos frente un avance de las mujeres que reclaman por sus derechos y reivindican un derecho a gozar más allá de la maternidad y que además pueden detentar el control de la natalidad?.

Los hombres y mujeres actuales parecen bastante alejados de aquellos que se recostaban en el diván de Freud y sin embargo… Muchos de mis analizantes sostienen las teorías del siglo II pero ahora padecen sus consecuencias. Están gobernados por la lógica fálica que produce la bipartición de los hablantes entre hombres y hombres castrados. Para las mujeres lo que les queda es, en tanto saben que no tienen es buscarlo en un hombre que se supone que sí lo tiene y ya que están y a la manera casi de premio consuelo, se llevan todo el producto, es decir el pene y el hombre-que soporta la apariencia fálica- al cual va adosado. Hasta acá y en tanto esto está anudado a sus síntomas estos analizantes pertenecen a nuestro tiempo y se rigen por la misma lógica que despejó Freud hace un siglo, lógica que demuestra sus debilidades cuando se intenta delimitar lo femenino y lo masculino, más allá de la histeria o la obsesión.

Si bien Freud deja planteada la pregunta ¿“qué quiere una mujer”?, esto no resuelve la cuestión porque interrogar lo femenino desde el deseo, es interrogar a la histérica, amén de suponer que respondida la pregunta alguna verdad se develará.

Voy a tomar una fórmula de Lacan: El analista se autoriza de él mismo y con algunos otros. En la misma clase Lacan aplica la misma fórmula para el ser sexuado: El ser sexuado se autoriza de él mismo y con algunos otros. La frase puede ser traducida de diferentes maneras dada la dificultad para encontrar una traducción en castellano unívoca para “lui mème” ya que admite ser traducida por “por sí mismo”, “de sí mismo” o “de él mismo”. Una decisión en la traducción, debida al trabajo en la Escuela, nos lleva a optar por “él mismo”, pero cualquier otra podría tenerse en cuenta siempre y cuando consideremos que el sí, el él del él mismo no remite al yo.

Porque precisamente aquí radica la originalidad de Lacan que consiste en introducir un tercer topos –estrictamente hablando tendríamos que decir “un Tres”- entre ese que se autoriza y los otros que pueden acompañar esa autorización. En este topos, en relación al cual se da la autorización, podríamos poner el deseo del analista. La autorización del analista no depende de un ser nombrado para ni de ninguna sanción proveniente de algún padre o de algún Otro o de algunos otros. No hay título de psicoanalista y sin embargo nos presentamos como psicoanalistas. De alguna manera hay que nombrarse dentro del campo del lenguaje y de la significación fálica, pero en el momento del acto analítico no-todo se reduce a la función del falo; el universo cerrado de “toda la significación” se abre para mostrar que la función fálica se sostiene de la ex-istencia de lo real de la no relación sexual, lo real de la pulsión de muerte. El analista se habrá así autorizado en la soledad del acto analítico, una soledad que no es un solipsismo; el psicoanálisis no es un autismo de dos porque hay algo que tenemos en común que es la lengua, algo en común y que al mismo tiempo nos separa en tanto en toda lengua hay un resto incomprendido que nos causa a hablar. Quien se declare analista puede ser llamado a dar las razones de su práctica, razones que están en relación a este resto incomprendido que va al lugar de la causa del deseo.

La autorización del analista y la del ser sexuado siguen hasta un punto los mismos caminos.

Que un sujeto se afecte de un sexo, no depende exclusivamente de la lógica fálica, del nombre-del-padre, del deseo del Otro, de ser nombrado para ocupar tal o cual lugar sexuado desde el simbólico que lógicamente le precede, ni del interjuego de las identificaciones edípicas. Se trata de que el sujeto se autorice a decir “Yo soy hombre”o “Yo soy mujer.

Pero hay una diferencia en lo concerniente al deseo; hay una particularidad del deseo del analista que consiste en que su deseo opera como causa para que otro se analice. Pues es con la voz y la mirada como objetos prestados por el deseo del analista que un paciente deviene analizante.

El ser sexuado se autoriza de él mismo, donde él mismo es no-yo, que no opera como complemento del yo, no es lo opuesto del yo; es el “unlust”, es el objeto caído del yo que muerde al yo y que el relación a él ocupa un lugar de interior excluido. Este objeto le es radicalmente extraño al yo siendo al mismo tiempo lo más “íntimo” del yo en tanto objeto que lo muerde constantemente. En el marco de lo lógica del fantasma, este no-yo, es todo lo que no es “yo” (je) en la frase gramatical. Lacan ubica en este topos al ello diferenciándolo del inconciente. Lo que me interesa remarcar hoy es que si acordamos con esta lectura de “él mismo”, entonces la autorización del ser sexuado no está en relación con la lógica fálica que rige al inconciente. Desde el lugar del inconciente, afectado por la negación, nunca podríamos decir “Yo soy”.

La pulsión es la conjunción de la lógica y la corporeidad, siendo la lógica la del significante que impone la discontinuidad. Por ello la pulsión es parcial y es pulsión de muerte. Es la resultante de la intervención de lo simbólico sobre lo viviente, produciendo lo simbólico un agujero, un agujero en la lengua que tendrá como soporte algún agujero corporal, agujero central –en sentido que está en el centro de nuestras vidas- y que se desplaza por cualquier parte de nuestro cuerpo en una suerte de deriva de goce que es otra manera de nombrar la pulsión. Algo se satisface en relación a este agujero con cuyos bordes armamos los objetos pulsionales. Digo, algo se satisface porque no es el sujeto sino la demanda del Otro a la cual la pulsión responde.

Con estos objetos se estructura la demanda: Te demando que rechaces lo que te ofrezco porque no es eso, siendo el no es eso el objeto “a”, agujero que sostiene la demanda, que hace obstáculo al deseo de una plena satisfacción, que hace obstáculo a la concepción de una pulsión genital que inscribiría la relación, la unión del Uno con el Otro.

No hay tal relación en entre el hablante y el Otro en tanto lugar de goce porque estos objetos, que Lacan llama a-sexuados, sustituyen al Otro. No son objetos sexuales pero de ellos depende la sexuación; en relación al a-sexuado se juega una satisfacción, o podemos decir un goce que es sexual, que hace a la posición sexual en tanto no es el goce del Otro.

“La pareja del sujeto del verbo –el je- que es el sujeto, el sujeto de toda frase de demanda no es el Otro sino lo que viene a sustituirlo bajo la forma de la causa del deseo”.Cuando el hablante puede formular una demanda al Otro, demanda de plena satisfacción, el “no es eso” le retorna como el vacío del goce del Otro que inexiste, en tanto el Otro es un campo limpio de goce.

La no satisfacción de la demanda, hace que el objeto devenga causa del deseo y es en relación a este objeto que se juega la autorización del ser sexuado que implica la caída de la suposición del goce del Otro, suposición siempre dispuesta a resurgir cuando la satisfacción obtenida no es la esperada.

Queda para el hablante la posibilidad del goce fálico, del goce del bla-bla, el que está ubicado en el cuadro de la sexuación del lado de “Para todos…”. Decir cuadro de la sexuación es una manera de formalizar las operaciones necesarias para que alguien hable y digo necesarias porque los cuatro lugares –necesario, posible, imposible, contingente- son necesarios para la sexuación y para el decir que son una y la misma cuestión.

La historia de la lógica nos enseña que fundar un sistema lógico en base a los universales conlleva el riesgo de predicar en universos vacíos. Puedo armar todo un sistema para determinar el color de los unicornios en tanto nada me dice que no pueda predicar sobre los unicornios existan o no. En el campo del psicoanálisis podríamos afirmar que esto me llevaría a hablar sin producir un solo efecto de decir.

Es la objeción al universal-y en este punto Lacan sigue a Charles S Peirce- lo que posibilita fundar un sistema lógico en un existencial. Ahora la condición, la restricción de mi campo será la de que debe existir al menos un sujeto que satisfaga la función. O al menos uno que no la satisfaga, que se ubique como excepción, que es el matema elegido por Lacan. Y este es el matema que hace posible el goce fálico bajo la forma lógica del universal afirmativo “Para todos…”. En la lógica de Lacan lo que hace objeción al universal es el no-todo que podemos leer de la siguiente manera: no-todo goce es macho; hay un goce héteros al macho que es el goce femenino; no-todo cae bajo la significación del falo; lo héteros al falo, el objeto, permanece siempre renuente a la significación y por lo tanto siempre extraño.

Que este objeto pase a ser objeto causa de deseo hará del sujeto heterosexual, sujeto afectado por el sexo, por el hecho que son dos los sexos, siendo el otro sexo aquel al que no se pertenece .Y se pertenece a aquel sexo que en relación al héteros el sujeto se autorice a declarar pertenecer. Lo declare a algunos otros; lo declare como un hecho de decir no como meros enunciados universales, del estilo porque las mujeres hacen tal cosa y los hombres hacen tal otra…, porque no hay universal para la declaración de sexo en tanto concierne, no a lo particular, sino a lo singular de cada sujeto.

Este acto de decir que es la declaración de sexo tiene consecuencias sobre el goce: el goce del Otro no existe, sólo es posible el goce fálico que no se podría sostener sin la función del objeto en tanto héteros. Esto no implica ninguna resignación: el neurótico siempre está dispuesto a declararse impotente antes que sexuado. Esto sólo implica poder, quizás, gozar de las cosas de la vida.

Marta Silvia Nardi. México 2005